por Agustín Córdova
Yuriria Sierra, en una entrevista con Chumel Torres para el canal Imagen Noticias, se despidió de él con las siguientes palabras: “ahora [eres un] gran historiador” por haber publicado su libro La historia de la república (México: Aguilar, 2017). Dicha sentencia, independientemente del tono o la motivación con la que se haya expresado, permite la apertura del diálogo, la disposición a la crítica historiográfica y es la introducción idónea para el presente texto. De inmediato se generan las primeras interrogantes en torno a su pertinencia, a su autor y, sobre todo, a su contenido, cuantimás si de un “libro de historia” —permítanme el uso de comillas— se trata.
Chumel Torres, ingeniero de profesión, es considerado como uno de los comunicadores en redes sociales más reconocido en el país; en especial, como Youtuber, gracias a su canal de «noticias» El Pulso de la República. Aquel “salto a la fama” le permitió gozar de una reunión con el grupo editorial Aguilar —sello perteneciente a Penguin Random House— y en dicha reunión surgió la oportunidad de publicar un libro. En palabras del propio Torres, la elaboración del libro (si bien era una idea que tenía desde años atrás) se prolongó por el espacio de ocho meses; el tiempo suficiente para verter sus ideas, chistes (desde el sarcasmo hasta la ironía, con una leve arista de misoginia) y pensamientos en torno a la historia del país, apoyado de un grupo de “conocedores” de temas históricos. El resultado es publicación del libro y toda la parafernalia que (hoy día) acompaña al mundo editorial: presentaciones de libros, firmas de autógrafos, entrevistas, etcétera.
Hasta este punto, parecería no existir nada anormal. Pero es ahí, en la aparente normalidad del hecho, donde comienza a percibirse la polémica que desató y sigue desatando La historia de la república. Por un lado están los paladines de la historia (en minúscula), que defienden a capa y espada la oportunidad que tuvo Chumel de publicar un “libro de historia” —permítanme seguir usando las comillas— ameno, sencillo, incluso divertido; un libro que más allá de explicar, cuenta: un libro alejado del tipo de trabajo historiográfico que hoy en día –y de desde hace muchas décadas— producen los historiadores en el país. Por el otro lado están los paladines de la Historia (en mayúscula), que defienden a capa y espada el oficio del historiador, esa profesión mancillada por una obra que poco o nada tiene el rigor científico-social: Un libro escrito por alguien que no es historiador de profesión y, por ende, que carece de toda metodología histórica y conocimiento historiográfico.
Las preguntas también son naturales: ¿es correcto que una persona sin la profesión (o grado) de historiador (o afín) publique un “libro de historia” —prometo que serán las últimas comillas—?, ¿es La historia de la república un libro de historia?, ¿cuál será su alcance e impacto?, ¿quiénes serán sus lectores?, ¿tiene alguna responsabilidad el gremio de historiadores?, ¿qué tan verídico son los hechos que aparecen en el libro?
Vayamos por partes. En un ejemplo burdo, supongamos que uno se enferma. En ese supuesto, se tiene por entendido que lo correcto o más recomendable es asistir con un médico. ¿Por qué? Porque, en teoría, el médico en cuestión se preparó (estudio o capacitó) por varios años para poder atender al paciente y prescribirle el medicamento correcto para aliviar la enfermedad. Los segundos paladines (los que están en contra del libro) podrán esgrimir este ejemplo como razón para sentenciar que nadie que no tenga la profesión de historiador (o afín) está facultado para escribir un libro de historia. Mientras tanto, los primeros paladines (los que están a favor del libro) refutarán el punto haciendo alusión a los muchos “historiadores” que, sin grado o profesión de por medio, elaboraron obras históricas de carácter significativo para la historiografía. La verdad es, pésele a quien pese, la historia y el conocimiento histórico no son propiedad exclusiva de los historiadores; estos no pueden otorgarse a sí mismos una patente o uso restringido del pasado. Así como cualquiera puede automedicarse en lugar de pagar una consulta, cualquiera puede hacer uso del pasado y explicarlo (o divulgarlo) como mejor lo haya comprendido.

