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Un paso atrás de la modernidad (I de II)

por Marco Ornelas *

En estos días cayó en mis manos un librito editado por la Asociación Nacional de Libreros, A. C., conmemorativo del día nacional del libro (12 de noviembre) de 1988, que por cierto es coincidente con el natalicio de sor Juana: Antonio Pompa y Pompa, 450 años de la imprenta tipográfica en México (México: Solar, 1988). Este libro contiene información de las primeras imprentas e impresores en el México independiente, además de dar noticia del probable primer impresor y primer libro impreso en tipo móvil en el continente.

Es posible que el primer libro de América fuese el Manual de los adultos para bautizar (o Manual de adultos), impreso con la venia de los obispos de la Nueva España el 13 de diciembre de 1540. Y también es posible que el primer impresor fuese el italiano Juan Pablos, originario de Lombardía. El libro y el impresor son probables porque “traer una imprenta de Europa” vino a significar una asociación de varios años que asegurara la provisión suficiente de capitales, implementos y trabajo, junto con la autorización real y eclesiástica para hacerlo, de forma que fuera innecesario mandar imprimir libros a Sevilla para luego traerlos de vuelta a América.

Posiblemente el primer libro impreso en Nueva España en diciembre de 1540.
Posiblemente el primer libro impreso en Nueva España en diciembre de 1540.

Esto fue precisamente lo que hicieron el virrey Antonio de Mendoza, el arzobispo fray Juan de Zumárraga, el impresor Juan Cromberger (alemán) y el tipógrafo Juan Pablos, los dos últimos radicados en Sevilla, para hacer llegar la imprenta a la más importante ciudad del Nuevo Mundo. Pompa y Pompa reproduce el contrato notariado en Sevilla, el 12 de junio de 1539, entre Juan Cromberger y Juan Pablos, mediante el cual pactaban y establecían las condiciones para el traslado y puesta en operación de una imprenta con tipos móviles en la ciudad de México (el contrato incluía el traslado de Juan Pablos a la Nueva España).

Antes, se había tenido conocimiento de la existencia de impresores avecindados en la ciudad de México —caso de Esteban Martín— quien, sin los prospectos y recursos debidos, bien pudo haber producido “artesanalmente” (¿de qué otra manera en el siglo XVI?) la traducción latina de la Escala espiritual para llegar al cielo, de san Juan Clímaco, traducida por el fraile Juan de la Magdalena e impreso en 1535 —libro del que no se conserva ninguna copia o fragmento—. La posibilidad de un impresor anterior a Juan Pablos fue abierta inopinadamente por el historiador mexicano Joaquín García Icazbalceta en su introducción a la Bibliografía mexicana del siglo XVI, primera parte, Catálogo razonado de libros impresos en México de 1539 a 1600, con biografías de autores y otras ilustraciones, precedido de una noticia acerca de la introducción de la imprenta en México (México: Librería de Andrade y Morales, 1886), y fue enfáticamente sostenida por el erudito chileno José Toribio Medina  en su introducción a La imprenta en México (1539-1821) (Santiago de Chile: En casa del autor, 1912), tomo 1.

Otros candidatos a primer libro e impresor americanos, sobre los que García Icazbalceta y Medina concuerdan, es un libro del que se tiene noticia cierta pero del que tampoco se conserva ninguna copia o fragmento. Se trata de la Breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana, impresa en 1539 en la imprenta de Cromberger de la ciudad de México, bajo los auspicios de Zumárraga.

Del Manual de adultos sólo sobreviven tres páginas que contienen un exhorto en latín dirigido al sacerdote, al que sigue una fe de erratas y el colofón. El exhorto se reproduce íntegro por mostrar el uso que se diera en la Nueva España a los impresos: convertir, adoctrinar y sojuzgar al indio (aunque no sólo a él). Si nos quedáramos con la Escala espiritual no se tiene un mejor panorama: se trata de un libro piadoso presumiblemente escrito en griego por Clímaco en el siglo VI de nuestra era y del que se conocen varias copias latinas de la edad media. Pero vayamos a la traducción del exhorto:

Si deseas, venerable sacerdote, aprender previamente y con brevedad lo que ha de hacerse para bautizar a cualquier indio: cuáles son los primeros rudimentos que deben enseñársele; lo que está obligado a saber el adulto desidioso y lo que en todas partes establecieron los padres primitivos, para que los adultos fueran rectamente bautizados, no sea que el indezuelo ignorante y misérrimo desprecie gracia tan sublime: consulta, hojea, lee por entero y estima este libro. Nada hay menos oscuro, nada más claro, pues sencilla y doctamente acaba de ordenarle mi sabio y piadosísimo prelado d. Vasco de Quiroga; y si le vas considerando atentamente, punto por punto, nada más podrás necesitar. Ten a bien imponerte, por su orden, de todo lo que está mandado; y para que no des motivo, por ignorancia, a que se crea que abusas de las cosas sagradas, te conviene estar vigilante, y desechar la pereza, porque nunca el perezoso alcanzó nada. Y como solían decir los antiguos: difícil es todo lo grande. Pero basta, porque ya me preguntas, para qué me detengo tanto. Acabo, pues; haz lo que te ruego, y adiós [García Icazbalceta, Bibliografía mexicana del siglo XVI, 3].

Entre los impresores que tuvo la ciudad México en el siglo XVI están: Esteban Martín (1535-1538), Juan Cromberger-Juan Pablos (1539-1560), Antonio de Espinosa (1559-1576), Antonio Álvarez (1563), Pedro Ocharte (1563-1592), Pedro Balli (1574-1600), Antonio Ricardo (1577-1579) —piamontés y primer impresor del Perú entre 1584 y 1605—, la viuda de Pedro Ocharte y su tipógrafo Cornelio Adrián César (1597-1633), Melchor Ocharte (1597-1605), Enrico Martínez (1599-1611) y Luis Ocharte Figueroa (1600-1601). Es importante advertir que no se trataba de imprentas independientes que trabajaran en paralelo, como sucedió en los países de Europa occidental, sino más bien de impresores que en buena medida se sucedieron y lograron la autorización del virrey para también ejercer como libreros, con lo que no sólo la producción editorial sino la propia distribución quedaba en sus manos y bajo estricto control real.

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