por Halina Gutiérrez Mariscal *
En un país que aún se debate entre una democracia plena y una “transición” hacia la democracia, las reflexiones que se hagan en torno a la manera en que se ha entendido y ejercido dicho modelo político, las interpretaciones que de ella se han hecho, y la manera en que se ha utilizado en el discurso político a lo largo de nuestra historia, siempre resultan interesantes. En este texto se revisará someramente lo que fue denominado democracia en el sexenio de Carlos Salinas y cómo esa visión influyó en algunos de los cambios estructurales que se llevaron a cabo en el periodo 1988-1994, y que en varios sentidos continúan vigentes.
¿Qué estaba ocurriendo en esos años a nivel regional y local?
En el contexto latinoamericano, las economías de la región habían comenzado a experimentar una serie de cambios, reformas estructurales, que estaban modificando el panorama hacia un mercado cada vez más globalizado. Estos cambios económicos supusieron, a su vez, variaciones en las relaciones entre estado y sociedad. Ante lo que se llamó el adelgazamiento del estado, el mercado y la sociedad civil pasaron a posicionarse como las nuevas fuerzas emergentes en el acontecer de las naciones latinoamericanas, permitiendo que los gobiernos de tipo democrático desplazaran a las dictaduras de los años previos.
El periodo presidencial de Carlos Salinas ha sido equiparado, por su nivel y profundidad de reformas al estado, con el periodo del cardenismo. Toda proporción guardada, resulta cierto que lo que se llegó a llamar “la reforma del estado” supuso cambios sustanciales en cuestiones de política institucional. Casi inmediatamente iniciado el sexenio ocurrió una reforma a la legislación electoral y nacieron el Instituto Federal Electoral así como el Tribunal Federal Electoral. Es en este sexenio que nace también la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
¿Qué ideas guiaron estos cambios? ¿En qué momento de la transición a la democracia se encontraba el país que fueron posibles e incluso necesarios cambios como estos?
Habrá que recordar que en la década de los ochenta, el país se vio inmerso en una profunda crisis económica, que significó además la quiebra total del modelo de estado instrumentado después de la revolución mexicana. Si bien la crisis económica afectó negativamente la estabilidad del régimen, el efecto se acentuó debido al discurso oficial que depositó en gran medida su legitimidad en la promoción del desarrollo económico. Desde ese momento, dada la magnitud de la crisis, el estado se vio impedido para continuar con el protagonismo en la economía y puso en marcha un nuevo proyecto de estado que en la práctica asumió los postulados de la corriente neoliberal.
Estos acontecimientos trajeron graves consecuencias para el régimen político autoritario, no sólo por el descontento generalizado y el drástico costo social de la reestructuración económica, sino por el comienzo del desgaste de uno de los instrumentos que le permitió justificar su permanencia en el poder: el discurso revolucionario. Se dio además una irrupción de diversos sectores sociales en demanda de espacios de participación política, lo cual dejó al descubierto el anacronismo de las estructuras autoritarias y significó la crisis del corporativismo clientelista que durante muchas décadas monopolizó la representación social.
En medio de ese contexto en el que las economías y los discursos en torno al estado estaban cambiando, ¿cuál era la idea que Salinas y su gobierno promovieron en torno a la democracia?
Carlos Salinas apunta cómo, al inicio de su sexenio, el estado mexicano padecía de una incapacidad cada vez más grande para cumplir con sus responsabilidades fundamentales, lo cual implicaba necesariamente una crisis de legitimidad. Hasta ese momento se había optado por la vía del “populismo”, dejando que el estado actuara en sustitución de los más pobres, opción con la cual Salinas se declaró en desacuerdo. El camino adecuado, sostuvo, era abrir las posibilidades para que los grupos sociales populares se organizaran por sí mismos, cubriendo así sus necesidades, y de paso devolviéndole al estado una legitimidad en peligro, si no es que perdida del todo. Es en esa organización popular en la que Salinas hace descansar su concepto de democracia.
Uno de los argumentos más frecuentes del discurso salinista es la crítica al nacionalismo revolucionario, al que se describe como una supuesta protección estatal, que en realidad era discrecional, tutelar, centralizadora y autoritaria, que paso a paso fue haciendo que el pueblo perdiera o nunca desarrollara la capacidad de construir por sí mismo una vida mejor.
