por Wilphen Vázquez Ruiz *
En pocos días estaremos de nueva cuenta ante la oportunidad de ejercer un sufragio que pretende ser libre, universal y secreto. De igual forma, tendremos la oportunidad de elegir a un@ candidat@ del cual seguramente no sabremos nada o, en el mejor de los casos, sabremos muy poco, y quien representará a una de las agrupaciones políticas, o a ninguna de ellas tratándose de candidatos mal llamados “independientes”.
En tanto historiadores y ciudadanos, es obligado reflexionar sobre los candidatos, ya sean autónomos o no. Sobre estos últimos conviene hacer mención a los comentarios que al respecto han hecho analistas como Octavio Rodríguez Araujo y Diego Valadés.
El primero de ellos, al hacer una crítica a la ciudadanización de la política, señala que el término “independiente” carece de sentido por varias razones. En primer lugar, porque este tipo de candidatos está sujeto a las mismas normas que el resto de los que pertenecen o son postulados por un partido político. Por otro lado, los “independientes” a diferencia de sus contrincantes requieren de recolectar un número determinado de firmas para que puedan ser tomados en cuenta por la autoridad electoral. ¿Cómo las reúnen? La vías para ello son varias: organizar mítines, impresión y reparto de propaganda, contratación de espacios para promover su imagen y propuestas, etc. Todo ello tiene un costo, tanto mayor porque se carece de la estructura con la que ya cuentan los partidos reconocidos, incluido el presupuesto requerido para estos menesteres. Siendo así, la pregunta de Rodríguez Araujo sobre qué tan independientes son estos candidatos es por demás pertinente: ¿Son independientes? ¿De qué o de quiénes? ¿Puede esperarse algún grado de independencia cuando han transitado por uno o más institutos políticos?
Por otro lado, Diego Valadés ha señalado que para denotar la prevalencia de un grupo o de un individuo en las decisiones políticas de un sistema, aparentemente democrático, podemos hablar de “oligocracia” y de “monocracia”. En tanto que la primera equivaldría a la sujeción del gobierno a grupos no identificados, la segunda significaría la hegemonía de un individuo. Ambas, señala Valadés, son el resultado de las candidaturas que, aceptadas por la constitución, en forma equivocada se denominan como “independientes”. Dicho autor explica que la calificación es errónea, pues la supuesta condición de independencia —que contrasta con la realidad— puede conferir una ventaja comparativa frente a los candidatos que por exclusión, dice, son acusados de “dependientes”.

Ahora bien, ¿qué podemos decir de los candidatos “de partido”? La respuesta es tan simple como lapidaria: nada. Nada hay qué decir, nada hay qué rescatar de ellos ni tampoco de las entidades de interés público que los presentan como candidatos. Pero vamos por partes.
Si bien es indudable la justificada desconfianza que se tiene a estas entidades, una revisión por la historia de las últimas décadas mostrará que, en su momento, algunas de estas fuerzas políticas llegaron a erguirse realmente como agrupaciones con la posibilidad de encausar una serie de fuerzas y sinergias que pudieron conducirnos a otros estadios. Por supuesto, ello se debió no sólo a los partidos políticos, sino a la presión y en ocasiones a la organización de la ciudadanía que con el transcurso del tiempo ha logrado victorias y avances notables aunque no siempre defendidos como debiéramos hacerlo.
La “alternancia” que experimentamos en 2000 es prueba de lo anterior y ella no puede entenderse sin una plétora de actores sociales que la hicieron posible, independientemente del triste resultado en que ésta derivó.
¿Qué tenemos ahora? ¿Podemos hacer alguna distinción entre los partidos políticos y sus representantes, más allá del membrete con el que identificamos a cada uno ellos? En lo personal pienso que las distinciones son ya tan vanas que no representan nada, no obstante el señalamiento que Octavio Rodríguez Araujo ha hecho refiriéndose a que a pesar de todo, no es lo mismo votar por un partido de la “izquierda” con el que contamos, que votar por uno de la “derecha” a el que se enfrenta. Insisto que, en lo personal, ni siquiera esta diferenciación tiene efectos reales en la circunstancia que nos embarga.
Ejemplos hay muchos, demasiados, de individuos que han transitado de un partido a otro, de una corriente a otra, de una alianza impensable a otra… ¿Qué puede esperarse de estas entidades de “interés público”? El partido de las buenas conciencias hace décadas que se volvió en un partido de inconscientes por demás ajenos a los ideales que movieron a Gómez Morín, a Luis Calderón Vega y a otros a crear un partido que, con ideas tan respetables y defendibles como las que pueden darse en una democracia madura, se opusieron al proyecto político que institucionalizaba a la revolución mexicana y que tenía en el estado corporativo uno de sus principales bastiones.
Sobre el Revolucionario Institucional, pocos comentarios tan acertados como el de Pedro Salmerón quien muestra que este “viejo” PRI, no es viejo en absoluto, pero sí tanto o más corrupto que su antecesor. Sobre el Partido de la Revolución, ¿recordarán sus dirigentes o abanderados el porqué centenares de perredistas fueron asesinados durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari? Y qué decir del partido de la Regeneración Nacional, cuyo dirigente principal guardó silencio en momentos clave en el pasado reciente, y que no ha dejado de nutrir muchos, muchos de sus cuadros con lo más impresentable que ha transitado por más de una de estas agrupaciones políticas. Sobre el resto de los partidos, la mayoría de ellos no más que una comparsa que se vende al mejor postor, ni siquiera vale la pena comentar.
En los estados en los que se renovarán alcaldías, congresos locales y gubernaturas presenciamos un espectáculo triste y grosero, tanto más porque las “alternancias” que han llegado a suscitarse en algunos de ellos no han significado absolutamente nada en materia de bienestar social, seguridad y transparencia, a semejanza de aquéllos en los que las cosas siguen igual, partido gobernante incluido, tan sólo para ser peores.
