por Marco Ornelas *
El título de esta colaboración está tomado del prólogo que escribiera Octavio Paz a Las enseñanzas de don Juan: Una forma yaqui de conocimiento, de Carlos Castaneda (aquí una versión libre). El libro se publicó originalmente en inglés en 1968, editado por la University of California Press y la traducción española apareció hasta 1974 en la «colección popular» del Fondo de Cultura Económica, ya con el prólogo de Paz, signado y fechado un año antes. El prólogo constituye un ensayo valiente y atinado que, vale recordar, fue escrito en medio de la acalorada polémica que levantó esta obra entre antropólogos sociales. Carlos Castaneda acabaría escribiendo a lo largo de 30 años un total de diez libros sobre su asociación con don Juan.
La edición española apareció justo cuando se discutía si el trabajo podía considerarse en verdad una obra antropológica o si estábamos frente a una ficción literaria. Para quienes sostenían esta posición, esto significaba señalar sin más un fraude (en aquel entonces los tres primeros libros de la serie ya habían sido publicados en inglés; además de Las enseñanzas de don Juan, Una realidad aparte y Viaje a Ixtlán). El prólogo fue valiente, pues de entrada tomó una postura frente a la obra en cuestión. Antropología o ficción, dice Paz, el significado de la obra es el mismo. La ficción literaria también es un documento etnográfico. El prólogo es atinado, por conferirle de entrada un indudable valor literario equiparable, en su opinión, a Tristes trópiques (París: Plon, 1955), de Claude Lévy-Strauss (aquí una versión libre).

Entonces, claro, no habían pasado los 45 años que nos separan de la primera edición inglesa. Tampoco habían sido publicados los trabajos de Florinda Donner (The Witch’s Dream [Nueva York: Simon and Schuster, 1985]) y de Taisha Abelar (The Sorcerer’s Crossing [Nueva York: Viking Arcana, 1992]), que confirmaron por separado la existencia de Juan Matus (aunque hay quien cuestione que esto constituya “evidencia” alguna, precisamente por estar Donner y Abelar directamenterelacionadas con Castaneda). Como es bien sabido, Juan Matus (don Juan) es el indio yaqui que Castaneda conoció en la estación de camiones de la ciudad fronteriza de Nogales, Arizona, en 1960, y que pretendía le sirviera como informante para conocer los usos rituales y medicinales de las plantas alucinógenas utilizadas por los “nativos” americanos (en especial del peyote, aunque en su extensa obra también se referirá con frecuencia a un tipo de hongo y al toloache).
Paz advierte que si se tratase de un trabajo antropológico lo sería de una forma muy extraña, pues relata el triunfo del objeto antropológico (don Juan y su cultura) sobre los profesionales de la antropología. Quien se había acercado en un principio a estudiar una cultura ajena, Carlos Castaneda, terminó convertido en aprendiz de brujo. Antiantropología. No es la finalidad de esta colaboración desarrollar en detalle el contenido del prólogo (la referencia está dada para leerse in extenso), sino destacar que las plantas alucinógenas, al igual que los trances místicos y algunas experiencias oníricas y de niñez, son la puerta de entrada a la mirada anterior, a otra realidad, distinta a la cotidiana que damos por sentada. Paz llama a esto la experiencia de la otredad y escritores de otras latitudes han dejado testimonio del acceso a ella a través de los sueños, como hizo Robert L. Stevenson en su ensayo Un capítulo sobre los sueños.
Aquí interesa explotar la analogía de esta mirada anterior con la mirada naturalista que es exigida por la ciencia para poder adentrarse en sus dominios. No por nada, en la advertencia con que da inicio El conocimiento silencioso, octavo libro de la serie, Castaneda establece una similitud entre el empeño y tesón exigido a los brujos para poder alcanzar esta otra realidad con el estricto entrenamiento al que se sujetan quienes estudian alguna disciplina científica. La mirada naturalista exigiría, en quien la busca, explicar el mundo sin la ayuda de fuerzas extrahumanas o sobrenaturales, sólo con el uso de su razón y sus posibilidades como ser humano. La mirada del niño es tal vez una buena aproximación, precisamente por encontrarse todavía lejos de ser domesticada por las llamadas instituciones “primarias” de socialización (la familia y la escuela, sobre todo, quienes se encargarán de familiarizar al niño con ideas religiosas).
Veamos el ejemplo de Manuel (E pur si muove, de Agustín Calderón [2002]):
Para él, la iglesia franciscana del barrio de Coyoacán no representa todavía un contexto de sentido que lo fuerce a realizar alguna práctica o a sostener una creencia (por ejemplo persignarse o decir, como hace la abuela, que “papá dios” es quien lo hizo a él y al mundo entero). En cambio, los juegos mecánicos que se encuentran a la entrada de la iglesia sí que le proporcionan un tal contexto de sentido. Éste es el verdadero antecedente a la expectativa que tiene Manuel de que el Cristo se mueva (aparte de la pregunta hilarante de si está descompuesto). Manuel ya entiende de monedas que tienen que echarse en una cajita para que el mecanismo funcione. Todavía no llega a entender de rezos, un dios trino, los santos y la caridad cristiana. Manuel goza de una mirada naturalista. No ha perdido aún la mirada anterior. Al menos no todavía.
Que interesante interpretación, ahora resulta que «las plantas alucinógenas, al igual que los trances místicos y algunas experiencias oníricas y de niñez, son la puerta de entrada a la mirada anterior, a otra realidad, distinta a la cotidiana que damos por sentada». Entonces un portón será la cocaína y una entrada monumental la heroína. ¡Que manera de interpretar a Paz!
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Échale un ojo al texto de Paz: el contexto ritual en que se ingieren es tan importante como la ingestión misma 😉
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