por Karla Espinoza Motte *
La reciente entrega de la medalla Belisario Domínguez post mortem a Manuel Gómez Morin ha provocado cierta polémica por diversas razones. La condecoración fue impugnada aduciendo que el proceso dictaminador no fue transparente y que respondió a negociaciones políticas entre los partidos que, en una suerte de toma y daca, llegaron a un acuerdo para otorgar la presea aleatoriamente, repartiéndosela entre los miembros de sus filas (vivos o muertos). En El Presente del Pasado también se publicó una crítica a la póstuma distinción por tratarse de una manifestación del fracaso cultural del presente gobierno federal y una victoria política “pírrica” para el actual panismo.

Cabe agregar, sin embargo, que el reconocimiento de un personaje icónico del conservadurismo político del siglo XX por los herederos del gobierno al que él (Gómez Morin) se opuso, opera también en el marco de una deconstrucción histórico-ideológica que se inició con el panismo y que, al parecer, los priistas han decidido continuar.
La obra política de Gómez Morin es considerada un hito histórico del largo proceso democratizador del sistema político mexicano contemporáneo. Puede ser traída a la memoria desde las altas esferas gubernamentales porque él, en un primer momento, colaboró con el régimen posrevolucionario en la fundación de instituciones de gran calado (Banxico, Seguro Social, Banobras). Posteriormente se opuso al proceso de fortalecimiento del partido hegemónico; primero como acérrimo defensor de la autonomía universitaria ante la implantación de la educación socialista y años después a través de la fundación del PAN, partido que contribuyó a la cristalización de la oposición institucional de los grupos conservadores de clase media.
Manuel Gómez Morin concibió a dicho partido político como el eje de un proceso de largo aliento que contribuiría con la democracia en consonancia con las vías de la educación ciudadana y la defensa de las libertades de empresa y pensamiento. Ello frente a un estado que, en 1939, era considerado por él y por algunos de los primeros militantes panistas como un Leviatán en construcción, un estado que atentaba contra el esquema moral capaz de regular el ejercicio arbitrario del poder: el catolicismo.
Gómez Morin estaba convencido de que la técnica y la eficiencia burocrática eran elementos clave para un buen gobierno. Por ello puede ser considerado un prócer por la actual clase política mexicana que, sistemáticamente, ha encumbrado la conciliación pragmática y dejado de lado la ideología en favor de aspectos relacionados con la economía y la acción política. De ahí también que mientras el gobierno federal priista es capaz de traer de vuelta la herencia gomezmorinista como constructora de instituciones, los panistas puedan al mismo tiempo mantener a Gómez Morin en la cúspide de su panteón ideológico. Ejemplo de ello es la obra de Alonso Lujambio, el líder intelectual más visible de la última generación panista, quien en un ejercicio de recuerdo y olvido con fines políticos dedicó un gran número de páginas al hoy condecorado Gómez Morin para recordarle a su partido la herencia ideológica del más “conciliador” de sus fundadores y establecer un contraste con el radical Efraín González Luna, conservador intransigente que se valió de los antiguos jóvenes cristeros para engrosar las filas del recién creado partido político (el PAN).
El capital político de Gómez Morin estaba entre los ex universitarios e intelectuales católicos. Paradójicamente, Lujambio resaltaba esa herencia justo en el momento en que el entonces presidente, Felipe Calderón, hizo sistemáticamente a un lado la “pureza doctrinal” de la tradición demócrata cristiana del PAN, cosa que se evidenció con la polémica expulsión de Manuel Espino de las filas del partido y con en el abierto rechazo hacia su padre, el pensador Luis Calderón Vega.
El reconocimiento a Manuel Gómez Morin a pocos meses de que el PAN decidiera reformular sus casi intocados estatutos se inserta, en ese sentido, en la disputa histórico-ideológica de los líderes panistas. Busca, reforzar la figura que, en vida, tanto se esforzó Lujambio por construir. El premio, además, es parte del proceso más amplio de deconstrucción de la historia oficial del siglo pasado, proceso en el que se ha tratado de desacralizar algunos personajes para retomar y poner en su lugar a otros. El santoral cívico que otrora fue tan caro para el discurso patriótico priista se está modificando. Incluso los hitos fundacionales del régimen y los rituales cívicos atraviesan este proceso, como sucedió en el reciente y confuso episodio de “olvido” del tradicional desfile deportivo del 20 de noviembre, sustituido a última hora por una exhibición más de la “fortaleza” del ejército mexicano.
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