¿Qué sucede en la capital del país? No puede negarse que el escenario si algo tiene de interesante es el apalancamiento de partido MORENA, a expensas del retraimiento del PRD y el estancamiento del resto de las agrupaciones políticas. Pero insisto, ¿representa algo realmente significativo para el ciudadano a pie de calle? En esta ocasión, el problema reside en que puede haber algunos cambios que impacten seriamente en materias tan importantes como la seguridad, la recaudación de impuestos y la distribución del agua, entre muchas otras asignaturas, ya de por sí problemáticas. Sobre el vital líquido, vale la pena mencionar que si bien la infraestructura mediante la cual éste es extraído del subsuelo y distribuido a lo largo y ancho de la capital del país, no hace factible un proceso de “municipalización” en el manejo del mismo, no por ello dejan de presentarse dudas sobre cómo habrán de manejarse su cobro, la realización de obras de infraestructura y reparaciones ante la nueva división y organización política de la capital.
En su momento yo, al igual que otras personas quienes forman parte de este OH, externé mi opinión sobre la relevancia que pudiera tener, no el abstencionismo, sino la anulación del voto en la elección federal de 2015. El resultado fue que, para bien o para mal, el abstencionismo tuvo un porcentaje tan reducido que no parece haber influido en el devenir posterior a dicho proceso electoral. Quizá esté equivocado y el tiempo, así como una reflexión profunda, tal vez me den la respuesta, pero nuevamente en tanto habitante de esta ciudad, considero que seleccionar con mi voto a cualquiera, insisto, cualquiera de los candidatos para conformar la Asamblea Constituyente sería traicionar un principio que derivaría en elegir a alguien porque pudiera ser “el o la menos mal@”, mas no alguien en quien yo crea con base en su historia y en sus capacidades probadas para esta materia. ¿Alguien está de acuerdo con el significado del voto útil en 2000 o 2006? Me parece que la situación presente se asemeja en mucho a la de esos procesos electorales, con el añadido de encontrarnos ahora no únicamente en una situación de indefensión, sino también de hartazgo y, quizá peor aún, de orfandad política.
De nuevo, me acojo a la fantasía y esperanza que me provoca la pluma de José Saramago en dos de sus novelas. En Ensayo sobre la lucidez, sin esperarlo, la sociedad en su conjunto rechaza a todos los partidos: los de derecha, los de centro derecha o centro izquierda, a los socialistas o comunistas…. a todos. Por desgracia, al final de la historia los personajes principales no encuentran una salida que les permita pensar y buscar escenarios distintos en los que la vida pueda ser mejor. En este sentido quisiera acogerme a la lección de vida que nos brinda La Caverna, novela en la que Cipriano Algor, alfarero de toda la vida, es desplazado por una sociedad y un mercado en al que su oficio y bondad no tienen cabida. Sin embargo, junto con su hijo y su nuera, emprende un nuevo camino, incierto sin duda, pero con la posibilidad de llegar a un mejor puerto en tanto permanezcan juntos.
Espero que como sociedad demos los pasos para que, más allá de los partidos y agrupaciones políticas y sus actuales esbirros, logremos divisar mejores puertos a los que nos dirijamos como un tejido social mejor conformado y consciente.
Vivimos una crisis de la civilización. Hoy, poco o nada vale el ayer… Entonces pensamos que nos queda nada más que la esperanza.
El problema es que si no tenemos la certeza de que hoy forjamos nuestro mañana, la esperanza se vuelve un peligroso espejismo.
No es simple. La transición debe empezar por uno mismo. Para ello necesitamos otro esquema, uno realista: El Poder Ciudadano.
Es cierto que aún en teoría, el Poder reside en el Pueblo, es a la vez el ideal de la democracia y por eso, los actores políticos, venales o leales excepcionalmente y escasos, se pierden en un mar difuso, en ése que de acuerdo a los tiempos actuales, se nos presenta en la inmediatez a una velocidad propia de la vorágine, en parte gracias al parteaguas de la comunicación: La internet. Medio tan poderoso como volátil y en algunos casos, peligroso porque no da tiempo a la comprobación y/o la reflexión. «Redes Sociales» les llaman en donde se abusa y los políticos modernos usan en una «mercadotecnia» de lo más falaz.
¿Cómo creer en candidatos de o sin Partido? El sufragista, sí harto de lo usual, se vuelca en la novedad, en lo efímero, en lo vano en lo maquillado… Pero se vuelve al mismo punto: La desinformación y a esa la apuestan TODOS los aspirantes o suspirantes por obtener la candidatura que los llevará al paraíso de la impunidad, de los negocios truculentos, a una representación sólo existente en el texto de una letra muerta, sin que importe color o descolor.
¿Entonces, no hay remedio? ¿Prevalecerá al final la anarquía?
Parece un galimatías. Todo es engañoso. Las reformas políticas están hechas a modo, gana la maña, el embuste. En realidad no hay esperanza, ha muerto ya. De tal suerte que el «camino democrático» sólo existe en el papel, no es concreto, ni siquiera concretable. Tendrá que haber un rompimiento colosal, del tamaño y peso de la propia crisis, ése monstruo que ya se come asimismo.
Luego entonces, más allá de la frontera de las instituciones políticas, el ciudadano «de a pie» como usted le llama, señor Vázquez Ruíz, no le queda otra que caminar por sí mismo, irse transformando para sobrevivir… La unidad social, es otro cartucho quemado cuya pólvora es más de lo mismo: líderes «huérfanos» que igual, buscan lo suyo, aprovechar el momento…
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