Federico Anaya Gallardo
El pasado 21 de agosto, Jorge G. Castañeda escribió en el blog de Nexos una entrega titulada “Los exes no están mancos”. Es relevante leer la pieza con atención y ponerla en contexto histórico. Desde que fuera coordinador de estrategia de la campaña presidencial de Ricardo Anaya Cortés (marzo de 2018), el ex canciller e hijo del ex canciller Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa señaló que había un pacto inconfesable entre el entonces presidente Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. Ésta era la explicación de la coalición conservadora PAN-PRD-MC para los ataques que, desde la Procuraduría General de la República, se enderezaron contra Anaya Cortés. La narración de Castañeda aseguraba que las acusaciones por enriquecimiento ilícito, fraude, operaciones con recursos de procedencia ilícita y defraudación fiscal eran un pago anticipado al obradorismo. A cambio, el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional habría prometido impunidad a Peña Nieto y sus cercanos.
- El rompimiento de la omertá
Desde que empezó el actual affaire Lozoya en julio de 2019 (emisión de una orden de captura en México) y especialmente luego de la detención en España del ex director peñista de Pemex (febrero de 2020), las y los compañeros de Castañeda en la la televisión abierta mexicana lo han asediado sobre su teoría del pacto de impunidad. Parecería que no había tal. Con todo, él insiste en su hipótesis. “Los exes no están mancos” es un ejemplo interesante de lealtad a una hipótesis.
Nos dice Castañeda que “si hubo pacto entre Peña Nieto y López Obrador, éste descansó en un equilibrio de compromisos, amenazas y posibles represalias mutuas entre ambos personajes”. En esta nueva versión de la hipótesis, se habría tratado de una negociación un poco a ciegas en la cual ambas partes (el viejo régimen priista y los radicales del obradorismo) acordaban cosas pero se reservaban la posibilidad de traicionar lo acordado y atacarse. Sigue diciendo el ex canciller de Vicente Fox: “Pensar que Peña Nieto y Videgaray iban a confiar en la palabra de López Obrador como única garantía de cumplimiento es no sólo ingenuo, sino absurdo.” Ésta es su explicación para la aparición de los videos de 2015 en que se aprecia al hermano del actual presidente recibir dineros de un personaje cercano al entonces gobernador de Chiapas. Nos explica que los priístas “no están mancos, no acostumbran quedarse quietos […]. O bien le entregaron el video ahora a Carlos Loret porque pensaron que López Obrador, al divulgar el texto de [la denuncia de] Lozoya, violaba el pacto, o bien le dieron el pitazo a Loret de donde había que buscarlo”.
Uno no puede sino admirar esta terquedad intelectual. El pacto que se inventó el coordinador de campaña del PAN para explicarse los ataques del PRI en 2018 se comprueba ¡incluso si el obradorismo procede en contra de los priistas! Comprobación paradójica: el pacto existía pero que se ha roto. Con esta circunvolución el pacto alegado regresa a la inexistencia —y Castañeda queda como un elegante argumentador.
Pero en “Los exes no están mancos” hay más que vueltas, rodeos y maromas. Castañeda dice que el resto de los priistas corruptos contraatacarán porque duda “que se entreguen tan fácilmente como Lozoya. Sólo que probablemente cuidarán mejor a sus familiares, porque ya saben que López Obrador opera sin cuartel. Todo se vale. Ni duda cabe.” Ésta es una afirmación compleja. Por una parte, hay una clara denuncia a la cobardía de Lozoya, quien ha roto el pacto de omertá de las elites neoliberales. Recordemos que en el español de México el adjetivo fácil se usa también para el débil o inescrupuloso que comete felonías (como traicionar). En este punto, habría que aclararle al ex canciller que las acusaciones ventiladas afectan tanto a priistas como a panistas y que, en este sentido, la entrega fácil de Lozoya afecta a todas las elites. Por otro lado, hay una denuncia a la salvajada del obradorismo por utilizar a la familia de Lozoya para presionarlo. No dice nada nuestro autor de la jocunda participación de los familiares de Lozoya en las tropelías del soplón —participación que nos indica cómo la corrupción se ejerce a través de las estructuras tradicionales de la sociedad (familias, congregaciones religiosas, claustros académicos). Finalmente, hay una amenaza: todo se vale.
