Aurora Vázquez Flores y Halina Gutiérrez Mariscal
Hemos seguido con mucho interés el ejercicio que se realiza en Twitter a través de los hashtag y la cuenta @MeTooAcadémicosMx. La decisión de escribir al respecto nos sobrevino tras descubrir que la cuenta replicó denuncias anónimas contra varios de los colegas que colaboran en este espacio. Por ello queremos plantear lo siguiente:
1.
Escribimos desde el papel de ser las mujeres con las que estos varones trabajan, conviven e incluso con quienes hay amistades y cariño. Por eso es que sentimos la necesidad de expresar nuestros puntos de vista sobre el ejercicio MeToo, aunque aclaramos desde ahora que el objetivo de este texto no es cuestionar la veracidad de las denuncias ni acusar o defender a los sujetos involucrados.
El apego que podamos tener por los denunciados no nos lleva a dudar de las acusaciones. No negaremos que el afecto nos impulsa, en un primer momento, a desear que aquello fuese una mala lectura de la situación y las acciones pero hemos recorrido un largo camino; como mujeres no podemos unirnos a la reacción usual de desacreditar lo que las mujeres digan, o pensarlo como una exageración o frustración de su parte. Nosotras les creemos.
Celebramos que se rompa el silencio y se sacuda la comodidad con la que hasta hoy habían contado los hombres del sector más letrado y progresista (como si las letras fueran sinónimo de educación, civilización, humanidad, y no tenerlas de lo contrario). Porque se evidencia qué tan profundamente ha calado en ellos eso que llamamos patriarcado; permitiendo un estado de cosas dominado por figuras masculinas, en donde las mujeres somos vistas como accesorias, secundarias, no equiparables o incluso como objetos de deseo-trofeo.
2.
La cultura patriarcal dominante se infiltra hasta lo más recóndito del trato que nos damos entre mujeres. Aprender a relacionarnos, cuidarnos y valorarnos entre nosotras es parte esencial del trabajo para acabar con ese régimen. Por eso consideramos importante señalar que ejercicios como @MeTooAcadémicosMx ponen en situaciones extremadamente difíciles a las mujeres que rodean —rodeamos— a quienes son señalados por ejercer violencia de género. Sobre todo a las parejas, a las mamás, a las hermanas, a las hijas, pero también a las compañeras, a las amigas.
Definitivamente, las mujeres debemos dejar de proteger a los varones que conocemos y queremos legitimando sus violencias. Pero el asunto es más complejo. Acaso porque esas mismas mujeres puedan ser víctimas de violencias, acaso porque todas hemos sido educadas en el mismo patriarcado y no es sencillo romper sus dinámicas.
3.
Hemos revisado con mucha atención las publicaciones de la cuenta @MeTooAcadémicosMx en donde se publican denuncias anónimas que cualquiera puede enviar sin ser identificada.
Vemos en esas decenas de textos las inquietudes, nerviosidades, temores y malestares propios de quien se ha sentido violentadas. Sabemos que se trata de ese tono porque es el mismo que utilizamos en las pláticas entre amigas de confianza cuando confesamos sentirnos incómodas por la actitud de los hombres que nos rodean. Es, ciertamente, un tono que los varones no reconocerán, porque el lugar que ellos ocupan en el mundo es otro.
4.
Nos queda claro por qué el movimiento MeToo ha tenido tanto éxito. La cuenta @MeTooAcadémicosMx se creó el 23 de marzo y en 48 horas había ya publicado unas 200 denuncias, más los miles de menciones del #MeTooAcadémicosMexicanos y los números siguen creciendo. Se trata de un espacio de catarsis abierto, en donde una puede compartir las violencias cotidianas, sistémicas y sistemáticas con que vivimos las mujeres sin ser objeto de burlas y señalamientos; como sí sucede cuando lo hacemos en nuestros círculos de amistades o laborales: “ya salió la feminazi” es la frase del momento.
