por Bernardo Ibarrola *

El tercer “grito” del presidente Enrique Peña Nieto estuvo marcado por la audacia de unos cuántos jóvenes y la torpeza de los cuerpos de seguridad del estado.

Como en otros muchos temas, en éste la presidencia de la república ha dado tumbo tras tumbo porque pretende resolverlo con la difusión masiva de imágenes a través de la televisión. En vez de asumir la engorrosa labor de gobernar, delega la tarea en sus servicios de comunicación social y, en última instancia, en sus aliados de las televisoras abiertas. “Si es un problema de comunicación, que lo arreglen los profesionales de la comunicación”, parecería que piensan, en armonía perfecta, los huéspedes de Los Pinos y del Palacio Cobián.

En 2013 fueron denunciadas por primera vez operaciones de acarreo para la ceremonia del grito en el Zócalo. El ritual popular más importante de la política mexicana continuó su proceso de desnaturalización iniciado con la esperpéntica celebración de 2010, que convirtió al Zócalo en un set de televisión, y a la gente que asistió a la fiesta, en comparsas para llenar los paneos de cámara. El “grito” dejó de ser el momento en que muchas personas iban celebrar y compartir su sentimiento patrio, y pasó a ser un mitin más; la oportunidad de demostrar urbi et orbi el vigor y la popularidad del presidente. “Si el Zócalo no está lleno, pues hay que llenarlo, como sea”, parece que razonan los encargados de gestionar la imagen del presidente y de su gobierno. Y algo tienen de razón: las imágenes del Zócalo abarrotado siempre son sugerentes y poderosas; “llenar el Zócalo” es una de los logros más codiciados de la vida pública mexicana.

Lo cierto es que, hasta 2012, la gente iba y seguía yendo sola. Espontáneamente. Sin importar demasiado la personalidad específica ni la filiación política del encargado en turno de dar el grito. Fue el 15 de septiembre de 1969, poco menos de un año después de la matanza de Tlatelolco, y el 15 de septiembre de 1971, a tres meses de la bestial represión de San Cosme; fue también el 15 de septiembre de 1986, con la ciudad todavía adolorida por el terremoto y agraviada por la estulticia de sus gobernantes ante la emergencia, y el 15 de septiembre de 1995, a pesar de que pocos meses antes el subcomandante insurgente Marcos hubiera llenado ese mismo Zócalo —y a distancia— con miles que gritaban “todos somos Marcos”.

La gente iba, ahora comenzamos a entenderlo, porque no la llevaban. Porque ese lugar, en ese momento, era suyo. Pero acabaron por imponerse los mercadólogos y asesores de imagen. Y vemos ya cómo gobiernan. En 2014 se dejaron oír los primeros rechinidos: en las imágenes de un Zócalo concurrido, pero no abarrotado, llamaba la atención una extraña división de la plancha en cuatro cuartos y numerosos contingentes, en la parte más cercana a Palacio Nacional, con playeras rojas, gorras y aun pancartas de hule-espuma: acarreados habituales, paleros profesionales para actos de campaña.

En una reacción típica de “expertos asesores”, éstos idearon una solución para el problema que ellos mismos generaron el año anterior: “si la gente no va y se notan mucho los acarreados, entonces hay que hacer que la gente vaya; ¡hagamos un gran concierto gratuito con cantantes de moda!”, seguro que pensaron en algún momento de suprema creatividad.

Pero el mal ya estaba hecho. Ellos transformaron el grito en un acto puro de propaganda y desde su extraordinaria arrogancia (solo superada, acaso, por su ignorancia) dieron por cerrado el tema. Que el grito dejó de ser lo que era, pues ni modo; todo cambia, acaso pensaron.

El Zócalo el 15 de septiembre de 2015. (Foto: Luis Barrón.)
El Zócalo el 15 de septiembre de 2015. (Foto: Luis Barrón.)

Y entonces seis jóvenes burlaron los controles y utilizaron, para sus propios fines, la cobertura mediática del grito. Poco importa lo que escribieron por sílabas en sus playeras (¿no se les había ocurrido esto, señores asesores?); lo verdaderamente significativo es que le regresaron a la noche del 15 en el Zócalo su carácter popular. Le recordaron al presidente, y al equipo que diseñó los festejos, que el Zócalo no es un set privado, sino la primera plaza pública del país, y que no todas las personas son extras o acarreados; que también hay gente que quiere celebrar… y gente que quiere protestar. Y aprovecharon la cobertura de la televisión para transmitir su propio mensaje. