por Jorge Domínguez Luna *

El primero de diciembre el PRI regresó a la presidencia de México después de 12 años del desastroso relevo panista. Antes, durante y después de la contienda electoral que los colocó nuevamente en Los Pinos, los priístas, especialmente Enrique Peña Nieto, dijeron hasta el cansancio que se trataba de un partido renovado, que había aprendido de sus errores y corregido sus falencias. El argumento de la renovación se inició con la selección de su candidato presidencial seis años atrás; un discípulo del viejo grupo Atlacomulco.

A decir de los tricolores, ya no son el viejo que PRI que detentó el poder político absoluto durante casi todo el siglo XX, sino una fuerza política que ha comprendido que las condiciones actuales del país son completamente distintas de cuando entregaron la banda presidencial a Vicente Fox en 2000. Varios sectores de la sociedad incluso afirmaron que las dinámicas político-sociales actuales no permiten detentar el poder político de manera autoritaria, como bien sabían hacerlo los herederos de Plutarco Elías Calles.

A escasos quince días de haber asumido el control del país, hemos podido darnos cuenta de que los priistas no mentían. Lo dicho, lo hecho y lo mostrado en estos primeros días nos demuestra que sí han aprendido de sus errores y han mejorado sus prácticas. Lamentablemente —para nosotros— no todas las evoluciones son para bien. Para decirlo en un lenguaje vigente, son un PRI versión 2.0.

Para explicar lo anterior, haré referencia a dos episodios que llaman mi atención, que han ocupado un espacio importante en la agenda mediática a nivel nacional y que utilizan la memoria y el olvido colectivos para enviar mensajes al grueso de la población. Omitiré los hechos ocurridos el día de la protesta por considerarlos merecedores de un espacio y un trabajo mayor al presente.

El primero es la firma del “pacto por México” realizado por las tres fuerzas políticas de mayor representatividad. Mi interés se centra en la escenografía elegida para llevar a cabo un acto que ha sido calificado por los participantes como histórico. La simple inclusión del castillo de Chapultepec en la escena la dota de nacionalismo debido a los hechos que han tenido lugar ahí. Prácticamente toda la vida política del país, incluso antes de que fuera tal, ha tenido momentos en el edificio ubicado en la cima del cerro. Juntar a personajes con intereses supuestamente opuestos para generar acuerdos que contribuyan a resolver los grandes problemas nacionales es apostarle a la memoria y recordar que ahí —también supuestamente— un cadete del colegio militar prefirió lanzarse al vacío antes que entregar una tela tricolor (mera coincidencia) a los gringos invasores. En tanto que fortaleza arquitectónica, el castillo es un elemento que invoca a la defensa de la patria; por ello no es lo mismo estar en otra parte de Chapultepec como en Los Pinos o en un foro de Televisa.

Cooptación actualizada
Cooptación actualizada

Lo segundo, que en realidad incluye un tercero, es la presencia de dos personajes al lado de Peña Nieto. En orden cronológico, el primer caso fue la inclusión de Rosario Robles en el gabinete presidencial. En este caso, el hecho apuesta al olvido, a no recordar que, cuando pertenecía a la oposición, esa mujer colaboró (casi en el sentido y uso actual de la palabra en francés) con la estrategia para detener al segundo candidato de oposición con posibilidades reales de ganar la presidencia. Si bien no fue incluida en el gabinete de Calderón por la obviedad de la situación, ahora se asume que, pasados ocho años de los episodios que evidenciaron lo que todo mundo sabía de las prácticas políticas en este país, la gente no relacionará su participación en el “complot” a cambio de una secretaria de estado y, por el contrario, se argumenta que la decisión recae en la capacidad y voluntad de integrar un gabinete plural.

De igual manera, la entrega del Premio Nacional de Derechos Humanos al célebre padre Solalinde es una apuesta a olvidar que quien otorgó el reconocimiento no ha sido “históricamente” respetuoso ni creyente de las garantías individuales como un derecho. De hecho, él mismo y su genealogía política son —en la práctica— acérrimos enemigos de las libertades ciudadanas, como se demostró el día de su toma de protesta.

Los mensajes verbales, pero especialmente los no verbales, que ha enviado la nueva administración reafirman que éste es un PRI mejorado. Promete ser un profesional en lo que mejor sabe hacer: reprimir, coptar, simular, manipular y todos los verbos de los que se apropió durante el siglo pasado. Los priistas esperaron pacientemente doce años para poder jugar nuevamente con la memoria colectiva; en alguno casos para recordar que antes de la llegada de los azules las cosas estaban mal pero no tanto, y en otros para olvidar que el mote de la “dictadura perfecta” era algo que el régimen se ganó a pulso, con el sudor y —especialmente— con la sangre de muchas y muchos.

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