En ese último punto hay que reflexionar más. Si ahora que el supuesto pacto se ha roto “todo se vale”, ello significa que antes había cosas que “no se valían”. Castañeda está aquí hablando, precisamente, del pacto de omertá establecido entre las elites de México. Y nuestro autor se duele —de eso no cabe duda al lector atento— de que se hayan traspasado los límites que establecía la decencia de las elites. Aquí debo explicar por qué hablo en plural. La transición a la democracia mexicana fue tan prolongada, y tan poco receptiva a demandas verdaderamente populares (recuérdense los 700 neocardenistas muertos luego de 1988 y la guerra de baja intensidad en Chiapas desde 1994); que sus operadores gubernamentales (el viejo PRI) tuvieron oportunidad de negociar con sus opositores (en el PAN, PRD, la academia y la sociedad civil) mecanismos para extender sus privilegios de modo que se pudiesen incluir nuevos grupos compactos. De los recién llegados a la cumbre institucional a partir de los años noventa del siglo XX, algunos se beneficiaron del muy ampliado financiamiento público a partidos políticos. Otros ingresaron a nuevas burocracias magníficamente pagadas (CNDH, IFE-INE y el resto de los organismos constitucionalmente autónomos). Otros fueron legatarios de buenas conquistas federalistas, administrando en sus regiones los crecientes ramos federales destinados a gobiernos estatales y municipales. Este arreglo de inclusión, sin embargo, no hizo nada contra la corrupción del viejo priismo; de hecho la generalizó. La “inflación” de salarios públicos en estados y municipios data de estos años. Para recordar al general Obregón, fue un cañoneo continuo con disparos de mucho más que cincuenta mil pesos. Y tanto la vieja como las nuevas elites compartieron no sólo los dineros públicos, sino la costumbre del silencio cómplice.
- Otra referencia italiana: Sinegallia
Omertá se llama a esa “ley de silencio”. A ella se sujetan las personas implicadas en actividades delictivas. El término proviene de las mafias italianas e italo-estadounidenses del siglo XX. A nuestras generaciones el término nos traslada a los ambientes recreados por las novelas de Mario Puzzo y las películas de Francis Ford Coppola. Hoy, yo quisiera aportar una referencia italiana más antigua. Dice Castañeda que ahora “todo se vale”. Como verá el lector, en política siempre se ha valido todo.
En el otoño de 1502, los capitanes del duque Valentinois (César Borgia) lo traicionaron. Se reunieron en Magione y se repartieron entre ellos las conquistas que César había hecho en los últimos años. César estaba en desventaja y les ofreció aceptar el nuevo arreglo con tal de que lo incluyeran en él. Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, Paolo Orsini y el duque de Gravina Orsini le creyeron. Se acordó una tregua. Nicolás Maquiavelo era el embajador de la Signoria de Florencia ante Borgia. La república florentina desconfiaba del Valentinois, pero odiaba más a Vitelli y a los Orsini. Maquiavelo reporta que Borgia negociaba la tregua “con la máxima diligencia reforzaba su caballería e infantería”, pero que “para que estos preparativos no fueran detectados, dispersaba a sus tropas por toda la Romaña”. El reporte se conoce como Descripción de cómo procedió el duque Valentino. Fue escrito en la primavera de 1503 y se publicó en 1532 con la primera edición de El príncipe. (“Descripción de cómo procedió el duque Valentino para matar a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, Paolo Orsini y al Duque Gravina Orsini”, en Nicolás Maquiavelo: Antología [Barcelona: Península, 2009], pp. 157-164).
Aparte, Borgia hizo correr rumores de que sus soldados desertaban. En esas condiciones, en diciembre de 1502 pidió a los capitanes que le ayudasen a tomar una pequeña ciudad fortificada en la costa del mar Adriático: Sinegallia. Los traidores aceptaron y concentraron sus tropas en esa empresa. La ciudad cayó pero el comandante del alcázar dijo que deseaba rendirse ante el duque Valentinois y no sólo ante sus capitanes. Borgia llegó al lugar con retraso (y aparentemente, con poca tropa). Propuso a los capitanes que lo dejasen entrar a la ciudad con sus pocos soldados y que ellos colocasen a sus tropas alrededor de Sinegallia. Estos aceptaron suponiendo la debilidad de Borgia. El embajador Maquiavelo, quien seguía la columna de Borgia, no entendía por qué éste aceptaba meterse en una trampa tan evidente. Quienes le acababan de traicionarlo meses antes lo tendrían rodeado en Sinegallia. Lo que ni Maquiavelo ni los traidores sabían era que las tropas que “habían desertado” en las últimas semanas, en realidad seguían bajo el mando de Borgia. En secreto se habían apostado rodeando los batallones de los traidores.
