por Wilphen Vázquez Ruiz *
Enclavada a más de mil kilómetros de las costas de Michoacán, siendo éste su punto más cercano con México, la isla de Clipperton, también conocida como isla de la Pasión o isla de Médanos, es un recordatorio más de la entrega que los menos hacen por defender los intereses nacionales y del desdén con el que otros tratan estos asuntos.
En relación con lo anterior, la puesta en escena de El sueño de la Mantarraya: La isla de Clipperton, es un trabajo que captura al espectador por la solidez de los diálogos, la dirección, el trabajo de los actores y de todas las personas que intervienen en el proyecto y, claro, por los resultados de la investigación que Alejandro Ainsile llevó a cabo para lograr un guión y una obra que hablan por sí mismos, basado en la consulta de una bibliografía especializada y, más aún, de acervos como el del Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores, con el apoyo de Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
En cuanto a la obra, a pesar de que mi conocimiento acerca de teatro es muy elemental, no puedo sino señalar que al término de la presentación a la que asistí quedé profundamente impresionado, conmovido, quizá indignado por lo que refleja este trabajo que, lamentablemente sólo estará en cartelera hasta el próximo 6 de septiembre en el teatro El Granero.
Con recursos “sencillos”, si acaso puedo calificarlos así, esta obra refiere la defensa y colonización que durante el régimen de Porfirio Díaz se hizo de la Isla, así como al abandono al que fueron sujetos el gobernador, capitán Ramón Arnaud, y la tropa a su cargo, así como sus esposas e hijos, y el infierno que tuvieron que encarar toda vez que la vorágine de cambios que sucedió al régimen de Díaz llevó a los gobiernos en turno a olvidarse de una isla de acaso diez kilómetros cuadrados de extensión, cuya posesión no representaba beneficio alguno.
El guión desarrollado por A. Ansile sugiere que el régimen de Díaz tuvo interés en la isla por varias razones, que fueron cambiando con el tiempo. Inicialmente no niega las posibilidades y ventajas comerciales y estratégicas y políticas que pudieron ser contempladas por el general Díaz y que ante la lejanía de esta porción de tierra y la disputa con Francia por su posesión, el propio Díaz decidió conservarla como una moneda de cambio para cuando ésta fuera necesaria, que resultó serlo al triunfo de la revolución maderista y el exilio del general y otrora presidente de México. Francia obtuvo la propiedad de la isla en 1931, tras un arbitraje “internacional” en el que el rey Víctor Manuel III de Italia falló a favor del país galo, a pesar de que también llegó a ser pretendida por ingleses y estadounidenses por igual.
En términos históricos, parecería que la incursión y posesión de la isla fue breve, tan sólo de 1908 a 1917, pero una mirada distinta muestra totalmente lo contrario. Obligado por las circunstancias, por su pasado reciente, y ahora con el grado de capitán y gobernador de la Isla, Ramón Arnaud no tiene más opción que aceptar la encomienda de defender este pedazo de tierra en medio de la nada que —en palabras del personaje, quien señala enfáticamente— “será poca cosa, pero es poca cosa mexicana”. Las vicisitudes a las que se enfrentaron los colonos fueron constantes a partir del momento en que desembarcaron en Clipperton, pedazo de tierra, por no decir que sólo de arena, la cual imposibilita la sobrevivencia humana si no es a partir de las provisiones que periódicamente llegan desde tierra firme, periodicidad que se fue alargando cada vez más hasta desaparecer por completo.
Sujetos al olvido y encerrados en un infierno en el que el país se olvida del destacamento mexicano y éste ignora a su vez los cambios que envuelven y transformarían no sólo a México sino al mundo entero, Arnaud y sus leales defienden una isla que es indefendible por la falta de recursos, de parque, de apoyo y peor aún, de un enemigo que pueda ser identificado. Quizá por su pasado e indudablemente por su convicción de defender hasta lo último una isla que incluso ya no pertenecía a nuestro país, el gobernador de Clipperton rechazó más de una posibilidad y más de una oferta para regresar a un país al que, sin dejar de ser su patria, no era ya el mismo del que partió junto con su esposa y la tropa que comandaba.
