Divulgación Museos

Museo de historia sin historia

por Jorge Domínguez Luna *

Hace nueve años y unos días, en septiembre de 2003, el gobierno delegacional en Tlalpan, encabezado por Gilberto López y Rivas, inauguró algo que decidió llamar Museo de Historia de Tlalpan. Ubicado en una construcción del siglo XIX, el recinto tenía como objetivo —a decir de las autoridades— “la constitución de un espacio para la conservación y difusión de la historia tlalpense mediante el trabajo conjunto de académicos, investigadores, cronistas y la población en general”. El proyecto fue efímero, por decir lo menos.

Cascarón. (Foto: México Desconocido.)
Cascarón. (Foto: México Desconocido.)

Después de tres administraciones locales y los primeros días de una cuarta, lo único que sobrevive es el nombre con el que se identifica al inmueble y el logotipo en la fachada (una espiral con un pie izquierdo al centro, ambos ubicados sobre ejes cardinales). Actualmente alberga las oficinas de la Dirección General de Cultura, mantiene en exhibición el teléfono con el que hizo la primera llamada del entonces pueblo de Tlalpan a la ciudad de México en 1878, y ocasionalmente se realizan exposiciones de artes plásticas y visuales con un sentido que lo acerca más a la categoría de galería que a la condición de museo. El sentido original del museo murió el primero de octubre de 2003 con el cambió de administración.

Lo anterior —y la experiencia en los gobiernos delegacionales— permite inferir que el proyecto del museo de historia fue, en gran medida, consecuencia de la formación como antropólogo del entonces ejecutivo local. Es decir, aparentemente fue el interés personal por el estudio del pasado antes que un proyecto de gobierno lo que propició la creación de este espacio. La intención no es revivir el proyecto sino llamar la atención sobre la lógica con la que se desarrollan las políticas públicas referentes al conocimiento del pasado.

El ejemplo se presenta en el nivel de gobierno más cercano a la población. Empero, no parece haber mucha diferencia en los niveles estatal y federal. La vida y el sentido de los programas o proyectos gubernamentales depende de los gustos, creencias u objetivos políticos de los servidores públicos. Ello provoca que el uso estatal de la historia se reduzca a la legitimación de los gobernantes y a la creación de identidades.

Ante este panorama, es perentorio generar una conciencia en los estudiosos del pasado sobre la importancia de involucrarse en todas y cada una de las etapas de la vida del conocimiento del pasado. Para lo cual son necesarias dos cosas: dejar de menospreciar los espacios laborales distintos a la investigación, y generar iniciativas que impulsen la participación de los profesionales del pasado en la toma de decisiones y puesta en práctica de éstas, en lo concerniente a la administración y difusión de la historia en cualquiera de sus formas que practican los gobiernos.

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