Así las cosas, César Borgia y los traidores se reunieron para celebrar su victoria en uno de los edificios públicos de Sinegallia. Es probable que los capitanes traidores tratarían de atentar contra Borgia. Nunca se sabrá con certeza —aunque esa fue la versión que César dio a conocer al mundo. Lo cierto es que Vitelli, Oliverotto y los Orsini fueron capturados y ejecutados. El anillo de las tropas cesarianas se cerró sobre las de los traidores y Borgia ganó la jornada. En Roma, simultáneamente a los hechos de Sinegallia, el papa Alejandro VI arrestaba y ejecutaba a los príncipes Orsini. Entonces quedó evidenciado que la trampa de César era mayor y estaba mejor planeada.
Una bella y razonable recreación de estos hechos puede verse en el episodio 8 (“1502”) de la temporada 3, de la serie Borgia (Canal+, 2011-2014). Se trata de la serie europea. La estadounidense (The Borgias, TNT, 2011-2013) se canceló antes de llegar a 1502.
- Enseñanzas de Sinegallia: El arte de la traición
Maquiavelo envió a la Signoria varios reportes del asunto antes de su Descripción y luego reflexionó sobre la experiencia en El príncipe (México: Compañía Editorial Continental, 1955 [1512]).
Desde la Descripción, Maquiavelo reportó que, antes de la toma de Sinegallia, Borgia tenía la fuerza para enfrentar a los traidores, pero que en lugar de “vengarse de sus enemigos en una guerra abierta, pensó que lo más útil y lo más seguro era engañarlos”. Entre líneas, sugiere que la utilidad consistía en evitar a la población más dolores en la interminable guerra entre condottieros que llevaba dos siglos agraviando a todos los italianos. Maquiavelo dice que luego de Sinegallia, Borgia “tenía construidos sólidos cimientos para su poder futuro, máxime cuando […] se había ganado la buena voluntad de esos pueblos, a los cuales empezaba a gustar el bienestar de su gobierno” (El príncipe, capítulo 7).
Por ya cinco siglos, la traición de Sinegallia es el ejemplo canónico de que en la lucha por el poder todos los políticos engañan, prevaleciendo el más hábil y audaz… aunque también juegue papel relevante la Fortuna. En el asunto Lozoya, Castañeda argumenta más o menos eso: todos los políticos son tramposos, todos engañan, nadie es manco. Por lo mismo, si no se respetan los pactos entre élites, se vale todo. ¿Hasta la violencia?
Maquiavelo y su tiempo aún tienen algo que decirnos a este respecto. En su Descripción de 1503 sobre Sinegallia, el secretario florentino señalaba que, al pactar con los traidores, Borgia les había dicho que “para él era suficiente tener el título de príncipe, pero que quería que el principado fuera de ellos. Tanto los convenció […] [que aceptaron] negociar el acuerdo y depusieron las armas”. De hecho, en las semanas previas a Sinegallia, Borgia les confirmó nombramientos, títulos y contratos, con lo cual los traidores asumieron que el duque Valentinois efectivamente era débil y dependía de ellos. Creyeron que todo seguiría igual.
En ese último detalle hay una enseñanza práctica esencial que Maquiavelo desarrolló con cierta profundidad. La persona que juega a la política debe dominar el lenguaje en que se hace la política, tanto entre las elites como entre el pueblo. En el libro I, capítulo 11 de los Discursos sobre la primera Década de Tito Livio (Madrid: Alianza Editorial-Emecé, 1987 [1531]), el secretario florentino afirma que, en la antigua Roma, Numa Pompilio alegó que una ninfa (Egeria, protectora de los partos) era quien por las noches, mediante sueños, le inspiraba las nuevas leyes que proponía a sus conciudadanos. ¿Por qué el engaño? “porque quería crear instituciones nuevas y desusadas en aquella ciudad y temía que su autoridad sola no bastase”. Igual reporta Maquiavelo que, en 1495, Savonarola fue muy popular tanto entre ricos como entre pobres de la muy culta Florencia por dos razones: una, porque explicaba las nuevas instituciones (una república de iguales) en un lenguaje ya conocido (el religioso); otra, porque era congruente. Del radical religioso (elogiado por los luteranos como precursor de la reforma), dice Maquiavelo en los Discursos: “de un hombre de su talla se debe hablar con respeto, […] puedo asegurar que fueron infinitos los que lo creyeron, sin haber visto nada extraordinario que pudiera confirmar su creencia. Porque su vida, su doctrina y el tema de sus sermones bastaban para que se le prestase fe.”
Quienes busquen la reorganización de las instituciones sociales deben hacerlo usando no sólo el lenguaje común, sino en el contexto cultural imperante; es decir, hacer política del modo en que ordinariamente se hace la política, por más que su ánimo sea el de transformar esa política. Esto es menos evidente cuando se ha disuelto el estado previo, digamos en el París de agosto de 1793 o en el Petrogrado de octubre de 1917. Pero recuérdese que en L’ancien régime et la Révolution (París: Gallimard, 1964 [1854], Alexis de Tocqueville mostró que aún en situaciones extremas hay elementos culturales del antiguo régimen que siguen reproduciéndose bajo el nuevo.
Ni la Italia de 1502 ni el México de 2020 nos presentan una situación revolucionaria. Por lo mismo, no es de extrañar que incluso los actores radicales de nuestra política reproduzcan la cultura tradicional. Lo que importa son el tono y la intención con que se usa esa cultura. Por eso Maquiavelo admiraba la actuación de César Borgia en Sinegallia: sospechaba que era el heraldo de una nueva era. No era el único que le tocó conocer al secretario florentino. La crítica más dura de Maquiavelo a Savonarola fue haber sido un profeta desarmado. Hoy, una estatua de bronce del mártir florentino forma parte del monumento a Lutero en Worms. El monje dominico aparece sentado abajo y a la derecha de Lutero. Pero en el mismo conjunto podemos ver a Federico III, príncipe elector de Sajonia, y a Felipe I, Landgrave de Hesse. Ambos están de pie, cada uno en su pedestal, al frente del de Lutero. Ambos van armados con largas espadas y guardan al reformador a derecha e izquierda. La reforma luterana no habría ocurrido sin las armas de los príncipes alemanes. Los actores radicales no sólo reproducen la cultura tradicional, sino que se benefician de ella para asegurar el triunfo de sus nuevas instituciones. Esto es, por supuesto, contradictorio: Engels denunció en 1850 la manera en que la alianza de Lutero con los príncipes traicionó a los campesinos que apoyaban una versión más radical de la reforma protestante —F. Engels, Las guerras campesinas en Alemania (México: Grijalbo, 1971 [1850]).
Preguntas necias de obvia respuesta. ¿Sería el Occidente moderno mejor sin la contradictoria alianza de Lutero con la nobleza germánica? Ni siquiera habría modernidad en Occidente. Ciertamente el campesinado alemán fue masacrado, pero otros campesinados europeos avanzarían a partir de esa experiencias. Engels recuperó su historia no para dolerse de ella sino para aprender. Tocqueville demostró que la revolución francesa cedió a la tradición de racionalización y centralización del Rey Sol. ¿Fue incongruente? Por supuesto que sí, pero esa incongruencia resultó —entre otras cosas— en una república moderna que ofrece educación y salubridad universal a todas las personas (administradas por una burocracia napoleónica). Y Mélenchon puede cantar La marsellesa para recordar que ahora hay que salvar a los migrantes africanos y el equilibrio ecológico.
El mundo avanza por contradicciones. Pero las elites mexicanas de 2020 nos las presentan como demostración de la imposibilidad de avanzar. Al proclamar que López Obrador y Morena son lo mismo, lo único que pueden ofrecer es que retornen al poder el PRI o el PAN. Y esto no es caricaturización. Es lo que propusieron miembros conspicuos de esa elite en su manifiesto “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia” del 15 de julio de 2020. De hecho nos dicen que desean “una amplia alianza ciudadana que, junto con los partidos de oposición, construya un bloque que, a través del voto popular, restablezca el verdadero rostro de la pluralidad en las elecciones parlamentarias de 2021”.