El marco histórico de dicha retórica se sustentó, a decir de Salinas, en el ideario liberal de Juárez, quien desde su punto de vista afianzó la soberanía nacional y permitió a México conquistar su verdadera independencia. Sorprendentemente, el ideario social del salinismo, que en los hechos dilapidó las reivindicaciones sociales de las clases más desfavorecidas, también afirmó basarse ideológicamente en los hechos de Emiliano Zapata, quien, según Salina, buscaba que la iniciativa y las reivindicaciones sociales fueran dejadas a la organización popular, a los pueblos, a las comunidades, para que éstas diseñaran y ejecutaran las decisiones en su beneficio. ¿Acaso no es ésta una justificación prefabricada de lo que habría ser el Programa Nacional de Solidaridad?.
Resulta muy interesante la relación que en esta cuestión, Salinas hace entre la democracia y el programa social de su gestión. Salinas explica que el fomento de organizaciones populares generó un auténtico capital social, movilizando así a los pobres, para ejercer un control más estricto de los recursos, con lo que se obtuvieron mejores resultados. Con este proyecto, dijo, se consiguieron dos cosas: una, hacer más eficientes los programas sociales, y dos —la que nos interesa en este caso— fortalecer la democracia desde la base, evitando relaciones verticales, fomentando la colaboración social basada en la confianza y la cooperación organizada.
Según esta lectura de hechos, se promovió así un balance entre la libertad y la justicia social, abriendo la puerta a la participación de la sociedad civil organizada, con lo que el estado se tornaría más eficiente en sus funciones, a través de la participación social. Con un estado que abandonara su “carácter excesivamente propietario y controlador”, se alentaría la corresponsabilidad de la sociedad civil, se promovería la inversión privada y se estimularía la competencia, sin que por ello se dejara de lado la responsabilidad estatal de la aplicación del derecho, la promoción de la justicia y la preservación de la paz. En el modelo político concebido por el salinismo, el estado podía alentar la justicia social, sin por ello “pretender sustituir o controlar la organización popular” (Para todo lo anterior, véase Carlos Salinas de Gortari, México, un paso difícil a la modernidad [México: Plaza y Janés, 2000]).
Visto así, el concepto de democracia que se promovió en este periodo implicaba un estado garante de que se cumpliesen las reglas establecidas en todos los aspectos de la vida pública, pero que se mantendría al margen de cumplir con lo que antes se consideró responsabilidad estatal, es decir, la justicia social, que ahora se dejaba en manos de los ciudadanos y de su capacidad organizativa… evidentemente incipiente, dada la casi nula tradición ciudadana en México. Para Salinas, la democracia implicaba que el “pueblo” eligiera su propio camino a través de la participación política organizada.
Otro aspecto que vale la pena resaltar de la retórica salinista es la distancia que discursivamente tomó de los dos polos opuestos que definió como populismo y neoliberalismo. Sin decirlo explícitamente, Salinas apunta al modelo nacionalista posrevolucionario para describir al populismo como un régimen que impone la organización popular desde arriba, como medio ideal de control político, convirtiendo en asunto de estado las demandas de los ciudadanos, asumiendo así el papel rector y organizador de la nación… y en algún punto enumera todas las características que asume desaparecerán con el modelo que llama liberalismo social: dominio del estado sobre la sociedad y la economía, corporativismo, proteccionismo, excesivas regulaciones, decisiones discrecionales, clientelismo mediante programas sociales. Al final, explica Salinas, lo que se llama democracia en este modelo no había sido sino hacer del pueblo un objeto y no un sujeto, una democracia impuesta desde arriba.
Por otro lado, al describir el neoliberalismo, Salinas critica la manera en que se privilegia el individualismo y se encumbra a los derechos particulares. Reprueba la toma de decisiones internas de un país por agentes extranjeros. Apunta a la mínima responsabilidad que en estos modelos tiene el estado, en los que se suele ver a los derechos humanos como un obstáculo. En estos casos, dice, la sociedad es vista como un complejo de mercados y el crecimiento económico como una meta privada.
Una vez descritos en términos tan deshonrosos, tanto el neoliberalismo como el populismo, Salinas pasa a hablar de su programa, el liberalismo social. ¿En qué punto del camino entre populismo y neoliberalismo ubica Salinas al liberalismo social? Podría decirse que en un camino paralelo, que pone énfasis en terminar con la presencia excesiva del estado en la sociedad y en liberar a las fuerzas sociales del control del estado. ¿Cómo? A través de las medidas que su gobierno aplicó: a saber, la reforma del campo y la educación, la promoción de los derechos humanos a través de la formación de organismos encargados de su protección, la proclamación de las libertades religiosas, de las desregulaciones, y de las privatizaciones.
¿Y cómo explica la defensa de la soberanía en un modelo que aboga por la globalización? Señala que el liberalismo social promueve la integración económica, no la política, y que por lo tanto, la fortaleza del estado dependerá de su legitimidad y no de su tamaño; legitimidad que hace descansar en el hecho de convertir al pueblo en sujeto y no en objeto de los cambios y las políticas públicas. En este modelo, dice Salinas, es el pueblo mismo quien elige su propio camino a través de la participación política organizada, y a través de redes de solidaridad que crean más ciudadanos con espíritu de participación. Es a esto a lo que Salinas llama democracia.