Partiendo de saber que las denunciantes no tratan de hacer una tesis sobre los tipos de violencia machista que hay, sino que tratan de exponer lo que les ha sucedido y visibilizar un grave problema, consideramos que esta catarsis colectiva adolece de una falta de distinción entre la variedad de expresiones del mismo fenómeno.
Los delitos que se señalen en estas denuncias deben ser perseguidos judicialmente. Pero vemos que una buena parte de los señalamientos tratan de esas cosas que antes veíamos como normales y de las que hoy —afortunadamente— comenzamos a señalar que no por ser comunes, son correctas, que nos violentan y que por ello deben ser erradicadas de nuestras costumbres. Estos son los actos que típicamente los varones desconocen como violencias y sobre los cuales se quejan amargamente ya no poder hacer en la impunidad.
Nos referimos al hacer comentarios no solicitados sobre nuestro físico o nuestra sexualidad; a descalificar sistemáticamente el dicho de las mujeres con el argumento de que estamos locas, ardidas o malcogidas; a pedirnos que sonriamos todo el tiempo o, de lo contrario, insistir en que algo nos sucede; a desacreditar a sus pasadas parejas por —de nuevo— estar locas, ardidas o malcogidas; a buscarnos con insistencia mediante redes sociales o en los pasillos del lugar común y una larga, muy larga, lista de etcéteras.
Sostenemos entonces que golpear y violar a una mujer no es la única forma en que los varones nos violentan. Hay muchas expresiones de esta violencia, algunas más difíciles de identificar que otras pero igual de dañinas y despreciables. Por ello las denuncias son igual de legítimas y no, como se insiste en decir, quejas por cosas sin importancia.
¿Ya repararon en cómo las acusaciones son sobre formas de violencia sexual? En todas ellas se refleja el trato sexual inadecuado, no pedido o explícitamente rechazado por las víctimas. Creemos que para dimensionar los abusos y evidenciar la estructura patriarcal que lo domina todo, hemos de remontar en las relaciones de dominación y hablar también del resto de situaciones en que las mujeres somos sometidas sistemáticamente; en las relaciones familiares, en las laborales, en las estructuras religiosas, en la sociedad en general. Baste escuchar las conversaciones de un grupo de chicas adolescentes cuya perspectiva es el matrimonio o la maternidad, porque desde pequeñas escucharon que ese era su único propósito en la vida. Baste ver que mujeres reciben un trato desigual en puestos de trabajo de igual responsabilidad que un varón.
5.
Es absolutamente lamentable la respuesta a modo de cofradía de varones frente a este ejercicio —y a cualquier intento de visibilización de la violencia de género. La primera respuesta a estas acusaciones es la de cuestionar la veracidad del dicho y los motivos de la víctima.
Así, se prefiere creer que detrás de estas denuncias tan a ras de piso habría una orquestada red de enemigos operando en contra de los denunciados. Lo cual, sin embargo, no explica por qué hay denunciados en todo el abanico político; desde una derecha bastante conservadora hasta quienes se reivindican en la izquierda. Ello demuestra que se prefiere creer en una gran conspiración de Twitter antes que aceptar que (amén de las desigualdades entre ellos) todos los varones ocupan una posición de poder, aunque individualmente no lo deseen así, misma que se ve incrementada por las relaciones desiguales del trabajo académico y que —en el mejor de los casos sin planearlo o quererlo— pueden ejercer violencia contra las mujeres.
El mínimo de responsabilidad que estos varones acusados tienen que asumir es reconocer que gracias al lugar —en muchos casos involuntario— que ocupan en las relaciones sociales gozan todo el tiempo de la capacidad de violentar a quienes estamos por debajo en esa escala. Deconstruir la creencia de que las mujeres estamos locas y somos quejumbrosas por naturaleza frente a pequeñeces, y aceptar que la violencia de género con sus macro y sus micro expresiones nos tiene viviendo en un país con 6 feminicidios diarios. Lo mínimo es que acepten que esos que se les señalan son errores que pudieron haber cometido —cuando no delitos.
