por Wilphen Vázquez Ruiz *
En uno de los pasajes en el que el inolvidable Cri-Crí, también conocido como Francisco Gabilondo Soler, “se ocupaba en borrar de la pauta muchas notas musicales sin porvenir”, la presencia de un publicista consumado, Ditirambo Farfulla, lo distrajo de sus pensamientos.
Como hombre ambicioso en los negocios que era, Farfulla pidió a Cri-Crí que lo introdujera en el país de los cuentos que, pensaba, sería el paraíso para un emprendedor como él, cargado de ideas novedosas y negocios redituables. Cuenta Cri-Crí que la desilusión de Farfulla no tardó en aparecer, pues en el país de los cuentos las necesidades de sus habitantes en realidad eran mínimas y los deseos de riqueza casi inexistentes —excepto para el Gnomo, quien ostentaba la propiedad de todos los prados, bosques, río y lagos del país de los cuentos por haber sido el primero, mucho tiempo atrás, en gritar a pulmón abierto “¡esto es mío… esto es mío… esto es mío!”
Insistente y determinado, Ditirambo Farfulla intentó encontrar al Gnomo incluso con la ayuda de la Luna pero, como bien advirtió Cric-Crí, una cosa era buscar al Gnomo y otra, muy distinta, dar con él.
Dejando ese idílico lugar que es el país de los cuentos para dirigir la atención al nuestro, pudiera parecer que en sus casi dos millones de kilómetros cuadrados de extensión los lugares paradisiacos pueden encontrarse a lo largo y lo ancho del territorio, e incluso debajo de la superficie —terrestre o marina— si se toman en cuenta los recursos minerales que contiene. En más de uno de estos lugares, pobladores de diversa índole (seres humanos, aves, mamíferos, reptiles, árboles, plantas y una infinidad de artrópodos) los han habitado desde tiempos tan remotos que si a alguien deberían pertenecer, sería a ellos. Sin embargo, con una frecuencia que escapa a nuestra comprensión, todos ellos se enfrentan constantemente a muchos, muchísimos gnomos, quienes por regla general terminan por apropiarse de esos lugares en forma semejante a como lo hiciera el Gnomo a quien infructuosamente Farfulla intentó localizar.
A semejanza del Gnomo del país de los cuentos, los gnomos de México suelen ser escurridizos. Empero, con frecuencia toman formas y conductas humanas a partir de las cuales se les puede identificar como políticos vueltos empresarios, empresarios vueltos políticos, agentes inmobiliarios que seducen con facilidad a quien fácilmente se deja seducir; también pueden tomar la forma de banqueros y ex banqueros lo mismo que ex mandatarios, sus familiares, amigos y conocidos.
Con gritar, o pensar, “¡esto es mío!”, tales personajes suelen cambiar los usos de suelo de parques nacionales, reservas ecológicas o tierras ejidales. Un caso reciente fue el de Tajamar, en Cancún, donde con las autorizaciones correspondientes del Fondo Nacional del Fomento al Turismo y, claro, la Secretaría de Medioambiente y Recursos Naturales, en coordinación con la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, se terminó la deforestación de una extensión cercana a 60 hectáreas que en la etapa final del proyecto darán lugar a más de 2 mil 500 unidades de alojamiento, ciclovías y locales comerciales de diversa índole.

¿Por qué nos llama la atención lo sucedido en Tajamar? Más allá de ser la muestra más reciente, aunque no la última que veremos, de la irresponsabilidad y ambición de unos cuantos sobre los intereses de muchos otros, este proyecto refleja la sempiterna consideración que se ha tenido hacia el medioambiente y los diversos ecosistemas que hay en el país.
Sobre este desarrollo en particular, las discusiones que se han generado datan cuando menos de 2003, año en que se publicó en el Diario Oficial de la Federación la norma oficial mexicana 022 de la Semarnat para la preservación, conservación, aprovechamiento sustentable y restauración de los humedales costeros en zonas de manglar. La norma fue modificada en 2004 para permitir el desarrollo de planes turísticos cuando se cumpliera con los requisitos legales, tal como lo ha sido con el del malecón de Tajamar, que fue autorizado en 2007, siendo presidente Felipe Calderón, y que fuera “entregado” por el actual primer mandatario a comienzos de este año. En el camino los ambientalistas lograron interponer una serie de suspensiones al desarrollo de este complejo que, como sabemos, no pasaron de tener un carácter temporal.