En el sexenio salinista vimos realizarse una gran cantidad de cambios que, sustentados en estos argumentos, fueron poco a poco erosionando los patrimonios familiares, y las economías. Con todo, algo que habrá que reconocer al régimen salinista es su promoción de instituciones encargadas de velar por la legalidad electoral, por el respeto a los derechos humanos… aunque en la práctica dichas instituciones han respondido, en la mayoría de las ocasiones, a los dictados de algunas minorías, en años recientes minorías empresariales.
Si el discurso salinista hubiese estado en lo cierto, la organización social que se promovió durante su sexenio, en particular a través del Pronasol, hubiese fomentado el surgimiento de una ciudadanía en condiciones de defender y ejercer sus derechos y responsabilidades cívicos. Motivo de otras reflexiones sería pensar si fue así o no.
Vale la pena recordar que, por convincentes que podían resultar los argumentos de Salinas, lo que en los hechos implicó la aplicación de este modelo político-económico fue una identificación casi exacta con lo que los expertos en el tema han descrito como neoliberalismo, y dentro de éste, lo que por democracia se entiende.
¿Cómo es que funciona la democracia en los regímenes capitalistas neoliberales como el que supuso la llegada de los tecnócratas a México? No parece descabellado afirmar que con el neoliberalismo, que se reviste de un discurso pseudodemocrático, quienes realmente están representadas y protegidas son las grandes empresas transnacionales, y no las economías nacionales ni los estados, ya no se diga la ciudadanía.
En lugar de que exista libertad de expresión ciudadana, lo que impera es una libertad de expresión comercial. Para poder hablar de democracia en sentido estricto, debería haber igualdad en la distribución de posibilidades; no obstante en la realidad el capitalismo lo que hace es conspirar contra la realización de una democracia auténtica.
El neoliberalismo ha pervertido a tal punto el sentido de la democracia que, al menos en América Latina, no importa por quien se vote; sabemos que quienes gobernaran al final serán las burguesías empresariales y sus aliados. Así, en lugar de producirse redistribución social, las democracias han abandonado sus banderas igualitarias para convertirse en una forma inocua de organización del poder político que, lejos de intentar transformar la distribución existente del poder y de la riqueza, se convierte en una plutocracia.
Esto se ha hecho evidente en las grandes crisis económicas que han sacudido recientemente al mundo neoliberal. Los estados se han visto en la necesidad de asumir el control directo de una parte del sistema financiero, evidenciando así la falsedad de la evangelización neoliberal sobre el mercado libre y autorregulado.
Sin embargo, hacia el final de la década de los ochenta en México, la percepción sobre los alcances del modelo neoliberal y su relación con la democracia,eran bastante distintos, al menos en el discurso de quien habría de asumir el poder en México. Durante su campaña electoral, y aún después, una vez concluido su sexenio y en el autoexilio, Salinas defendió y ha defendido su postura acerca de cómo debería funcionar la democracia en un sistema como el nuestro.
En los hechos, sin embargo, hemos visto cómo en la globalización neoliberal los gobiernos han tenido que abrir sus fronteras al comercio, han debido renunciar a ser dueños de empresas productivas, lo cual a su vez ha implicado que se vean obligados a eliminar o minimizar las políticas de seguridad social en beneficio de sus poblaciones. Esta realidad no sólo ha alentado la pobreza y el consecuente descontento, sino que además ha pervertido el sentido de las democracias, sometiéndolas a las lógicas de un mercado que, al contrario a lo que se afirma en la teoría, nunca es autorregulado.
Un aspecto más en el que el neoliberalismo ha mermado a las democracias radica en el hecho de que cuando algún país debe plegarse a las condiciones impuestas por los organismos internacionales, no sólo los ciudadanos pierden su poder de decisión, sino incluso los gobiernos mismos, que quedan expuestos a decisiones tomadas en sitios ajenos, y de maneras totalmente antidemocráticas, por supuestos expertos.
Hoy asistimos a la emergencia de democracias en las que los trabajadores pueden votar pero no pueden cuestionar su condición de explotados y en las que los gobiernos tienden a velar por los intereses de los que financian sus campañas, criminalizando así la pobreza y la protesta social. Es este el modelo de democracia, impuesta desde afuera, regulada por el mercado y sometida a los intereses de los grandes consorcios económicos mundiales es el que Carlos Salinas de Gortari pensaba cuando hablaba de democracia
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