6.
Si las redes sociales generan un espacio seguro para las denunciantes de la violencia de género es porque las universidades e instancias judiciales no lo hacen. Mientras las instituciones no adopten protocolos de género genuinos y efectivos que protejan a las víctimas, que partan del reconocimiento y veracidad de la denuncia y establezcan sanciones reales para quien ejerce violencia, esto seguirá pasando. Pero, acaso muchas ya lo saben, las instituciones no nos lo van a regalar si las mujeres no nos organizamos.
Éste es el otro gran defecto que vemos en el ejercicio de Me Too Académicos. Que la protección que provee a las víctimas es muy limitada; porque los acosadores y quienes ejercen violencia leen los relatos y son, casi siempre, capaces de identificar a la denunciante por los detalles, y porque una vez que la denunciante cuenta su historia (aunque sea en un círculo cerrado) siempre existe la posibilidad de que sea identificada. Por ello el anonimato absoluto no existe. Y por ello desde nuestra perspectiva valdría más apostar por encauzar las denuncias en un mecanismo que permita generar jurisprudencia y, algún día, establezca las bases para un mecanismo real de denuncia y castigo de la violencia de género. No es esta nuestra forma favorita de denuncia pero sí, es siempre y en toda ocasión mejor que el silencio.
7.
Advertimos también un componente de clase al ver los hashtag del MeToo: ¿académicos, periodistas, escritores? ¿artistas, músicos, creativos, médicos, abogados y empresarios? No dejemos de pensar en el pequeño porcentaje de mujeres y hombres que esas denuncias incluyen y en la enorme cantidad de casos que quedan fuera, invisibilizados, normalizados y perpetuados porque no hay vías de denuncia, redes de apoyo, grupos de contención ni formas seguras para acusar y mucho menos para judicializar los casos. ¿Cuántos de los casos de violencia feminicida en este país ocurren fuera del ámbito académico, artístico o empresarial?
Las mujeres que han hecho estas denuncias han conseguido superar la barrera del analfabetismo; tuvieron acceso a una educación superior que les permitió formular sus acusaciones de forma clara y socializarlas de manera pública. Son mujeres con acceso a recursos digitales —de los que carece una enorme mayoría de mujeres violentadas. Cierto, su posición socioeconómica no demerita su causa. Pero no olvidemos que es nuestra tarea —y del resto de la sociedad, incluido el estado y sus instituciones— generar las condiciones para que cualquier mujer que haya sufrido alguna forma de violencia de género pueda verbalizarla y denunciarla. Es nuestro reto cambiar las estructuras sociales, económicas y políticas imperantes para barrer con el patriarcado que tanto daño nos está causando —que nos está matando.
8.
El movimiento MeToo es el reflejo de graves problemas de nuestra sociedad. Las mujeres debemos usar estos ejercicios como mero paso al empoderamiento que nos permita hacer evidente la estructura que nos somete a las dinámicas machistas. Es éste el primer paso de muchos que aún habremos de dar para reeducarnos —mujeres y hombres— en una nueva manera de relacionarnos. Nos hemos puesto en la vía… habrá que mantener el rumbo.
De acuerdo, chicas. Un comentario demasiado general, pero por algo se empieza. En EUA medios de comunicación, instituciones han despedido a hombres cuando en efecto sus actos son delictivos. ¿Y en nuestras universidades? En casos no directamente criminales, ¿el «quemón» es suficiente? ¿Para quién? Ya varias chicas en Twitter llamaban la atención a las consecuencias del ht metoo a las parejas de los nombrados… al final, me parece que el ejercicio nos obligó a revisarnos a todas. En cuanto a ellos, que cada quién se haga cargo de sus miserias, pero ¡por favor!… que Luis Fernando deje de usar el plural femenino.
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