Uno de los firmantes de esa carta es Castañeda. El mismo autor que, el 21 de agosto siguiente, nos advierte ominoso que ante el quiebre del supuesto pacto de impunidad —cuya existencia él sostiene— “todo se vale”. Suponiendo que el excanciller tiene una mínima congruencia, debemos leer ambos textos como parte de una misma narración. El “verdadero rostro de la pluralidad” que se defiende a mediados de julio de 2020 es en realidad la pluralidad de operadores, intelectuales orgánicos y líderes del viejo régimen que desean que el lenguaje y las formas políticas a las que están acostumbrados se respeten. A mediados de agosto de 2020, uno de los 30 firmantes se duele que López Obrador hayaa roto un supuesto pacto de impunidad y lanza la amenaza de que, por lo mismo, todo se vale. Los conjurados de Magione han caído en cuenta de que el duque Valentinois no ha cumplido su promesa de confirmarles nombramientos, títulos y contratos.
- Enseñanzas de Sinegallia: La polarización social
Regresemos a Maquiavelo. Mientras las elites pactan con los nuevos liderazgos para preservar privilegios, el pueblo lo hace para construir instituciones que lo defiendan de la rapiña de esas elites. Esta idea la repite el florentino tanto en los Discursos (escritos entre 1513 y 1520) como en sus Historias de Florencia (escritas entre 1520 y 1527), pero su instructivo resumen se encuentra en el capítulo IX El Príncipe (escrito hacia 1512):
“El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los grandes, según que la ocasión se presente a uno o a otros. Cuando los magnates ven que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe para poder —a su sombra— dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo procede del mismo modo cuando ve que no puede resistir a los grandes y elige un príncipe a fin de que le proteja.
”Quien llega al principado con el auxilio de los grandes lo mantiene con más dificultad que quien lo consigue con el del pueblo: porque aún siendo príncipe se halla cercado de magnates que se creen iguales a él y le quitan libertad de acción y mando; mientras que quien llega a la soberanía con el favor popular está solo en su exaltación y entre quienes le rodean no hay ninguno que no esté pronto a obedecerle.
”Aparte, las aspiraciones de los nobles sólo se satisfacen causando daño a alguien y las del pueblo no exigen ofensa a nadie. Sucede que los propósitos del pueblo tienen un fin más honrado que los de los grandes. Estos quieren oprimir y el pueblo sólo desea no ser oprimido.”
Maquiavelo debe leerse hoy día en clave social y hasta radical. Los cinco siglos que nos separan de él crearon en Occidente instituciones republicanas y democráticas que permiten elegir a la persona que ocupe el “principado” y renovar periódicamente esa elección. Por eso nuestros conjurados de Magione llaman a derrotar a López Obrador en una elección abierta y no a acuchillar a los morenistas. (Es una suerte que no hayan invitado a firmar su manifiesto a Pablo Hiriart o a Ricardo Alemán, cuyo estilo es más 1500 que 2000.)
Pero el trasfondo de conflicto social, de polaridades duras en la estructura misma de la sociedad, sigue igual en todo el mundo pese a los cinco siglos de avance. En el libro III, capítulo 13, de su Historias de Florencia, que se ocupa de relatar los detalles de la rebelión de los ciompi de 1378, el secretario florentino cita el discurso de uno de esos pobres cardadores de lana (pueblo magro) que se rebelaron contra los ricos (pueblo) de su pequeña y culta república:
“La naturaleza nos ha hecho a todos de una idéntica manera. Si nos quedáramos todos completamente desnudos, veríais que somos iguales a ellos. Que nos vistan a nosotros con sus trajes y a ellos con los nuestros y, sin duda alguna, nosotros pareceremos los nobles y ellos plebeyos. Porque son sólo la pobreza y las riquezas las que nos hacen desiguales.”
Durante el siglo que siguió a esa gran revuelta, la hegemonía social de la familia Médici en Florencia se sustentaba en que el clan era defensor de los magros contra los “gruesos”. La contradicción central del régimen mediceano era el contraste entre la promesa de igualdad que Silvestre Médici defendía en 1378 frente a la ostentosa riqueza de Lorenzo el Magnífico en 1492. Esa discordancia aparentó resolverse mediante el patrocinio del arte y una magnífica ágora en que se debatía de todo. ¿No dio refugio el gran Lorenzo a Giovanni Pico de la Mirandola cuando la iglesia lo excomulgó por buscar una debate filosófico que resolviese las disputas entre las grandes religiones? Pero esa solución era sólo aparente. A la muerte del Magnífico, la polarización social entre los florentinos estalló y la nueva república fue liderada por el radical Savonarola. En estas condiciones, no es extraño que la generación intelectual de Maquiavelo haya estado atenta a la evolución sociopolítica.
