Georgina Rodríguez Palacios

Entre 1975 y el 22 de enero de 1976, un grupo de jóvenes pertenecientes a la Liga 23 de Septiembre fueron aprehendidos, torturados y encarcelados en un espacio de aislamiento dentro de la penal de Oblatos en Guadalajara. Los habían agarrado en distintos “operativos”, y adentro se fueron encontrando, organizando, siempre comunicados con los compañeros de la liga que quedaban libres. En coordinación con ellos y con las madres que los visitaban cada semana, seis de los presos lograron escapar, precisamente el 22 de enero, en lo que sería una de “las acciones militares mejor desarrolladas” de la liga.

El documental Oblatos, el vuelo que surcó la noche, dirigido por el cineasta y caricaturista Acelo Ruiz, relata con detalle la acción, sus antecedentes y lo que pasó con los seis jóvenes, en voz de los sobrevivientes. La presentación de la película en Los Ángeles, en el marco del Festival de Cine de Guadalajara el pasado 21 de septiembre, sirvió para recordar no sólo la relevancia de las guerrillas urbanas de la década de 1970 sino también el hecho de que su historia trasciende las fronteras del país, encarnada en la vida de migrantes de México en Estados Unidos.

“No tengo ahorita voz para hablar, porque me llegó todo el sentimiento y todo lo que viví”, atinó a decirle Rubén a Acelo Ruiz. Quizás el suyo fue el comentario más sentido entre varios de los que hicieron los asistentes a la presentación del documental. “Yo te felicito. Hiciste un fiel reflejo de lo que se vivió paso por paso, todo lo hiciste real […] Qué puedo agregar, no puedo hablar”. Rubén es —nada menos— hermano de Enrique Pérez Mora, El Tenebras, uno de los líderes de la Liga 23 de Septiembre que protagonizaron aquella fuga. Tras la exhibición de la película, Rubén se notaba comprensiblemente emocionado. A decir de los protagonistas del documental, El Tenebras era el más carismático del grupo, un muchacho convencido y capaz de convencer a cualquiera de unirse a la lucha. Como se deja ver casi al final de la cinta, El Tenebras fue asesinado por la policía en una emboscada, apenas unos meses después de la fuga, en junio de 1976.

Acelo Ruiz, director de Oblatos, el vuelo que surcó la noche. (Foto: GRP.)

“La película me hizo volver a mi infancia”, compartió otra de las asistentes, que contó cómo pasó aquellos años en una escuela cercana al penal. “En otra ocasión, avisaron en la primaria que se habían escapado algunos reos, y todos corrieron a esconderse adentro de las aulas. Yo me subí a un árbol y ahí, entre las ramas, encontré a uno de los presos. Yo era una niña.”

Cada tanto conviene resaltar que las y los migrantes, además de sostener el producto interno bruto de México en máximos históricos desde el 2003 —según esta nota de El Economista—, también traen consigo los relatos de la militancia, cargan recuerdos dolorosos de tonos políticos, llevan arrastrando la historia reciente del estado mexicano: “Yo soy de San Andrés, igual que Rubén; tercera generación de los Vikingos. Igual que Rubén, perdí a alguien en esa lucha”, relató otro de los asistentes, recordando que los Vikingos fue una de las organizaciones precursoras de la Liga 23 de Septiembre. “Nuestras familias fueron acosadas física y mentalmente. […] En 1973 yo fui detenido también, pero no fui consignado. A mí ya no me tocó participar en la liga: en 1974 yo me vine para acá [para Estados Unidos]”.

Al margen de la reciente polémica que se dio en torno a los miembros de la Liga 23 de Septiembre, a raíz del comentario del ahora ex director del INEHRM, Pedro Salmerón, es importante hacer notar, como apuntó Acelo Ruiz en su charla, que aquellos jóvenes, originarios de Jalisco, Chihuahua y otros estados, eran hijos de familia, “gente absolutamente normal”: “Eran estudiantes que quisieron participar en la vida política de la universidad y lo que recibieron fueron persecución, represión, asesinatos.” Así fue evidente en el público de la sala, en uno de los cines más tradicionales de Hollywood: los entonces jóvenes son ahora adultos que, viviendo en Los Ángeles, todavía se encuentran involucrados con su gente, con su tierra de origen. Involucrados: comprometidos, también, políticamente. “Nosotros tenemos una asociación en San Andrés [Guadalajara], seguimos activos”, comentó el antiguo miembro de los Vikingos.

Es cierto que algunos sobrevivientes, sus familias, ciertos sectores de la izquierda, y ahora veo que también grupos de migrantes, han logrado mantener viva la historia de la guerrilla urbana. Apenas la semana pasada se otorgó el premio Carlos Montemayor a dos antiguos miembros del Grupo Popular Guerrillero que participaron en el asalto al Cuartel Madera. Y también la semana pasada el estado mexicano, a través de la secretaria de Gobernación, ofreció una disculpa pública a Martha Alicia Camacho Loaiza, ex integrante de la Liga 23 de Septiembre, por la tortura a la fue sometida y por la desaparición forzada de su esposo, Manuel Alapizco Lizárraga. Reconocimientos arrancados al estado con la terquedad de la resistencia. El reclamo por los desaparecidos sigue todavía abierto. “Yo creo que esta polémica trae al presente un tema que el gobierno de López Obrador no ha podido resolver, y es el tema de dónde están los desaparecidos, quién va a pagar por los asesinados, por los torturados”, sostuvo Acelo Ruiz.

Pienso que la otra deuda pendiente es la de seguir difundiendo la historia de la guerra sucia en México, y reconocer a quienes la encarnan, incluso más allá de las fronteras. “La lucha social, la conciencia social que teníamos ya desde entonces, de grupos de San Andrés, se fue fortificando más y más por medio de las guerrillas”, decía uno de los asistentes. “Al final, sí es cierto, perdimos. Perdimos elementos, amigos, familiares; perdimos familias porque nos separamos; muchos salimos a vivir a otras partes: a Cuba, aquí a Estados Unidos, a España.”

Una gran parte de la sociedad no sabe lo que pasó durante la guerra sucia, o bien ha decidido —como se hizo evidente en la referida polémica de días pasados— conservar una interpretación maniquea de la historia. “Hay un gran desconocimiento por parte de la gente de quiénes eran estos jóvenes y qué hacían”, opinó finalmente el director de Oblatos. “Mi objetivo personal era contar esa historia, porque creo que es importante que la gente lo sepa, que la gente participe del debate y recuerde su historia […] Yo creo que por lo menos esta película puede ayudarnos a dar claridad en ese aspecto”. Y sí que lo hace. La película acaba de obtener la Minerva al mejor documental y una mención a la película más taquillera durante la Octava Gran Fiesta de Cine Mexicano. Dentro de poco estará presentándose en la ciudad de México, como parte del festival DocsMx.

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