Divulgación Lenguajes

La voz de la historia

por Estefanía Blancas García *

Es bien sabido que la difusión histórica plantea enormes retos para los académicos; retos a los cuales nos enfrentamos, hay que decirlo, con una pobre preparación. Ello se evidencia cuando, al plantear esta discusión, solemos lanzar reflexiones más bien abstractas sobre cuál debería ser el propósito de la difusión del conocimiento histórico, sin especificar contenidos ni medios.

Ponemos la mira en causar un impacto significativo en el público el que nos dirigimos; es decir, buscamos fomentar el interés por la historia, contribuir a crear conciencia histórica y dotar al público de lo necesario para formar un juicio propio y desde una adecuada perspectiva. Sin duda estos propósitos son perfectamente válidos y hasta deseables. El problema radica en que la difusión no consiste en limpiar nuestro discurso de términos abigarrados para pararnos después, digamos, frente a un micrófono o una cámara. Como todo, la difusión requiere de cierto entrenamiento y de habilidades específicas. Además, cada medio de difusión tiene sus particularidades.

Todo esto parece muy obvio, pero puede pasar fácilmente inadvertido.

La onda histórica
La onda histórica

Vayamos al caso concreto de la radio pública. En específico, de la radio universitaria. Recientemente encontré en línea una nota que Emiliano López Rascón, productor en Radio UNAM, publicó en 2010 en Etcétera: la tituló “Decálogo para una radio posible” y la escribió a modo de recetario. (El texto puede verse aquí.) En ella son revelados hechos devastadores que el sentido común prefiere ignorar: un buen escritor no es necesariamente un buen guionista, los públicos jamás son homogéneos, es imposible quedar bien con todos. Y lo más escandaloso: la radio no es el aula, no es el libro, no es la conferencia; en fin, que no todo es radiable.

Hay contenidos más amigables que otros y dar un espacio radiofónico a un historiador brillante no necesariamente garantiza una difusión exitosa, pues ésta requiere del trabajo colectivo entre productores, guionistas, investigadores, locutores e ingenieros, que colaboran con sus conocimientos pero más aún con su creatividad, para lograr que un concepto adquiera forma y funcione.

Este trabajo colectivo viene a recordarnos que la radio universitaria fue pensada para los universitarios. Se creó para que ellos se reúnan desde sus disciplinas para inventarla, experimentar con ella, criticarla y mejorarla, pero antes que todo, conocerla. Es importante que los historiadores, muchos de los cuales vivimos pensando en la función social de la historia y en cómo hacerla efectiva, comprendamos lo que la difusión implica observándola en una dimensión más justa.

Esa “difusión” que traemos de aquí para allá engloba diversos medios con sus exigencias y limitaciones propias, y como universitarios debemos asumir responsabilidad sobre los productos que son ofrecidos desde la universidad para la comunidad en general. Nos queda el consuelo, recordando la nota de López Rascón, de saber que siempre es más sencillo entrenar la voz de un humanista para locución que educar a un locutor cabeza-hueca.

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