A la opinión pública mexicana de 2020 esta descripción de la Florencia del quatroccento seguro le sonará familiar. ¿No gobernó el PRI a nombre de los magros del México posrevolucionario? ¿No resolvía sus contradicciones promoviendo muralistas, arquitectos, pintores e intelectuales? Igual que Cosme y Lorenzo permitieron debates abiertos, pero controlados entre los florentinos, podemos hacer enunciación de los logros legales de la transición democrática entre 1988 y 2018 —de la ciudadanización del IFE-INE a la creación del sistema de transparencia gubernamental. Pero, como ya dije arriba, todo lo anterior no alteró la desigualdad social y se logró, en parte, mediante el aseguramiento de salarios inverosímiles a las nuevas burocracias, lo cual era percibido por nuestro pueblo magro como una profunda corrupción del pacto social.
- Diferencia entre la moral privada y la ética pública
Cuando el secretario florentino dice que a los pueblos empezaba a gustarles el bienestar del régimen Borgia indica que, pese al salvajismo de César (el más terrible de los condottieros), sus innovaciones atraían a sus súbditos. Estas innovaciones, pese a su poca duración, nos explican la desaforada venganza de las grandes familias oligárquicas italianas contra el recuerdo Borgia. Muerto el papa-padre, César perdió el mando de sus tropas y fue traicionado del mismo modo que él había traicionado. Las guerras entre condottieros no terminarían sino hasta que España y Francia se repartieron Italia. La oligarquía renacentista no produjo más Césares, sino que se conformó con los manuales de etiqueta cortesana al modo de Baltasar Castiglione.
Sería en otra parte adonde los reformadores tendrían éxito. Pero para ello deberían superar (no negar) a César Borgia. Michael Walzer, en La revolución de los santos: Estudio sobre los orígenes de la política radical (Buenos Aires: Katz, 2008 [1965]), sugiere que en la Europa de 1500 había un contexto que llamaba a la crítica social de fondo y permitía la elaboración de lo que hoy conocemos como discurso revolucionario. El mundo europeo medieval se derrumbaba, no sólo en lo ideológico (reforma protestante), institucional (aparición de los estados absolutistas) y geopolítico (descubrimiento de la otredad americana), sino en lo social: eran continuas las guerras entre nobles, los levantamientos campesinos y los motines de pobres urbanos. De esas convulsiones, la primera revolución en forma fue la inglesa de 1642 porque —nos dice Walzer en el prefacio a su libro—en ella floreció “el primero de esos agentes autodisciplinados de la reconstrucción social y política que han aparecido tan frecuentemente en la historia moderna” de Occidente: el santo calvinista, quien
“destruye un antiguo orden que no hay por qué añorar. Es el constructor de un sistema represivo que probablemente habrá que soportar antes de poder huir de él o trascenderlo. Por sobre todo, es un político en extremo audaz, ingenioso y despiadado, como debe ser todo hombre que tiene que llevar a cabo ‘grandes obras’; pues ‘las grandes obras tienen grandes enemigos’ ”
Borgia cumplía con la audacia, el ingenio y la falta de piedad que señala Walzer, pero es sólo un precursor fallido de la gran revolución puritana porque su individualismo le limitaba. Su carisma —igual que el de Savonarola— era “exclusivamente personal, […] incapaz de una expresión organizacional” (p. 23). Para acercarnos al sentido al tiempo trágico y práctico de los líderes revolucionarios ingleses, el cine ha producido dos cintas imperdibles: Cromwell (Ken Hughes, 1970) y To Kill a King (Mike Barker, 2003). Verlas no tiene desperdicio para quien practique la política en México. Los nuevos regímenes deben lidiar al tiempo con la tradición y desmantelar los arreglos sociales previos.
Sobre lo mismo, Antonio Gramsci afirmó en los años treinta del siglo XX que el nuevo príncipe no podía ser un individuo, sino el pueblo organizado en un partido proletario y popular (Obras de Antonio Gramsci 1: Cuadernos de la cárcel: Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno. [México: Juan Pablos, 1995]).