En cuanto a si La historia de la república puede considerarse un libro de historia, el propio autor se contradice: en entrevistas, incluso dentro del libro, Torres dice que elaboró una investigación para su escritura, que tuvo asesoría de historiadores para que todos los acontecimientos escritos en el libro tuvieran “validez histórica”, puesto que reconoce que hay una responsabilidad histórica en la obra. Pero en otras entrevistas, y también dentro del libro, justifica el texto como un trabajo “no serio” de historia y que es preferible que después de leer el libro uno se acerque a libros de historia “de verdad”, puesto que —según explica en el epílogo— el objetivo del libro es “reírse de uno mismo”(con chistes dentro del texto, muchas de las veces colocados a la fuerza, como si usara un calzador). La evidente contradicción puede explicarse en pocas palabras: la indecisión de asumir o no la responsabilidad por la publicación de la obra. Porque, si resulta ser un éxito de ventas, nadie más que él recibirá la “gloria” que conlleva un éxito editorial; pero si resulta ser un craso error, podría justificarse que se trataba sólo de un “intento”, una mera diversión.
Alcance, impacto y lectores están relacionados. La primera esfera corresponde a sus suscriptores en Youtube. Ellos serán los primeros lectores y los que divulgarán sus opiniones al respecto en redes sociales o bien como tema de sobremesa en alguna reunión familiar. Más allá de esa primera esfera, sería irresponsable especular. ¿Qué hay del gremio de historiadores? Aunque es vasto, la única reflexión pertinente es la visible lejanía de la elite de los historiadores (entiéndase la Academia Mexicana de la Historia, El Colegio de México, el Instituto Mora y el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, por mencionar algunos de los lugares más importantes) respecto del resto de la población. Como los historiadores parecen contentos con la publicación de obras dedicadas a conmemorar a otros historiadores, de obras “nuevas” con el mismo tema trabajado por años y de obras extremadamente especializadas, esto ha abierto espacios para que libros como La historia de la república se presenten como una alternativa ordinaria, común y asequible para el lector de tres-libros-y-medio-promedio-anual.
Para concluir, y lo que resulta imperdonable en el contenido del libro, es que, pese al asesoramiento recibido, existan errores sobre el entendimiento de la historia nacional (y el sentido de la historia, en general), algunos los cuales me permito referir a continuación: la mención de aztecas en lugar de mexicas (cuando ya sabemos sobre la migración del pueblo de Aztlan), el empleo de “antes de Cristo” y “después de Cristo” como referencias temporales (cuando existen otras más pertinentes), el uso del término descubrimiento de América, el hablar de Francisco como Indalecio (y no como lo que fue, Ignacio) y —el más grave desde mi punto de vista— el confundir a Félix Díaz padre con Félix Díaz hijo cuando Torres refiere el proceso histórico de la decena trágica.
Todo ello lo aleja de ser un gran historiador, y aún de intentar serlo.
Que una persona haga dinero con la historia no le veo nada de malo. ¿Es lo que hacen los investigadores, no? Porque no lo hagan un «profesional» no tiene porque ser descalificada, ¿sólo porque no piensa como tú? Si a Chumel se le hubiera ido ido a preguntar a Históricas o al INHERMH, que si inventan la historia nacional, de seguro ni le abren la puerta.
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Seriamente crees que Históricas inventa la Historia? Lo que se critica no es el texto, es que se le llame historiador e historiografia correspondientemente.
No, no es historiador.
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Muy interesantes y agudos los comentarios del autor sobre Chumel y su ‘poderosa’ vocación historiográfica. Solo le pediría que antes de condenar sumariamente y en bloque a «la élite de los historiadores» por su «visible lejanía […] respecto del resto de la población» vea lo que resulta de hacer a través de Google una búsqueda de «Olimpiada Mexicana de Historia».
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Haciendo «historia» (disculpen las comillas), podría citar a Jorge Ramos, ese periodista mexicano avecindado en los EE.UU., quien le solicitó al «chimi» que no cambiara su linea editorial. Lo recuerdo porque era yo un fiel seguidor de «a chuchita la balsearon» cuando era un programa que de repente ya no aparecía en su muy particular canal de youtube. Descanse en paz la idea del chumi original, el capital televisivo le llegó al precio.
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