Por supuesto, lo anterior no quiere decir que un país con potencialidades significativas en materia turística y hotelera no deba aprovecharlas. Pero la experiencia nos ha mostrado que todos los proyectos de esta envergadura carecen realmente de una planeación adecuada que incluya no sólo el resarcimiento adecuado y equitativo de los habitantes que se ven desplazados de lo hasta ese momento llegó a ser su hogar, sino que es por demás dudoso que el daño ecológico que representa la pérdida de estos ecosistemas sea compensado con la protección y reforestación de otros que sean semejantes. En el caso de los manglares, por ejemplo, estos árboles pueden tardar hasta 30 años en crecer lo suficiente como para que el ecosistema y las especies que se perdieron en Tajamar sean “recuperadas” en otro sitio, pues la reubicación de los ejemplares que sobreviven a la devastación no es, ni de lejos, una solución al problema.
Más allá de los numerosos tratados internacionales a los que se ha adscrito nuestro país en materia de protección ecológica, lo cierto es que ni la evidencia del cambio climático ni de la pérdida irreparable de hábitats y especies ha sido tomada lo suficientemente en serio como para que, como sociedad, logremos cambiar el rumbo hasta ahora seguido.
El problema, se dijo, no es nuevo. Basta con recordar que todavía durante el gobierno del impresentable Luis Echeverría Álvarez, la entonces Secretaría de la Reforma Agraria contaba con una división encargada del deslinde, medición y enajenación de los territorios considerados en aquel entonces como “baldíos”, sin que en ello mediara estudio alguno de consideración sobre el impacto social y económico de tales deslindes. Más recientemente, al finalizar la década de 1990 —cuando Julia Carabias era titular de la Semarnat—, se autorizó la construcción de un campo de golf en las inmediaciones del Tepozteco. Tiempo después, otro caso que llamó nuestra atención fue el despojo que Roberto Hernández y Vicente Fox —más familia que lo acompañaba— hicieron al ejido Emiliano Zapata de cerca de 900 hectáreas que incluían la bahía del Tamarindo. Y la lista sigue. A quienes no les alcanza la memoria podemos recordarles cuando el Pico del Águila comenzó a cubrirse de humo durante semanas, para disiparse y revelar la pérdida irreparable de los bosques que le cubrían y que a la fecha han conducido a una erosión del suelo que vuelve sumamente difícil la recuperación de los mismos. También están los proyectos que han amenazado a los indígenas en la isla Tiburón; la pérdida de Cuatro Ciénegas en Coahuila, la de los bosques que rodean la ciudad de México y los del santuario de la mariposa monarca, así como la disminución de nuestra barrera coralífera en la región del golfo de México y el mar Caribe —una de las más grandes del mundo—. Insistimos, la lista es interminable.
Más allá de lo coyuntural, las observaciones que este OH hace sobre acontecimientos del devenir reciente obedecen no a un deseo por comentar lo que un análisis muy limitado consideraría como la nota roja del día, sino para revelar que a partir del estudio de lo contemporáneo también podemos rastrear problemas bastante añejos que deben ser resueltos cuanto antes, si no queremos que el ritmo de deforestación que hay en nuestro país —solamente superado por el de Brasil— termine con lo que nos queda de bosques templados y húmedos, manglares, arrecifes e incluso de desiertos, todos ellos llenos de vida.
De los ejemplos citados, solamente en uno la comunidad local tuvo la cohesión necesaria para oponerse exitosamente a lo que parecía irrefrenable. La pregunta obligada es, ¿por qué no somos capaces de organizarnos de otra manera?, ¿por qué no logramos pasar de la indignación coyuntural para apoyar decidida y eficazmente a los activistas políticos y protectores del medio ambiente que muchas veces pierden la vida en defensa del suelo y los árboles que componen su hogar que también es el nuestro?
Ditirambo Farfulla buscó afanosamente ponerse a las órdenes del Gnomo del país de los cuentos. Su problema fue que el Gnomo no tenía necesidad alguna de sus servicios ni interés en sus proyectos y ofertas. El nuestro es en que los gnomos siempre son capaces de encontrar a quien pueda servirlos sin importar lo que se pierda en el camino ni a quién haya podido pertenecerle.
bonita analogía.Es la Historia sin fin.En todo el mundo se ha dado y se da,es el capitalismo vulgar, especulativo.Pero aquí es una Historia de la vida cotidiana.
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