Un Borgia colectivo que conquiste audaz a la diosa Fortuna. Cromwell triunfó porque era la cabeza de un ejército popular organizado alrededor de la ideología calvinista más radical. Pero —y aquí vale la pena recordar que Gramsci era admirador de Lenin— el nuevo príncipe colectivo debe practicar la política del mismo modo sagaz, duro y frío en que siempre se ha jugado. Por eso los hechos de Cromwell siguen causando espanto en amigos y enemigos.
Los oligarcas que derrotaron a los Borgia construyeron una leyenda negra sobre ellos, subrayando sus defectos morales individuales, de modo tal que el lector se olvidase de las virtudes sociales que el nuevo régimen Borgia había promovido —en buena parte sin querer. Esas virtudes borgianas quedaron registradas en el llamado de Maquiavelo a defender la política como construcción colectiva (Los Discursos, Historias de Florencia [Madrid: Tecnos, 2009 (1520-1527)]), a lograr la unidad nacional (El príncipe), a asegurar la participación de toda la ciudadanía en la defensa del estado (El arte de la guerra [México: Fontamara, 1997 (1519)]). Si se mira con atención se verá que se trata de virtudes públicas, construidas en la plaza pública, a través de la lucha y el debate políticos. No son moral individual ni tienen que ver con la bondad o maldad individuales. Paradójicamente, el secretario florentino perdió la batalla en el confesionario. Su apellido derivó en el adjetivo maquiavélico (astuto, engañoso, pérfido), mientras que los hipócritas religiosos que lo condenaron abusaban corruptamente de su poder y pervertían en su beneficio particular los intereses de la cosa pública.
- Cierre y conclusión
Castañeda insiste en que sí existió un pacto “malvado” entre López Obrador y Peña Nieto, pero que el actual presidente lo ha roto. Esta narración pretende “duplicar” la “maldad” de AMLO que ahora resulta “traidor”. Ahora bien, como Peña “no es manco”, ha contraatacado con vídeos que “demuestran” que el obradorismo es igual de “malo” que los políticos de antes. Así, en la cuenta de los nuestros conjurados de Magione, Andrés Manuel es triplemente “malo”.
¿Cómo entonces explicar su persistente popularidad? Tiene 54 por ciento de aprobación al 7 de septiembre de 2020 (sigo a El Economista-Mitofsky.) El problema de los actores de viejo régimen es que siguen hablando y pensando igual que antes. Son incapaces de percibir la aparición de otro lenguaje. La persistente popularidad de López Obrador es especialmente fuerte en el tema de la corrupción, pues en agosto 2020 el 44 por ciento creía que había hecho “mucho-bastante” por disminuirla. Y esto sucede precisamente porque ha permitido que se proceda contra todos los corruptos, aún cuando ello implique entrar en una dinámica de tobogán en la que cualquier cosa podría pasar —según afirmó Javier Tello en Es la hora de opinar el 17 y el 24 de agosto de 2020. De hecho, al inicio de septiembre de 2020 estamos viendo cómo se procede del mismo modo con los ajenos (Lozoya y aquéllos a quienes Lozoya delata, priistas y panistas; la revista Nexos) y los propios (Sosa Castelán en Hidalgo, la empresa del hijo de Bartlett). El presidente incluso señaló que su hermano debe responder respecto del vídeo que “los no-mancos” hicieron llegar a Loret.
Los magros de México seguramente preguntarían a Castañeda: ¿Qué propone usted? ¿Que se cumplan los pactos? La respuesta es obvia: si acaso hubiese habido tal pacto, no hay obligación de cumplir el pacto injusto hecho con los inicuos cuando estos podían abusar de su poder. El texto de Castañeda en Nexos es la confesión de un miembro de la red de elites corruptas acerca del modo en que esas elites acostumbraban jugar el juego de la política. Más nada.
Bravucón, Castañeda aplaudió el contraataque de los conjurados de Magione porque apuesta que “los-que-no-son-mancos” vencerán… Tal vez. Cuando amaneció en Sinegallia, el 31 de diciembre de 1502, Nicolás Maquiavelo no sabía quién ganaría la partida. Nosotros tampoco sabemos quién ganará en este oscuro amanecer. Nos queda desear —y trabajar— para que el pueblo triunfe. Tenemos un fin más honrado (no ser oprimidos) y deseamos inaugurar una era de etica pública, acabando con los pactos de la moral hipócrita de las elites.
Excelente.
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Wow que texto tan elocuente y lleno de información e historia. Mil gracias
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