Museos

Mario Vázquez Ruvalcaba

Carlos Macías Sandoval

A unos días del sentido fallecimiento de Mario Vázquez, sin afán de adular como tantos y desde mi propio quehacer como diseñador y museógrafo independiente, alejado de las instituciones que en su momento lo arroparon, les dejo este pequeño ejercicio en el que apunto de manera honesta y crítica los aspectos que a mi parecer fueron los más trascendentes de su trayectoria profesional.

Mario Vázquez fue uno de los mexicanos más destacados del ámbito museístico. Su formación ocurrió en la ENAH, en la que sus maestros Fernando Gamboa, Daniel Rubín de la Borbolla y Miguel Covarrubias tuvieron gran influencia. Por aquellos días, para el INAH era primordial formar nuevos cuadros de personal especializado en los quehaceres del cuidado del patrimonio, dados los continuos descubrimientos de los arqueólogos mexicanos y el impulso de los gobiernos posrevolucionarios por crear una identidad nacionalista.

Cabe señalar que muchas de estas intenciones no fructificaron del todo, ya que, conforme fueron avanzando los años, tan sólo algunos personajes tomaron el control absoluto de la actividad museográfica dentro y fuera del INAH, creando cacicazgos y compadrazgos tan determinantes que llevaron al estancamiento y conformación de bloques de poder que se fueron repartieron entre nombramientos, posiciones y nuevos puestos en todos los museos y direcciones administrativas.

La largísima trayectoria de Mario Vázquez empezó en 1951, cuando el INAH lo contrató como museógrafo. De 1962 a 1989 fungió como coordinador nacional de Museos y Exposiciones en la actual sede del Museo Nacional de Antropología. Después su labor como museógrafo se extendió no solo en el INAH, sino también en Conaculta y en museos de otros países. Ya jubilado realizó el Museo de los Ferrocarrileros para el gobierno de la ciudad de México. Un aspecto preponderante en su labor profesional fue, sin duda, su participación en la creación del Museo Nacional de Antropología, inaugurado el 17 de septiembre de 1964, en la que estuvo acompañado, como creador de la museografía, de Iker Larrauri, Alfonso Soto Soria y Constantino Lameiras.

Su intervención fue crucial a la hora de tomar en cuenta los materiales y recursos con los que se contaba para asistir a la labor expositiva, además de que se enriqueció y nutrió con la integración de un grupo interdisciplinario propuesto y comandado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, al que se incorporaron antropólogos, arqueólogos, etnógrafos y arquitectos, entre otros.

Lo más atinado de este grupo fue la inclusión de artistas plásticos preponderantes de la época como Rufino Tamayo, Raúl Anguiano, José y Tomás Chávez Morado, Rafael Coronel, Luis Covarrubias, Arturo García Bustos, Jorge González Camarena, Iker Larrauri, Adolfo Mexiac. Nicolás Moreno, Pablo O’Higgins, Leonora Carrington, Alfredo Zalce, Guillermo Zapfe y Mathias Goeritz, pues sus obras fueron plasmadas en murales, mientras que algunos elementos escultóricos se transformaron en apoyos gráficos y recursos ambientales a la museografía. Su singularidad y valor estético ayudo en mucho a los resultados excepcionales, al tiempo que se convirtieron en parte de la colección del museo.

En cuanto a la parte técnica de la exposición interior de cada sala, las apreciaciones de elementos técnicos teatrales adquiridos por Mario Vázquez en su formación académica (y de vida), coadyuvaron a un aporte a la museografía del momento. La utilización de la luz, así como del ritmo en la disposición de las piezas —lo que hoy llamamos remates visuales—, fueron de gran valía; recursos que utilizó recurrentemente en exposiciones, nacionales e internacionales hasta su retiro del ambiente museográfico.

Lo más criticable de su trabajo museográfico en esta obra fue la solución al interior de vitrinas. La masificación de las bases para las piezas de la colección fue una solución que perduró durante mucho tiempo y que incluso hasta nuestros días continúa practicándose en algunos museos y exposiciones temporales. Si bien la masificación pudo ser causada por los pocos recursos materiales y técnicas de fabricación de la época, hoy esto contribuye a que esas bases o soportes “luzcan más” que la colección misma, denigrando dramáticamente el entendimiento histórico que merecen las piezas.

La labor curatorial pobre o nula en las salas del Museo Nacional de Antropología es otro punto que menguó la apreciación lógica y didáctica del discurso museográfico, ya que al imperar el criterio de montar la mayor cantidad de piezas de las colecciones, éstas se perdieron literalmente ante el inmenso mar de información visual de los propios conjuntos. Por desgracia, esta falta de criterio y de concertación con arqueólogos y etnógrafos continuó durante la renovación del museo en 2001 y, peor aún, hoy sigue observándose.

Con todo, el mayor aporte de la labor de Mario Vázquez fue su proyecto La Casa del Museo en los años setenta, porque fue precursor en México de los museos comunitarios, recintos en los que hombres y mujeres de nuestros pueblos y comunidades escriben y difunden lo que ellos deciden de su historia. Es un ejercicio que realmente cuenta con la mayor carga social, favoreciendo el sentido de pertenencia entre las comunidades. [Sobre La Casa del Museo puede verse este testimonio de Cristina Antúnez.]

Éste fue el legado de Mario Vásquez: legado que las sucesivas administraciones del INAH desde 1993 y hasta la fecha han desatendido y casi olvidado por completo, dando prioridad a las exposiciones internacionales y grandes proyectos de museos, plagados de tecnologías que se vuelven obsoletas en muy poco tiempo.

De derecha a izquerda, Arturo Warman, Guillermo Bonfil y Mario Vázquez. (Foto tomada de aquí.)

Como precursor de la museología, Mario Vázquez fue una pieza clave en la conformación del Comité Mexicano del Consejo Internacional de Museos (ICOM-México). Su participación en foros internacionales fue respetada y cuestionada, pero nunca pasó inadvertida. Esta institución y su aportación al quehacer nacional pudiera ser laudable de no ser porque siempre ha sido un espacio elitista donde las ideas y personajes poco cambian, y en gran medida siguen o “reproducen ideas y soluciones” tomadas del extranjero, sin tomar en cuenta la realidad nacional de nuestras culturas. Su disfunción se aloja en el desapego al valor real de nuestro legado y en la evasión al sentido autocritico, así como en el desprecio a reconformar una identidad nacional y un sello que nos distinga en la escena museográfica en el mundo, tal y como se veía, apreciaba y reconocía en los tiempos de Mario Vázquez.

Finalmente, y sin afán de menospreciar los aportes de Mario Vázquez como figura de la museografía en México, hay que mencionar que, como él mismo declaraba en entrevistas, sus ideas y aportaciones surgieron con base en la serie de personajes y hechos que fueron conformando su criterio y carácter, pero sobre todo a su experiencia continua, sobre la que afirmaba: “nunca dejé de hacer museografía”. ¿Será está la condición para ser considerado como profeta o gurú de la museografía?

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