por Octavio Spíndola Zago *
Uno de los más ambiciosos proyectos de la historiografía actual es una apertura y aproximación metódica a lo sensible de la concreción histórica, reconocer los elementos afectivos del hecho histórico más allá de las meras realidades decimonónicamente concebidas. En palabras de Le Goff, más que el hecho, entender cómo lo sintieron quienes lo vivieron. Numerosos son los caminos para lograrlo, metodológicamente hablando: historia de las mentalidades, historia de las ideas, historia del arte, historia de la vida cotidiana, semiótica histórica. Depende de lo que se busque encontrar.
En una plática de pasillo con cuates —compañeros y profesores en un ambiente de pares sin la jerarquía que tanto gusta a la academia mexicana, de esas que pueden ser más ricas e interesantes que los monótonos monólogos sin sentido que tienen lugar en aulas carentes de estimulación pedagógica por el docente e iniciativa propia por parte de los estudiantes—, empezamos conversando acerca de las películas de la llamada época de oro mexicano (canal del ideario nacionalista revolucionario) y la ruptura discursiva que representa respecto al cine mexicano en el último tercio de siglo (caracterizado por difundir los ideas neoliberales del american way of life entre las clases medias mexicanas y mantener el discurso político a través de la comedia). Finalmente aterrizamos, en las digresiones que nos caracterizan como gremio, en el apagón analógico, el oligopolio en telecomunicaciones y el grado de enajenación de la sociedad mexicana.

“Somos un país de gente que no lee” es una de las verdades a medias más consumidas por la sociedad mexicana. A mi parecer la verdad completa es: somos un país explotado que vive en la tragedia del “trabaja, trabaja y sigue trabajando para hacerte rico y vivir bien”. La clase media (desde burócratas hasta subempleados) vive jornadas arduas y busca, justamente, un momento de descanso, las opciones posibles son la televisión, la radio o la lectura. ¿Dígame si no prefiere ver Big Brother, al teacher Doriga o la Hora pico antes que sintonizar alguna opción cultural o leer? La lectura es un hábito y la cultura es un estilo de vida que si bien no reconoce clase social, sí distingue
Somos un país que lee poco y sólo lo que puede leer: las editoriales se han convertido en verdaderos imperios, empresas que lucran con la cultura y explotan el capital intelectual, ¡qué pesadilla es para un estudiante de licenciatura entrar emocionado a una librería, como niño en tienda de dulces, y salir desairado y un poco molesto por los excesivos costos impuestos a los preciados libros! No queda de otra, somos un país con estudiantes de a copias. Ahora bien, después de descontarle a sus 70 pesotes los 100 obligados que recomienda CONSAR para el ahorro, separar lo de la tanda, lo del transporte, para hacienda, mordidas y anexas… ¿aún nos queda para comprar alguna novela o libro de calidad y escrito con calidez?
Ya chole con nuestras quejas, podrían decir algunos que para eso hay internet y tablets que hacen de la lectura una experiencia portátil… pues resulta que el 70 por ciento de los mexicanos no tiene acceso a la red, de acuerdo al Cinvestav, y bueno, varias de las tablets que el gobierno federal obsequió (siguiendo las líneas asistencialistas del populismo más priísta que existe) fueron vendidas para pagar una quincena más de gastos, o fueron a dar a la basura porque los niños las rompieron.
¿Enajenados por decisión propia o empujados sistemáticamente a la enajenación? Es posible concebir la industria del entretenimiento de masas como un espacio en el cual infinitos signos se manifiestan, dado que en los medios se encuentran adyacentes los sistemas políticos y los lineamientos de difusión cultural de la industria del entretenimiento, creando alrededor de ellos una industria cultural transnacional, una anunciada muerte del arte a manos del consumismo, la derrota de la creatividad frente al dominio técnico, donde el “consumidor cultural moderno carece de cualquier posibilidad de participar o intervenir sufre una atrofia de la imaginación y espontaneidad”, citando a Casetti en su Teorías del cine.
El resultado es un verdadero efecto dominó: las telenovelas y la cartelera ofertada por los oligopolios televisivos (vil copy-paste de las televisoras norteamericanas) difunden imágenes irreales hipermodernas que excitan los egos de una clase media que sueña con la prometida movilidad social generando expectativas que no es posible satisfacer, conllevando a un estado de depresión tercermundista continuo con todo lo que ello significa (bullying, brecha generacional, libertinaje, y un largo etcétera). Dejo a consideración del lector las vetas que quedan abiertas para discutir y la posibilidad de un momento fugaz de reflexión.
0 comments on “Enajenación y pobreza del entretenimiento”