Historia contemporánea Opinión

De la sobriedad a la embriaguez

por Marco Antonio Hernández Cabrera *

Octubre de 2015 empezó para muchas personas en el palacio del Elíseo, mientras Vladimir Putin y François Hollande sostenían una reunión privada, en la atmósfera característica del palacio de gobierno francés que recrea un ambiente aristocrático, casi de antiguo régimen. Para otros, octubre de 2015 empezó unos días antes, con un ruido estruendoso distinto al habitual en los cielos sirios, y con nuevos estallidos, de esos que derraman sangre en la arena. El tema principal de la reunión entre los jefes de estado fue, en un principio, la situación de Ucrania y los acuerdos de Minsk, según lo reportó François Clemenceau en Le Journal du Dimanche. Sin embargo, la conversación derivó casi inmediatamente en las acciones militares que Rusia estaba empezando a llevar a cabo en territorio sirio.

Al terminar la reunión, los medios de comunicación franceses comenzaron a expresar su indignación ante la negativa de Rusia de llevar a cabo acciones militares coordinadas con las coaliciones occidentales. El impacto mediático fue aún mayor cuando los medios dieron a conocer que el presidente de la república francesa sólo había pedido a Putin que accediera a cumplir tres condiciones: detener el bombardeo ruso que —según medios occidentales— es indiscriminado, atacar exclusivamente Daesh y abrir una mesa negociación para la transición política de Siria, en la cual, como condición particular, debe terminar el mandato de Bashar al-Assad. Putin respondió negativamente a los tres puntos y la reunión se dio por terminada.

 Los presidentes de Rusia y Francia, el 2 de octubre, 2015. (Foto: Alain Jocard.)
Los presidentes de Rusia y Francia, el 2 de octubre, 2015. (Foto: Alain Jocard.)

La reacción de Putin era esperable para cualquier persona que siga el conflicto sirio y, en general, de medio oriente. La verdadera cuestión a tratar es la recurrente presión que ejerce Francia para derrocar al gobierno de la República Árabe Siria. El gobierno francés ha manifestados su deseo de sumarse a los bombardeos a las posiciones de Daesh en Siria, así como de abrir una investigación formal contra el gobierno de Bashar al-Assad por crímenes de guerra y de lesa humanidad. También a impulsado una iniciativa ante la ONU, respaldada ya por 74 estados, para que los países miembros tengan más libertad de actuar a nivel internacional sin necesidad de consultar sus decisiones con el consejo de seguridad. La pregunta, por tanto, es: ¿qué expectativas podemos tener a partir de estos acontecimientos por parte del gobierno francés?

Las acciones que está emprendiendo Francia están claramente definiendo una nueva, pero ya conocida, política intervencionista que no se veía desde el proceso de descolonización de Argelia. Esta política revive los horrores no sólo de la independencia argelina, sino también de la colonización de medio oriente, mediante el acuerdo Sykes-Picot hace casi un siglo (16 de mayo de 1916). Estos acuerdos, firmados entre Francia y Gran Bretaña, estipulaban la repartición de lo que era el imperio otomano. Sin embargo, el término que se usaría para ocupar estos territorios no sería el de colonia sino mandato. Según estas dos grandes potencias, era necesario tener presencia política en estos territorios, pues su población no estaba preparada para gobernarse a sí misma. Entre los territorios repartidos estaban Siria y Líbano, territorios que no alcanzarían la independencia sino hasta 1936, cuando en Francia gobernaba el Frente Popular. A pesar de haberse declarado independientes, dice Therry Meyssan en este artículo, el proceso legal de independencia de ambos países quedaría abierto hasta el final de la segunda guerra mundial, debido a la derrota y la ocupación de Francia. Cuando terminó la guerra, el problema fue retomado. El 29 de mayo de 1945, el general Fernand Oliva ordenó bombardear Damasco durante dos días, acción militar que sería la última patada de ahogado del colonialismo francés en medio oriente.

En 2010, después de 50 años de una política exterior caracterizada por su sobriedad, el gobierno de Nicolas Sarkozy firmó junto con el de David Cameron los acuerdos de Lancaster House. Estos reiteraron la “entente cordiale” a cien años de su creación y que está en el origen del acuerdo Sykes-Picot. Al año siguiente (29 de julio de 2012), después de las primeras protestas en Siria, se creó el Ejército Sirio Libre, presuntamente bajo la dirección de la Legión Extranjera, dirigida desde Francia por Benoit Puga —el jefe del estado mayor que conservó su cargo luego de que Hollande tomó el poder el 2012.

La reunión con Vladimir Putin y las últimas acciones de Francia en el mundo vuelven a sembrar el horror de la colonización. Ante esta historia, las intenciones de Francia, se vuelven más nítidas: quiere recuperar la influencia política que alguna vez tuvo en medio oriente. Tan sólo en cinco años, la república francesa pasó de ser una potencia caracterizada por la sobriedad de sus acciones a una potencia embriagada y necesitada de más poder.

[Este artículo fue redactado en la primera semana de noviembre, casi diez días antes del atentado en París. En ningún momento supuse que unos cuantos días después de poner le punto final la capital francesa derramara tanta sangre. El viernes 13, mientras regresaba de la facultad a mi casa y escuchaba por la radio el pánico, la incertidumbre y el miedo que había en París, recordé todo lo que había escrito. Lo revisé al llegar a mi casa y entendí lo que muchos apenas esa noche se estaban preguntando: ¿por qué Francia? Espero que mi pequeña investigación ayude a los demás a entender lo que yo entendí ese viernes por la noche.]

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