Bitácora

Carta 8. Ya te echo de menos

Marcela Gaona

Llegué a Xalapa en enero de 2019 para estudiar el doctorado en la UV, nos dieron un par de meses para elegir director de tesis y yo elegí a Luis Fernando. Él estaba rechazando la Conquista y el mestizaje y yo quería comprender el proceso de control territorial de las compañías petroleras en el norte de Veracruz. La afinidad temática no era clara para nadie, pero para mí el enfoque social y espacial era a todas luces el mismo. Además, Luis me hacía pensar como nadie lo hacía. Trataron de persuadirme para que no lo eligiera, me dijeron que era problemático y que no iba a tener tiempo para mí. Luis, en cambio, no descalificó a ningún colega y me dijo que él podía ayudarme y leer mis textos, aunque no fuera mi director de tesis. Desde ahí lo empecé a querer.

Ambos veníamos de la UNAM, yo sabía que lo llamaban Rata de manera cariñosa y también sé que eso le agradaba porque algún día le envié un “abrazo de oso” y él me envió un “abrazo de rata”. Era irónico, combativo y me hacía reír. Como lector era un poco obsesivo, le contrariaba que escribiera las oraciones al revés y corregía mi ortografía minuciosamente. Aunque cuestionaba cada palabra, toleraba estoicamente las divergencias.

La regué mil veces sin darme cuenta, un día llegué a nuestra sesión hablando mal de un texto de Mauricio Tenorio y Luis me escuchó sin reprocharme nada, hasta después supe que eran buenos amigos. No sólo me permitía diferir, creo que lo encontraba necesario. Confiaba en mí y realmente escuchaba, nadie de su tipo me había tratado así. Digo “de su tipo” porque ambos sabíamos que veníamos de ambientes totalmente distintos. Su mundo era de intelectuales y el mío era un poco más terrenal. Luis creció en el sur de la ciudad devorando libros y yo en Neza viendo TV; le gustaba la música clásica y a mí cosas como Bronco o Blondie; viajó a Estados Unidos para estudiar el doctorado y yo viajé allá con mi visa de empleada doméstica; él pedía vino y comía carne, yo una chela y ensaladas; él hablaba español y también inglés, pero nos entendíamos en chilango, su tercera lengua y la única que yo hablo de manera más o menos fluida. Eso sí, ambos bailábamos con muchas vueltas y nos indignaban casi las mismas cosas.

En nuestras sesiones hablábamos de las lecturas de la semana como si las letras cobraran vida. Luis siempre asociaba el pasado con el presente y a México con el mundo. También hablábamos de la familia, los amigos y la vida. Aunque nunca dejó de ser mi maestro también nos hicimos amigos. Tal vez por eso actuaba de manera inverosímil para un director de tesis, me pedía que parara de trabajar cuando estaba muy cansada, me exculpaba de entregas atrasadas y me pedía opinión sobre sus propios textos. El respeto y el cariño eran mutuos.

Luis era entusiasta, un día se le ocurrió que yo no debía seguir hablando de la Faja de oro sin conocerla y junto con Virginie viajamos juntos a Potrero del Llano, Temapache, Cerro Azul, Cerro Viejo, Zacamixtle, Naranjos y Álamo. Ninguno de los dos tenía obligación de acompañarme, pero lo hicieron con generosidad. Poco después de eso vino la pandemia. Desde entonces nos vimos más en pantalla que en vivo, platicábamos igual pero extrañé la vida de antes, todavía lo hago.

Hace poco más de un año mi mamá contrajo COVID-19, Luis nos prestó su camioneta a Eze y a mí para viajar a México y llevarla al hospital. Estuvimos allá los quince días que mamá estuvo internada y otros dos más después de que falleció, en todo ese tiempo Luis estuvo en comunicación conmigo, hablamos de la enfermedad y de la muerte. Cuando él mismo enfermó de gravedad no pude evitar evocar sus propias palabras.

Antes de que Luis se fuera a operar a México nos vimos en Xalapa, él caminaba muy despacio pero aún bromeaba y reía, al despedirnos me subí a la banqueta y lo abracé fuerte bajo una lluvia ligera. Después de eso lo volví a ver varias veces pero no lo volví a abrazar para no ponerlo en peligro con la jodida pandemia. Sentía necesidad de cuidarlo pero pocas veces me lo permitió, decía que yo tenía una tesis que hacer y me pedía que le hablara de ello. Las malas noticias sobre su salud fueron desfilando una tras otra y sin embargo mantuve la esperanza de que un día el cáncer por fin se esfumara, pero no fue así. Es injusto y es cruel, Luis tenía apenas 52 años –un siglo mesoamericano decía él– y un montón de proyectos que tenía en puerta naufragarán. Su particular comprensión de lo que era Occidente, del no mestizaje y de la no Conquista ¿dónde quedará?

¿A dónde te fuiste, Luis? Ya te echo de menos.

1 comment on “Carta 8. Ya te echo de menos

  1. Luise Enkerlin

    Hermoso, Marcela!!!

    Me gusta

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