Teoría

Desbordar el pasado

Daniel Medel Barragán

“¿Cómo puede estar ahí, de nuevo, cuando su tiempo ya no está ahí?” La pregunta de Jacques Derrida en su célebre Espectros de Marx es una interrogante que bien podría ser la pregunta primaria de cualquier labor historiográfica. La interpelación ante el historiador puede reformularse, no obstante, del siguiente modo: ¿Cómo puedo hablar de él, de nuevo, cuando su tiempo ya ha pasado? ¿Por qué aquello de lo que hablo, de lo que escribo, me incomoda en la constitución del “nosotros” —comunidad de mis pares?

Las interrogantes que envuelven a aquello que se encuentra latente en un tiempo que no es presente acompañan la constitución misma de la escritura. Es un desborde de mi pasado que incomoda la conjunción del yo-nosotros, me asedia al interior de un tiempo fuera de quicio shakesperiano. No es necesario el tiempo de crisis: nos asedia en la cotidianidad de nuestras prácticas, de nuestras operaciones archivísticas, en nuestros lugares de trabajo, en nuestras cronologías, en nuestra intención de observar el pasado, en el anhelo del tranquilo origen provisto por el fundamento sólido de la recuperación del pasado en la referencia: en el archivo.

Sin embargo, ¿qué es aquello que nos incomoda? ¿Cómo podemos nominar, nombrar, clasificar, historizar, lo escasamente visible que asedia y acosa al historiador clásico en sus operaciones? Curiosamente, es Friedric Jameson—en una lectura crítica de la espectralidad— quien observa con particular tino la incomodidad de quien requiere la fascinación del referente o la “confianza en la estabilidad” como una ontología de base (Friedric Jameson, “La carta robada de Marx”, en Demarcaciones espectrales: En torno a Espectros de Marx, de Jacques Derrida, comp. Michael Sprinker, ed. y trad. de  Marta Malo de Molina Bodelón, Alberto Riesco Sanz y Raúl Sánchez Cedillo [Madrid: Akal, 2002], p. 48).

Tenemos, pues, el síntoma. En el pliegue de la historia, la incomodidad de nuestra escritura tiene un precario nombre: espectro, fantasma, haunt. Es aquello, uncanny, lo latente e inconsciente, que más allá de un tópico freudiano, nos impide acceder a lo pleno del pretérito y que, además, nos fuerza a operar sobre un pasado específico —el de los historiadores— en constante re-escritura, re-afirmación y disputa.

Entonces, en paráfrasis de Mal de archivo, ¿cómo deberíamos tomar en cuenta los historiadores —en nuestra epistemología, en nuestra historiografía, en nuestras operaciones tanto como en nuestros objetos— la deconstrucción de nuestro fundamento ontológico? ¿Son los aspectos propios de los límites de la escritura histórica, de nuestros límites operativos, de la configuración ontológica del pasado, elementos susceptibles de extenderse más allá de nuestro horizonte histórico?

A la deriva quedan tres posibles vías de lectura —o tres proyecciones de lectura, puesto que sólo podemos diferir la operación de lectura en la errancia—sobre el pasado. Tales proyectos de lectura se ajustan a las provocaciones que la deconstrucción proporciona en relación con lo que, acertadamente, se observa como el concepto metafísico de historia; esto es, una postulación de un pasado en términos secuenciales, lineales, verticales y, sobre todo, presentes: 1) una vía política consistente en la deconstrucción de las jerarquías que gobiernan las prácticas u operaciones historiográficas; 2) la apertura hacia la pluralidad de formas de lo pasado, 3) y finalmente la “democratización” radical o la introducción del disenso en el pasado.

Se trata, por consiguiente, de ir un paso más allá, de una elección de herencia o, si se quiere, de un desplazamiento de la escritura en relación con un porvenir que sitúe en nuestro régimen de visibilidad aquello que es in-comodado por los pasados y la pluralidad de lecturas que, dada la condición iterable de la escritura, impide la univocidad de el pasado: el realismo ontológico (véase Jacques Derrida, Mal de archivo: Una impresión freudiana, trad. Paco Vidarte [Madrid: Trotta, 1997], pp. 27-28).

 1. Deconstrucción de las jerarquías

¿A qué denominamos realismo ontológico? En términos de Ethan Kleinberg, es la actitud o disposición de un historiador al momento de enfrentarse con el archivo, con los documentos e, incluso, con las nuevas artefactualidades —las humanidades digitales, por ejemplo—, que asume el pasado como una entidad idéntica a sí misma e identificable que conduce a la confianza epistémica y ontológica de “obtener el pasado”. Expresiones como “el pasado es”, la “historia es”, “el acontecimiento fue”, pueden ser familiares en este sentido.

