por Luis Fernando Granados *
A las profesoras —sobre todo las universitarias— nos gusta imaginarnos distintas al resto de la gente. Como la sociedad no cesa de encomiarnos por nuestra “vocación” y nuestro afán de servicio, como hacemos nuestra vida profesional entre muchachos y muchachas que se mueren de ganas por reinventar el mundo, y como nuestra mercancía es esencialmente etérea —conocimiento, le dicen— es fácil que olvidemos que, ante todo, somos trabajadoras. Y como además pertenecemos a esa clase de trabajadoras que no lo parecen, porque apenas si nos ensuciamos las manos (por más que algunas, todavía, se cubran la espalda con polvo de gis) y pasamos la mayor parte del tiempo leyendo, hablando y escribiendo —algo que parece totalmente anodino—, parecería que nuestro giro, nuestro oficio, no tiene comparación con la labor de médicas, alarifes y plomeras.
De nuestra responsabilidad social solemos hablar sólo cuando enfrentamos el embate de quienes nos consideran profesionales de segunda o una especie de adolescentes tardías, y por ello casi siempre lo hacemos de manera defensiva. Si nos imponen modelos pedagógicos, si nos obligan a tomar cursos, si las evaluaciones estudiantiles o gubernamentales son el único criterio para establecer nuestro salario o nuestra permanencia en el empleo, reaccionamos afirmando en carácter inefablemente sublime de nuestro quehacer, las formas (misteriosas) en que nuestras neurosis y nuestras equivocaciones terminan por producir algo positivo en estudiantes tan distraídas como nosotras mismas —y aún generan ciudadanas comprometidas con la construcción del país en el que vivimos.
El abismo que se abrió para Boris Berenzon hace una semana tiene por lo tanto que resultar inquietante para todas las que nos dedicamos a la docencia universitaria. Por una vez, excepcionalmente, nuestra mayor conquista laboral y profesional ha sido puesta en duda, incluso si tardíamente y con timidez: nuestros actos sí tienen consecuencias, a pesar incluso de la definitividad, la libertad de cátedra, la autonomía universitaria y el Sistema Nacional de Investigadores. Y más: nuestra enfermiza proclividad a escudarnos en nuestros títulos y grados, en el número de nuestras publicaciones, en las letritas del Pride y los numeritos del SNI —por no hablar de los padrinos que no dejamos de invocar cada vez que una colega se olvida de invitarnos a un congreso—, no siempre nos garantiza la impunidad. Acaso ésta sea la primera y más importante lección que nos deja su despido: la torre puede ser de marfil, como quiere el lugar común, pero a veces no resiste el embate combinado de fuerzas de tierra, mar y aire. También a nosotras pueden demandarnos por mala práctica.

Es cierto que algo así ocurre muy de tanto en tanto. En la Facultad de Filosofía y Letras como en el resto de la UNAM, en la UNAM como en todas las universidades del mundo, sobran las profesoras que abusan de sus diplomas, que explotan a sus estudiantes, que se aprovechan de sus colegas; abunda quien miente, quien medra con la buena fe de las demás, quien construye emeritajes como los faraones antiguos levantaron las pirámides (ya lo decía el bueno de Bertold Brecht). Que un colega irresponsable y torpe haya sido exhibido parece demasiado poco dado el nivel de la corrupción que impera en el mundo universitario. A veces hasta parece razonable concluir que se trata de un chivo expiatorio, o sea la víctima propiciatoria para que en su desgracia todas expiemos nuestras torpezas, nuestras insensateces, nuestras cobardías y canalladas.
Segunda lección, entonces: el embate contra la irresponsabilidad profesoral tiene que ser por tierra, mar y aire. El blog anónimo dedicado a exhibir la conducta de Berenzon existe desde hace por lo menos dos años. Hace tiempo también que los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM estaban saturados de habladurías y otras procacidades. Y ya en 2004, Marialba Pastor había pronunciado la palabra maldita para referirse al quehacer profesional de Berenzon (aunque sólo aplicada al diseño de un curso). Si lo único que resultó de todo ello fue apenas un extrañamiento —una llamada de atención sin mayores consecuencias—, puede que la tupida red de complicidades que domina la vida universitaria no sea la única responsable: puede que también se haya debido a que muy pocas personas asumieron que en una corporación de raigambre eclesiástica sólo existen los canales establecidos, los procedimientos institucionales, y obraron en consecuencia. En otras palabras, puede que la impunidad de Berenzon también haya sido consecuencia de que, muchas y durante mucho tiempo, preferimos el chisme a la denuncia formal, el enojo individual a la movilización colectiva.
Sería sin duda magnífico si la triste, lamentable historia de Boris Berenzon se convierte un día en precedente, lo mismo formal que sociológico, para evaluar el comportamiento de las profesoras universitarias y establecer sus castigos. El problema es que eso no va a ocurrir de manera automática o natural. Lo que necesitamos es que las estudiantes pasen de las palabras a los hechos; esto es, que no se conformen con hablar mal de sus profesoras o escribir puerilidades en sitios como Misprofesores.com. Lo que urge es que las colegas de las muchas Boris Berenzon que existen en las universidades del mundo dejen de fingir ignorancia ante sus desplantes e irresponsabilidades, y se organicen para impedir que el trabajo académico siga considerándose ajeno a las normas que rigen el ejercicio profesional de médicas, alarifes y plomeras.
Ya es hora de que exista una asociación profesional de historiadoras mexicanas que funcione a la vez como enlace con la sociedad y tribunal de pares: exactamente como los gremios de antes.
Cierto. Y porqué en femenino? no entendí… ¿quién se anima a escribir la versión mexicana de Homo Academicus?
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¡Sí!, ¡Ya!, ¡La barra mexicana de historiadores!
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Una precisión: yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.com existe desde febrero de 2011, por lo que no suma aún cinco años de vida como se afirma en esta nota. Y un complemento: a no olvidar que a Boris se lo acusó formalmente de plagio por gestión de la Universidad de Antioquía, Colombia, en 2005, como detalla el plagiado en un comunicado que fue reproducido aquí: http://yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.mx/2013/06/preguntas-pertinentes-2-por-que-tuvimos.html.
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