por Israel Vargas Vázquez *
A propósito de maletas (sospechosas), el pasado mes de enero se proyectó en la Cineteca Nacional un documental de Trisha Ziff titulado La maleta mexicana, que relata la aparición de dicho objeto con los negativos originales de tres fotorreporteros que sobresalieron por encima de muchos en la primera mitad del siglo XX: Robert Capa, David Symour y Gerda Taro. Los tres habían fotografiado las inclemencias de la guerra civil española a partir de que arribaron a la península en 1937. (El documental puede verse aquí.)

El contenido de la maleta, que estuvo perdido 70 años, era un mito para los investigadores del Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, algo que conocían sólo por anécdotas de uno de sus más venerados miembros, Cornell Capa (hermano de Robert Capa). Para los estudiosos de fotografía esa maleta era como la tumba egipcia que todos querían encontrar por su sorprendente e invaluable interior.
No es mi papel contar la historia acerca de esta maleta, que es por demás fascinante tanto para los historiadores como para los fotógrafos y admiradores de Robert Capa y Gerda Taro (para ello puede verse este fragmento). Mi interés es más bien utilizar este espacio para reflexionar sobre el impacto que el documental tuvo entre el público que asistió a la Cineteca. Su servidor tuvo la fortuna de asistir al estreno, en el cual la directora y parte de su equipo de producción estuvieron presentes. Con la sala llena y un público admirado no sólo por la historia sino por el excelente trabajo documental, parecía que la proyección iba a ser un éxito. Sin embargo, al final fue muy amargo para la gran mayoría advertir que la maleta no se encuentra en México, sino que fue a parar a un refrigerador del Centro Internacional de Fotografía en Nueva York.
La decepción no era para menos, sobre todo cuando el fotógrafo Pedro Meyer expresó su postura acerca de ese afán occidental (estadounidense) de que las cosas valiosas para la humanidad deben estar en sus museos y las exposiciones a su cargo. “Los centros de poder, por ejemplo, Nueva York, París, Londres, creen que en el resto del mundo no ocurre nada importante excepto en su espacio, tan es así que […] saquean el resto del mundo para llenar sus museos, no piensan dejar las cosas en los sitios […]. No hay ninguna diferencia entre saquear parte de las piezas de la Grecia antigua y llevárselas al Museo Metropolitano de Nueva York que llevarse los negativos que estaban en México y que eran parte del entorno cultural [mexicano].”
Al terminar la función, la directora Trisha Ziff, sintiéndose halagada por el aplauso, cometió el error de tomar el micrófono para responder a las inquietudes del público, que no se mostró amable al señalarla como la responsable de que las fotografías hayan salido de México (hecho que es cierto, porque ella fue quien negoció para que su propietario, el cineasta Ben Tarver, con residencia en este país, cediera los negativos y fueran llevados a Nueva York). La discusión acerca de este punto fue algo acalorada porque el español de la directora le impedía defenderse. El público pudo haber salido con una opinión diferente si la crítica al documental no hubiera existido.
La cuestión es que estas fotografías no fueron confiadas a una institución de investigación dentro de la republica, ya fuera por desconfianza o por otro motivo. Lo que es de destacar es que una maleta que pudo haber sido patrimonio de la nación, aunque no relatara un hecho propio de la historia de México, terminó siendo propiedad de una institución con sede en Estados Unidos, cuando fueron agentes mexicanos los que rescataron esa maleta de las fauces del fascismo europeo.
El hecho es que la maleta, propiedad privada de Ben Tarver, pasó a ser patrimonio de otro país que estuvo ajeno tanto al contenido, al rescate e incluso a la guerra civil española (cuando en México esta contienda significó mucho tanto para españoles como mexicanos). No es éste el espacio para reclamar un crédito que México ya no puede adjudicarse, pero como éste hay muchos ejemplos de lo que hoy puede llamarse “nuestro” y cae, más temprano que tarde, en manos de otros que le aprecian más por el valor que se le quiera adjudicar, sobre todo, cuando es un valor histórico.
* Maestría en Docencia para la Educación Media Superior, UNAM
Leo su reflexión con mucho interés. El sólo hecho del título me llama la atención sobre algo muy reciente en mi actual investigación y en la visualización del documental que usted pudo disfrutar en compañía de interesados en el tema en la Cineteca mexicana, mientras yo hacía lo propio, cómodamente en casa pero en extremo bien diferente: España, ese lugar donde acontecen los hechos plasmados en las fotografías de esa famosísima y más que golosa «maleta mexicana».
Leer sus palabras me ha llevado a querer expresarle que sentí lo mismo que usted, con menos protesta pública y debate, muy a mi pesar, pero sí sobre la importancia del resguardo y protección de un patrimonio en el que desgraciadamente prevalecen demasiadas cosas. La esencial: la económica, muy por encima del derecho que creemos los ciudadanos de a pie de poder enorgullecernos de un patrimonio que sentimos nuestro, que nos pertenece.
Da para mucho una reflexión sobre el tema y la realidad es que lo que pensé, usted lo materializa en palabras escritas. Las fotografías debieron conservarse en México y yo como española podría decir que también nos pertenecen al reflejar duros acontecimientos que dejaron secuelas y heridas aún sin cicatrizar, realizadas bajo el signo fratricida de aquellos tiempos. En definitiva es un patrimonio que nos pertenece a todos, pero que rentabilizan y optimizan los de siempre. ¿Cómo transcurrieron los trámites del traspaso patrimonial? ¿Hubo propuestas a las instituciones culturales mexicanas o no interesó ni el plantear al menos dejarlas en el espacio mágico que las guardó durante tantos años? ¿Ha provocado debate político tal asunto?, o ¿al ser competencia exclusiva privada México tan sólo presta nombre a una maleta que ha resguardado, oculta en un armario, un documento histórico de tal calibre con los nombres más vendibles y rentables de los muchísimos fotoperiodistas que participaron en el conflicto y hoy pasan inadvertidos o muy secundarios a pesar de haber realizado el trabajo en las condiciones pésimas y graves que los referidos Capa, Taro y Chim? ¿O fue acaso la idea romántica de hacerlos descansar “sin descanso” en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York?
Felicidades por su artículo y por expresar en un medio tan interesante como este diario electrónico temas que importan a un lado y a otro del mundo y que merecen de mucha reflexión y debate.
Marisa Hernández Ríos
Universidad de Granada (España)
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El documental, el rescate y los testimonios son de extraoridnario valor, especialmente porque fue precisamente México y la URSS quienes unicamente rompieron relaciones con la España de Franco y abrieron sus puertas a los refugiados… y ahora resulta que los salvadores del mundo, como siempre, son los estadounidenses… por favor.. qué no tenemos conciencia y confianza en nuestras instituciones.. nosotros tenemos raices e historia y sabemos valorar… porque tienen que venir otros a saquear nuestros bienes, en este caso, esos bienes culturales que son parte d ela vida española en nuestro país. Cordialmemte,
Angela DeFina
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