En las dos versiones del realismo ontológico —el fuerte, cuya confianza ontológica remite a una posición de presencia radical, y el débil, que acepta la incapacidad de acceder al pasado pleno y le posiciona como “reconstrucción historiográfica”— los binomios a observar se derivan de la conocida distinción platónica entre las apariencias y las ideas eternas. La verdad y la falsedad como fundamentos de la referencia plena del pasado condicionan la lectura del historiador, condenan a la teoría como ser la hermana malograda de la factualidad. De lo falso y lo verdadero se coligen, además, la distinción entre lo ficticio y lo real, lo que es comprobable en el plano de lo real y lo material como contrario a lo ideal y a las entelequias que fascinan a la imaginación. Es precisamente la imaginación histórica lo que constituye el plano rechazado por la presencia defendida por la disciplina. Presencia del habla viva y de la voz que, a pesar de su falible soberanía, permanece como la condición ontológica que los anteriores binarismos esconden en la jerarquía de un único pasado (el de los historiadores, el escrito bajo la primacía de la voz, el pasado idéntico a sí mismo y resguardado por el arconte de una institución interpretativa).

2. Pluralidad de formas

¿Qué implica lo anterior? ¿Es un ejercicio gratuito de lectura derrideana sobre un campo ajeno propio de los historiadores? ¿Por qué la denuncia de la retícula conceptual que aúna la presencia podría incomodar nuestro pasado, el pasado de los historiadores? La hauntología, entendida como una forma de postular un pasado entre otros, intenta escapar de o desplazar dos polaridades establecidas de antemano por el historiador: la presencia (aquello que está y es) y la ausencia (lo que ya no está y es).

La inestabilidad de ambas polaridades es lo que la hauntología pondera como el desplazamiento de la ontología, del es, por una disposición de la iterabilidad: de la repetición de la escritura-registro, en tanto que traza y trazo, susceptibles de ser leídos en ausencia y, por consiguiente, fuera de contexto. Se desatan, por tanto, una multiplicidad de pasados distintos, cuyo futuro no se ajusta al qué de la presencia. Quizás podría parecer una “ontología latente”: la presencia de la ausencia.

Se exige, por tanto, la responsabilidad ética y colectiva del historiador. El pasado es acosado por los pasados que, en la medida de su pluralidad, requieren de una la discusión en lo agónico, del disenso y de mostrar su carácter contingente. El pasado no siempre ha sido así en la medida que su carácter espectral escapa, desobedece “las reglas de tiempo y espacio”.

The chaotic and polymorphous nature of the past provokes anxiety, and in response to such chaos we seek an ordered way out. But here we must pay close attention to the way that the paths historians construct to bring order and intelligibility to the chaotic expanse that is the past can themselves become impasses when a historical narrative precludes other possible voices, vantages, or viewpoints. The past continues to haunt history. [Ethan Kleinberg, Haunting History: For a Deconstructive Approach to the Past (Stanford: Stanford University Press, 2017), p. 140).]

3. Democratización de los pasados

Las otras voces posibles que asedian al pasado introducen una cuestión esencial en nuestras operaciones historiográficas: las formas de recluir, de contextualizar, de intentar fijar el pasado. Esto permite pensar, mediante la puesta en perspectiva, en una pluralidad de formas de historia que, más allá de un sentido historiográfico, nos indican la posibilidad de introducir distintos mecanismos políticos al interior de la escritura de la historia: el disenso, por ejemplo.

En esta lógica es inevitable pensar desde interior de una forma específica de postular el pasado: la del liberalismo. En ella, el pasado se comprende como parte de una representación política que es organizada por las formas de unidad social encaminadas hacia un único y progresivo concepto de modernidad —como dice Isabell Lorey, “Constituent Power of the Multitude”, Journal of International Politcal Theory, 15: 1 (2019), p. 125— que además conlleva la noción de consenso. Este consenso es lo que permite la “identidad entre sentido y sentido, entre un hecho y su interpretación, entre el discurso y su relato, entre un estado factual y su asignación de derechos” (Steven Corcoran, “Introducción”, en Jacques Ranciére, Disenso: Ensayos sobre política y estética, trad. Miguel Ángel Palma Benítez [México: Fondo de Cultura Económica, 2019], p. 23).

¿Por qué hablar entonces de una democratización de los pasados que participan de la discontinuidad y del desfase identitario entre el discurso de la historia y la historiografía? ¿Qué puede aportar la hauntología al sentido político condicionado por el disenso —la “incorrección que altera la identidad”, en términos de Rancière?

Alternativas discursivas. (Foto tomada de aquí.)

