por Octavio Spíndola Zago *
Afirman pensadores como Gianni Vattimo que Antonio Gramsci fue uno de los contados filósofos que logró un proyecto revolucionario a partir de una historia a contrapelo, sobre los sujetos silenciados y las crisis del pasado, orientando su quehacer con el postulado de la tesis XII de Walter Benjamin: lograr una relación coherente entre posibilidad de conocimiento histórico, el sujeto y la praxis revolucionaria. También desde el marxismo heterodoxo podemos enlistar a otro de los intelectuales, éste historiador, que logró dar forma a un verdadero proyecto revolucionario: Eric J. Hobsbawm.
Desde sus estudios del movimiento obrero, las eras de la modernidad y el siglo XX, Hobsbawm planteó reglas fundamentales para la investigación seria: a) la diferencia entre el hecho y la ficción, percibible sólo mediante la evidencia, la lógica y la probabilidad; b) la necesidad de admitir la no-atemporalidad de las preguntas que se le plantean a la historia; c) el imperativo de que los hechos por sí solos no son utilizables, debido a que el estudio de las causas es lo que da sentido a la historia; d) la aceptación de que la historia da cuenta de cómo opera la naturaleza humana y porqué ocurrieron los hechos, pero sin ignorar que bien pudo haber habido un camino distinto (aquello que Edmundo O’Gorman ha apuntado como una de las posibilidades posibles), y e) la convicción —tomada a Khaldun—, de que la historia debe dar cuenta de “los cambios que se dan en la naturaleza misma de la sociedad… y, en general, de todas las transformaciones” (citado en Eric J. Hosbbawm, “Historia social”, en Los historiadores y la historia para el siglo XXI: Homenaje a Eric J. Hobsbawm, comp. Gumersindo Vera Hernández et al. [México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2006], 18).
Con esta metodología, la historia social emerge como una historia de la mayoría de los hombres y las mujeres, cuyos planes y decisiones como individuos no afectan a nadie excepto a sus familias, amigos y vecinos, pero cuyo accionar colectivo importa mucho. En particular la revista Past and Present combatió el positivismo decimonónico desde esa trinchera, centrando sus investigaciones en momentos coyunturales (a diferencia de los análisis de continuidad de Braudel) como el poblamiento de la Tierra, la revolución neolítica, las revoluciones industrial y liberales —estudiadas por el propio Hobsbawm—, y hasta la red global de internet, así como los grandes desplazamientos humanos contemporáneos en forma de migraciones.
Hobsbawm, militante del Partido Comunista de Gran Bretaña, advierte que los usos políticos y comerciales de la se historia incrementaron a partir del surgimiento del estado-nación y, más recientemente, del boom de la memoria en la era globalizada. Y aunque su visión marxista se opone al relativismo histórico resultado de la multiculturalidad, reconoce que existen consecuencias favorables, pues “vivimos en una era de revisiones político-ideológicas y batallas sobre la historia”, que buscan “desmantelar tan peligrosos mitos políticos y morales” (20-21), propagados por aquellos que ven en la historia un instrumento para establecer la gloria o tragedia de grupos específicos o como una lista retrospectiva de deseos para el presente.
En contra tanto de aquel revisionismo —que, como advertía Edward Said, reivindica el colonialismo como una fuerza civilizadora y demoniza a los liberadores como responsables de los males que sufren hoy los países del sur—, como de los marxistas ortodoxos alineados a los intereses y caprichos cambiantes de un partido (países del “socialismo realmente existente”), y de los pesimistas que se niegan a plantear esperanzas en un mundo mejor, pero distanciándose a la vez optimismo neoliberal que asegura que todo está bien, Hobsbawm escribe cómo, en medio de matanzas y destrucción, mujeres y hombres consiguieron consolidar avances y mejoras que no se han perdido pero toca defender, como espacios de libertad y elementos de cambios cultural.
En su autobiografía, Años interesantes: Una vida en el siglo XX, trad. Juan Rabasseda-Gascón (Barcelona: Crítica: [2002] 2003), Hobsbawm fue tajante al señalar —a contracorriente de los balances históricos de la pasada centuria, que casi siempre apuntan en el sentido de la desolación y la catástrofe— que el mundo hoy está mejor que antes en muchos aspectos, y que los hijos disfrutan mejores condiciones materiales y espirituales que las que tuvieron sus padres y sus abuelos. De ahí la paradoja de que las obras que hubieran podido ser la amarga reflexión de un hombre que vió hundirse sus esperanzas resulten ser mucho más optimistas respecto a las perspectivas de futuro.
Hobsbawm llama a cobrar conciencia de que el futuro no está fatalmente condicionado por el destino, sino que depende de nuestras decisiones colectivas; llama a comprender la gravedad de los problemas de nuestro tiempo, pero también la confianza en que es posible remediarlos, un poco a la manera de Gramsci cuando éste recomendaba “pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad.” Y así como para el italiano la historia debe ser emergencia (es decir, de ella debe brotar el germen de una nueva era) contra el estado de excepción normalizado de las democracias de mercado, para el inglés la historia debe tener la voluntad de cambiar y la posibilidad de criticar su propio entorno.
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