Marco Ornelas
[An English translation follows]
Las calificaciones y los rankings han sido utilizados al menos en el último siglo en una amplísima variedad de ámbitos de actividad humana con la finalidad de establecer clasificaciones jerárquicas. Sea que se trate de competitividad, productividad, calidad de vida, riesgos financieros, procesos de enseñanza-aprendizaje (la mentada prueba PISA) y hasta la felicidad (Ossandón 2011, aquí), o que se trate de los bancos, la corrupción, las universidades, las prisiones, los vinos y el nivel de presencia de cualquiera de nosotros en las redes sociales (Esposito y Stark 2019, aquí), las calificaciones y los rankings son omnipresentes.
Pudiera decirse con cierta seguridad que las calificaciones y los rankings llegaron para quedarse y que las tan actuales y polémicas agencias internacionales calificadoras de crédito (Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch Ratings) no son más que un caso particular de lo que parece multiplicarse ad infinitum en el mundo de hoy, cuyo examen forma parte de lo que puede llamarse una sociología de las calificaciones y los rankings.
Una vez dicho lo anterior, muy en especial que tendremos que convivir con las calificaciones y los rankings, no tenemos porqué aceptar sin más sus dictados. Los estudios en este amplísimo campo temático señalan con frecuencia las deficiencias más comunes de estos ejercicios de calificar y ranquear: simplifican en exceso (caricaturizan) la realidad, son “intransparentes” (nadie sabe cómo llegan a los resultados que llegan), son pésimos indicadores de pronóstico (con frecuencia evalúan mal, tarde y de manera equivocada) y distan de ser objetivos.
Los ejercicios de calificar y ranquear no se acercan, ni con mucho, a la objetividad. Lo que en verdad muestran es la circularidad, entrecruzamiento y multidimensionalidad de las observaciones en el actual mundo contemporáneo, donde se hace cada día más necesario tomar en cuenta las observaciones de otros.
Es así que una característica fundamental de las calificaciones y los rankings es establecer clasificaciones multifacéticas (medidas oportunistas de variados aspectos de la realidad), razón por la que hay que tomarlas con pinzas de manera que constituyan una invitación a reflexionar sobre sus consecuencias políticas —no a evadirlos ni a tomarlos al pie de la letra. Esto último adquiere particular relevancia cuando se trata de las agencias internacionales calificadoras de crédito y de su más reciente performance en la crisis financiera mundial de 2008, que inició como crisis hipotecaria en Estados Unidos.
Como es sabido, la progresiva desregulación de los mercados financieros en Estados Unidos permitió que la banca de inversión, las aseguradoras y las agencias calificadoras de crédito alimentaran una burbuja hipotecaria mediada por el conflicto de interés (las agencias de crédito calificaban como seguros instrumentos de inversión de altísimo riesgo, cuya colocación en los mercados financieros les rendía jugosas ganancias). A decir de algunos, todavía seguimos pagando este irresponsable megafraude. Digamos que la desregulación permitió que el gordito y la panadería se juntaran. Para una explicación con peras y manzanas, véase el documental Inside Job, de Charles Ferguson (2010) —que está aquí.
Es en este contexto en el que, creo, debería interpretarse la actual polémica a propósito del papel de las agencias calificadoras de crédito y el nuevo gobierno de México, que se atrevió a cancelar el nuevo aeropuerto internacional de la ciudad de México y, todavía peor, a llamar de nuevo a Pemex por su nombre (“gallina de los huevos de oro”) y ver por su bienestar como la principal empresa estatal de México.
Hoy día, algunas revistas académicas exigen que sus autores declaren que los resultados de sus investigaciones no conllevan un conflicto de interés, de facto o potencial. Ya quedamos que tendremos que acostumbrarnos a convivir con las observaciones de las agencias calificadoras de crédito, pero bien haríamos también en pedirles una declaración semejante a la que demandan las revistas a sus autores: que no incurran con sus calificaciones en conflictos de interés, y en caso de probarse lo contrario se sujeten a sanciones económicas ejemplares.
Establezcamos nuevas reglas del juego para una convivencia equilibrada, regulada, y dejemos de ver las calificaciones y rankings como si hablara Zaratustra.
————
The Credit Rating Game
Marco Ornelas
Ratings and rankings have been used for at least a century in a wide variety of areas of human activity with the purpose of establishing hierarchical classifications. Whether it is competitiveness, productivity, quality of life, financial risks, teaching-learning processes (the PISA test), and even happiness (Ossandón 2011, here), or whether they deal with banks, corruption, universities, prisons, wines and the degree of presence of any of us in social networks (Esposito and Stark 2019, here), ratings and rankings are omnipresent.
It could be said that ratings and rankings are here to stay and that the present-day and controversial international credit rating agencies (Standard & Poor’s, Moody’s and Fitch Ratings) are nothing more than a particular case of what seems to reproduce ad infinitum in today’s world, and whose examination is part of what can be called a sociology of ratings and rankings.
Having said so, especially that we will have to live with ratings and rankings, we do not have to accept their assertions without further ado. Studies in this vast field often point out the most common deficiencies of these rating and ranking exercises: they oversimplify (caricature) reality, they are “intransparent” (no one knows how they arrive to their results), they are bad prognostic indicators (they often evaluate poorly, late and awfully wrong), and are far from objective.
These rating and ranking exercises are not even close to objectivity. What they really show is the circularity, intercrossing, and multidimensionality of observations in the contemporary world in which we live, where it is increasingly necessary to take into account the observations of others.
Thus, a fundamental characteristic of ratings and rankings is to establish multifaceted classifications (opportunistic measures of various aspects of reality), which is why they must be taken with due care in a way that constitutes an invitation to reflect on their political consequences —not to evade them but not nor to take them to the letter either. The latter acquires particular relevance when it comes to international credit rating agencies and their most recent involvement in the 2008 global financial crisis, which began as a mortgage crisis in the United States.
As it is known, progressive deregulation of financial markets in the US allowed investment banks, insurance companies and credit rating agencies to feed a mortgage bubble mediated by a conflict of interest (credit agencies rated very high risk investment bonds as safe, whose placement in the financial markets yielded juicy profits for them). According to some, we are still paying such irresponsible megascam. Let’s say that deregulation allowed the chubby fellow and the bakery to come together. For a simple and straightforward explanation watch Charles Ferguson’ documentary Inside Job (2010) —here.
It is in this context that I believe the current controversy regarding the role of credit rating agencies and the new Mexico’s government should be placed, who just dared to cancel the new Mexico City International Airport in Texcoco and, even worse, to call Pemex again by its real name (“golden egg goose”) and look after its welfare as Mexico’s major State-owned company.
Nowadays some academic journals ask their authors to declare that the results of their research do not involve a conflict of interest, de facto or potential. We already stated that we will have to get used to coexisting with the observations of credit rating agencies, but we better also ask them for a similar statement to the one demanded by journals to academics’ research: that their ratings do not fall into conflicts of interest, and in case of proving otherwise to subject themselves to exemplary economic fines.
Let’s establish new play rules for a balanced, regulated coexistence, and stop looking at ratings and rankings as if Zarathustra were speaking.
[Translated by Marco Ornelas]
0 comments on “El juego de las calificaciones”