Se trata de un intento de ir un paso más allá de lo expuesto por la historicidad en términos de contingencia, pues la hauntología puede derivar en una noción alterna de historicidad que recuerde la vida activa como desestabilizadora de los relatos producidos la historia, sus prácticas y sus lugares sociales. Más allá de un consenso en la historiografía, es posible pensar sobre la naturaleza misma del acontecimiento en términos posfundacionales; esto es, como algo “que no puede ser subsumido bajo la lógica del fundamento”. La hauntología inaugura un momento que “disloca”, a partir del cual “la libertad y la historicidad se han de “fundar” ahora, justamente, sobre la premisa de la ausencia de un fundamento último”. De lo anterior se entienden las nociones sobre la decisión en medio de las condiciones de “división, discordia y antagonismo”, producto de la “indecibilidad ontológica” de los pasados (Oliver Marchant, El pensamiento político posfundacional: La diferencia política en Nancy, Lefort, Badiou y Laclau, trad. Marta Delfina Álvarez [Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2009], p. 15).

Si el fundamento de lo social se erige en torno de un proyecto ontológico que tiene un anclaje en una noción particular del pasado —la historia como proyecto del estado-nación moderno—, la tarea de pensar en el vacío ontológico de los pasados constituye una vía hacia nociones de la democracia cuyo fundamento se tornaría hauntológico, en la medida del desplazamiento de las coordenadas presencia-ausencia. Es necesario, por tanto, recurrir a una forma distinta de la historia que no suprima el disenso en favor de la institución interpretativa, y que revele las condiciones de la “escenificación” misma del pasado en la escritura de la historia al vincularse con la pluralidad misma de los pasados; condición misma de lo social o, al menos, de una institución de sentido de lo social.

Pero toda lectura tiende a traicionar su herencia desde el desquicio del contexto y la presencia impide la plena lectura exegética, hermeneútica y filológica: de un lugar donde nunca hemos estado. Así, pues, con la conciencia de un realismo ontológico débil, podemos hacer algunas preguntas a las propuestas deconstructivas desde el intersticio provocado por la escisión entre historia y filosofía. Éstas consisten en el resto, en la impresión que deja la hauntología en la historiografía a partir de la indeterminación, de la carencia de identidad del pasado.

¿Qué condición tienen los historiadores, ahora, después, en el descentramiento del realismo ontológico? ¿Es, acaso, una condición melancólica del referente perdido, oculto y latente, en los pasados? ¿Es necesaria una nueva significación de la materialidad en la historia, cuya hauntología responda al trazo y la traza que se dejan en las inscripciones y las huellas a la deriva de la lectura?

La significación y sus cierres o clausuras, caras al realismo ontológico y la máxima deontológica del ¡contextualízalo!, pasan ahora por una “reafirmación” de lo heredado, de lo pasado. ¿Qué fuerzas operan en dicho proceso? Al reintroducir la pluralidad del pasado como asedio se muestra el escenario de la fuerza y la significación: de las jerarquías. Deconstruir el realismo ontológico no es, pues, instaurar un nuevo régimen de significación: antes bien remite al descentramiento de una historiografía centrada en la voz, en la presencia, como paso hacia las afecciones y afectividades que el historiador tiene en su ser, en su materialidad.

Materialidad, pues, como huella de los pasados iterables, y como carne, cuerpo, afectividad. Si las lecturas deconstructivas dejan algo en el lector es la conciencia de una soberanía ficticia (y no por ello menos real) sobre los pasados; ficción del sujeto-historiador dueño de sí mismo; de la soberanía sobre un tiempo que nunca es idéntico ni presente en sí mismo: tiempo repleto, saturado y, por consiguiente, desbordado —en su virtualidad— de múltiples temporalidades convergiendo en un espacio: el del historiador.

¿Qué resta, sin embargo, al sujeto-historiador en sus operaciones y prácticas? ¿En qué lugar se sitúa, ahora, la historia, en medio de una continua des-ontologización de los conceptos contemporáneos? ¿Es la espectralidad una condición? Y, de ser así, ¿qué programa, labor o tarea deja a los historiadores en el futuro de los múltiples pasados? ¿Cuáles otros conceptos se hacen necesarios, en la medida de un cambio de situación, en nuestras temporalidades? ¿Qué hacer ante la condición espectral, sin ontología, y abierto hacia el porvenir de nuestros conceptos? ¿Es, en suma, una democratización agónica o una renuncia a la capacidad de incidir conceptualmente en el mundo? Los pasados reclaman un mayor cuidado: atengámonos a la incomodidad e intentemos asumir la responsabilidad política de los mismos.

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