Hacia el final de la puesta en escena e inmersos ya en el infierno que representa la permanencia en la isla, en un intento desesperado o insensato quizá, a bordo de un lanchón hecho con palos, troncos y tablas, Arnaud se lanza al mar con los leales que le quedan —excepto uno— tratando de dar alcance a un barco de cuya existencia ni siquiera se tiene plena certeza. Sobre el escenario, estrellándose contra las rocas, Arnaud y Secundino Carmona —quien tuviera el cargo de capitán, fuera segundo al mando de la guarnición de la isla y quien representa no sólo al compañero de armas que decide seguir la suerte de su superior sino también al amigo con quien se ha caído en desgracia y se entrega la vida en defensa de bien mayor— terminan con su existencia, y con ello su martirio, heredando el infierno de Clipperton a su ahora viuda y a un pequeño grupo de mujeres y niños que quedaron sujetos al “reinado” del “negro” Álvarez, quien violó a todas la mujeres que aún sobrevivían, asesinando a palos a quienes le resistieran hasta que éste fuera muerto por Alicia Rovira y otra de las sobrevivientes cuando éstas divisaron un barco que podría sacarlas de Clipperton.

Suele decirse que las comparaciones son odiosas, pero éstas son válidas y necesarias cuando son pertinentes. La isla de Clipperton, de la Pasión o de los Médanos, bien puede recordarnos algunas de las fatalidades a las que como ciudadanos de este país hemos sido sujetos, en tiempos lejanos o recientes según lo requiera la situación para la realpolitik, como moneda de cambio con la cual cuenten quienes manejan las decisiones políticas, económicas y comerciales, entre muchas otras, en esta república que no termina por arribar a buen puerto.
Entre las comparaciones que nos pueden sugerir una suerte “compartida” con el destacamento que ocupó Clipperton están el tratado de distribución de aguas internacionales de los ríos Colorado y Tijuana y Bravo desde Fort Quitman, Texas, hasta el golfo de México, signado en 1944, cuya revisión lo muestra como un tratado con pocas ventajas para nuestro país; las concesiones que el gobierno mexicano en turno hizo al de Estados Unidos para realizar cambios en las zonas económicas exclusivas (esto es, desde la costa hasta 200 millas mar adentro) de tal forma en que, a cambio de reducir el área propiedad de México en el Pacífico —en cuyo fondo se encuentran depósitos minerales formados por la actividad de la falla de San Andrés—, nuestro país contara con una mayor porción de la ZEE en el golfo de México (aspecto que no está del todo resuelto a partir del hallazgo del así llamado “Hoyo de la dona”, el cual cuenta con una cantidad de petróleo no definida por completo pero sí estimada como significativa y con alto potencial); los cambios constitucionales que permitieron la entrada de capitales privados a las que otrora fueran actividades reservadas únicamente al estado en materia de producción energética, incluyendo electricidad, petróleo y minería; la apropiación del archipiélago Norte por los Estados Unidos, aunque éste no forme parte del tratado de Guadalupe Hidalgo, y la “Iniciativa Mérida” y el compromiso implícito del gobierno mexicano por tratar de “sellar” su frontera sur a la migración de centroamericanos camino de Estados Unidos.
Moneda de cambio también lo fueron la excarcelación de Florence Cassez, quien ni siquiera terminó su condena una vez extraditada, y la negación de la patria potestad y tutela a Maude Versini, ciudadana francesa también, de lo hijos que tuviera con Arturo Montiel, ex gobernador del estado de México. Como parte de estas monedas de cambio, también está la evidencia de un estado que, no obstante la fuerza aplastante que demuestra y ejerce hacia sus gobernados, es incapaz o negligente para la defensa de los gobernados mismos y de los intereses que a todos atañen.
Termino volviendo a El sueño de la Mantarraya, en cuya escena última Alicia Rovira hace un monólogo en el que, parafraseándolo, nos dice que tras el rescate por parte de un buque estadounidense, Clipperton, el infierno de Clipperton, ha quedado atrás mas no quisiera irse. No porque no lo desee sino porque está convencida de que un día su esposo Ramón terminará de luchar contra el mar y los tiburones y regresará a la playa sin encontrarla y quedándose sólo, como solos están Secundino, las mujeres, niños y hombres que murieron en Clipperton, como solos están los barcos encallados alrededor de la isla y —como añade quien escribe estas líneas— como solos están los 43, los desaparecidos de la guerra sucia y los más de 25 mil desaparecidos reconocidos por el gobierno federal tan sólo desde 2007; como solos están los infantes de la guardería ABC, las muertas de Juárez y los migrantes mexicanos y centroamericanos que buscan llegar a Estados Unidos, como lo están quienes son presas de la trata de personas, los millones de connacionales en pobreza extrema y aquéllos de quienes ya ni siquiera tenemos noticia o memoria. Quisiera pensar que algún día seremos capaces de hallarlos o de que ellos, todos, nos encuentren. Pero no soy optimista y no me queda otro recurso que mencionarlos, esperando que su infierno acabe y su olvido termine.
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