por Bernardo Ibarrola *
Los gobiernos de algunos países, como los últimos que ha tenido México, desdeñan el pasado y se desentienden de los discursos públicos que se elaboran apelando a éste. Otros, como los de Francia, los utilizan a fondo.
En Francia hay, en realidad, dos conmemoraciones nacionales: el 14 de julio, para recordar el inicio de la revolución en 1789, y el 11 de noviembre, día que aprovecha la efeméride del armisticio que puso fin a la primera guerra mundial para conmemorar al millón y medio de soldados franceses caídos durante el conflicto. Mientras que la conmemoración de la revolución es colorida, festiva y exultante, la del armisticio es gris, solemne y triste. Una ocurre en el apogeo del verano; la otra, anuncia el invierno. Fuegos artificiales, para una; guardias de honor en los cementerios, para la otra.
El año pasado, el presidente Nicolas Sarkozy introdujo una novedad en la conmemoración del 11 de noviembre: además de rendir tributo a los “soldados de la Gran Guerra que tanto sufrieron” y para quienes “la llama del recuerdo no se extinguirá”, como habían hecho —palabras más, palabras menos— todos sus antecesores, Sarkozy explicó que “en esta jornada a la que la peor de las guerra dio una significación tan profunda, es a todos los ‘muertos por Francia’, sus hermanos de sacrificio, que la nación rendirá a partir de ahora homenaje”. Es decir, a todos los muertos en operaciones exteriores: “los que cayeron en Indochina, en Suez, en África del Norte , pero también en los Balcanes, en el Medio Oriente, en Chad, en Costa de Marfil, en Afganistán…”
Así, Sarkozy pretendió utilizar uno de los “momentos de la memoria” más profundamente arraigados en su país para legitimar el sacrificio de los reclutas que perdieron la vida defendiendo los intereses del imperio colonial francés en el este de Asia y el Magreb, junto con el patriotismo de los soldados de hace casi un siglo y la abnegación de los militares profesionales muertos en las operaciones llamadas de “mantenimiento de paz” a partir del decenio de 1990. Pocos meses antes de concluir su mandato, y ante los pésimos pronósticos sobre su reelección, el presidente consiguió imponer, a través de una ley votada por la mayoría saliente, una de las obsesiones de la derecha francesa: la reivindicación del pasado colonial.
Hace pocos días, el flamante gobierno emanado del Partido Socialista se vio obligado a realizar la primera conmemoración para todos los “muertos por Francia”. El presidente François Hollande cumplió con su obligación, pero no cayó en la trampa que le dejó preparada su antecesor y, echando mano tanto del presente como de la historia, consiguió omitir el pasado colonial de la conmemoración. La fría mañana del domingo pasado, el presidente montó guardia de honor en el monumento al Soldado Desconocido —bajo el Arco del Triunfo— flanqueado por una niña y un niño, hijos de soldados muertos este año en Afganistán, gesto que conduce contundentemente a la actualidad y a la política exterior contemporánea de Francia.

Desde el viernes anterior, el gobierno había anunciado la “rehabilitación” del subteniente Jean-Julien Chapelant, de 23 años, quien, herido y atado a su camilla, fue fusilado en 1914 por haberse rendido al enemigo en el campo de batalla. La historia del subteniente Chapelant —uno de los cerca de 650 militares franceses ejecutados durante la guerra por deserción, amotinamiento, desobediencia o crímenes del fuero común— era bien conocida desde los años veinte, pero se hizo célebre tras la publicación en 1935 de la novela Paths of Glory, de Humphrey Coob, que se inspiraba en ella y que fue adaptada al cine en 1957 por Stanley Kubrick. La película fue exhibida por primera vez en Francia sólo en 1975.
El hecho de que el nombre de Chapelant pueda ponerse entre los “muertos por Francia” fue tan atendido como la propia conmemoración. Rehabiltar a un hombre juzgado y ejecutado por un acto de cobardía hace que el foco de la conmemoración se desplace de la abnegación y el valor de los soldados a la brutalidad y la injusticia inherentes a la guerra, lo que sin duda no estaba en los planes del anterior presidente. Se trata del primer movimiento de la izquierda para modificar el discurso histórico oficial. Pero la verdadera materia de controversia —el pasado colonial— apenas comienza. De esto hablaremos la próxima vez.
Me recuerda a lgunos de mi falsificadores, que hablan con emoción de la potencia latina (Francia) que nos hubiera salvado del desastre lamentable que nuestro país es, sin idea ninguna de las formas y mecanismos con los que se extendía el Impreio Francés…
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