Benjamín Díaz Salazar

El proceso electoral de 1911 abrió paso al fenómeno de la democratización. La participación de aquellas elecciones fue histórica y los resultados avasallantes. La victoria de Francisco I. Madero fue contundente, aunque, como se temió, la jornada no estuvo exenta de episodios violentos e intentos de manipulación. Lo cierto es que se abrió paso un proceso de transformación que intentaba consolidar los ideales de un sistema político diferente como resultado del hartazgo, del anquilosamiento gubernamental y de la falta de respuesta ante la impunidad.

El gobierno de Madero se enfrentó, desde antes siquiera de iniciar su gestión, a voces que se oponían a su proyecto de nación, y a otras tantas que, aún surgiendo del mismo espíritu antirreeleccionista, encontraban en las acciones de Madero errores que impedirían la consolidación de un gobierno. A los pocos días de iniciada su gestión, Francisco I. Madero tuvo que enfrentar la rebelión armada de Zapata que, en su documento origen, el plan de Ayala, promulgó:

Teniendo en consideración que el presidente de la República señor don Francisco I. Madero ha hecho del sufragio efectivo una sangrienta burla al pueblo […] ya entrando en contubernio escandaloso con el partido científico, hacendados feudales y caciques opresores, enemigos de la Revolución: por estas consideraciones declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la Revolución de la que fue autor […].

Aunque el ejercicio comparativo resulta un tanto aventurado, lo es también inminente. Comparar el proceso electoral de 1911 con el de 2018, si bien es complicado en tanto que pone de frente a Francisco I. Madero con Andrés Manuel López Obrador, existen elementos que nos hablan de una respuesta socialmente interiorizada ante el cambio. La contundencia del proceso electoral del pasado 1 de julio despertó ya no al tigre —una referencia más al ejercicio comparativo que habrá de analizarse en otro texto— sino a una serie de fenómenos nacionales e internacionales relacionados con el presidente electo.

Arco para celebrar la toma de posesión. (Foto tomada de aquí.)

I. Servilismo

A minutos de darse a conocer el resultado del virtual ganador de las elecciones, la política mexicana dejó atrás sus principios —si es que algún día los tuvo— y se volcó completamente a la izquierda. Desde aquel momento resulta que todos los intelectuales, empresarios, políticos y personajes de la vida pública comparten las ideas de la izquierda mexicana: académicos que aún después de protagonizar escándalos por abrir las puertas de sus planteles al candidato del PRI celebraron la victoria de López Obrador y se pusieron a sus órdenes; visitas perentorias de personajes de la vida pública a la casa de campaña a fin de proclamar el apoyo total al virtual presidente; incluso visitas de representantes cercanos a jefes de estado para discutir los rumbos de un gobierno que aún no es, que aún no sucede y que se está construyendo.

Todo este servilismo, este querer “quedar bien” con el nuevo gobierno dejando atrás las posiciones políticas, preocupa más de lo que da certezas. Nos remite sin duda a aquel diálogo conocido (“—¿Qué hora son? —Las que usted diga, señor presidente”), en donde se abandonaba cualquier certidumbre en aras del acuerdo político. Indispensable será que observemos con cuidado y midamos que el asunto no se trata de figurar ante el nuevo gobierno con un “oye, mira, yo también me bajo el sueldo”, sino con propuestas de mejora en la calidad educativa, en los servicios de salud y en la administración pública.

II. Desconfianza y exigencia prematuras

A pocos minutos de la victoria de López Obrador no se hicieron esperar comentarios como “hoy no perdió [inserte aquí el nombre del candidato perdedor], hoy perdió México”. Aventurarse a criticar un gobierno que ni siquiera comienza, y de prever, con una bola mágica que supongo todos aquellos que lo dicen deben tener, el fracaso de un gobierno, es acaso la mayor de las desventuras. Es asumir que la voz de los ciudadanos que salieron a las calles a votar es nula y que se sustenta en el fanatismo, dejando de lado a todo el quipo de trabajo que acompaño al candidato de Morena y que diseñó un plan de trabajo para los próximos seis años.

Más grave resulta exigir a un gobierno que no ha tomado posesión que actúe y responda a todos aquellos problemas que se generaron que en los gobiernos de Enrique Peña Nieto y sus predecesores. El zapatismo al menos se declaró a los días de haber comenzado la gestión. Y es aquí donde yace un fenómeno particular y que no deberá de olvidarse a lo largo de sexenio: los millones de observadores, partidarios o no, que tendrá el gobierno de López Obrador y a los cuales les tendrá que rendir cuentas, todos aquellos que observaron las oportunidades fallidas de 1988, de 1994 y de 2006.

III. Crítica ante la negociación

Un elemento particular que ha sido criticado del virtual presidente es la inmediata negociación. La visita que realizó a Palacio Nacional, y que se dio bajo las condiciones que impuso López Obrador, son el indicativo más fuerte, pero también, el elemento más sólido que caracteriza a Andrés Manuel como político: la negociación. Las habilidades de acuerdo que tiene el Peje resultan cruciales para consolidar la red de apoyos que requiere un gobierno para funcionar. El asunto estará en observar atentamente que en aras de la conciliación no se sacrifique la transformación.Lo cierto es que el gobierno de Andrés Manuel, al igual que el de Madero en los primeros meses, se enfrentará a la reconstrucción de un aparato económico y político consumido.

En pláticas con mi maestro, surgió el tema de los retos que enfrentaremos los historiadores en esta nueva etapa. Sin duda habrá que hacer una reconstrucción de la historia del neoliberalismo y de cómo, al pasar de los años, consumió al gobierno al nivel que ahora sufrimos, para de ahí comprender el cambio de ruta que habrá de seguirse. Respecto al nuevo gobierno es preciso que mantengamos nuestro sentido crítico y de observación. Resulta indispensable comprender que el deterioro del país es resultado de años de malas decisiones y que, por ello mismo, el encausamiento de una transformación será paulatino y encarnado no en una persona, sino en un ideal de nación y de proyecto. Habrá que ser, como dice el plan de Ayala, “partidarios de los principios y no de los hombres”.

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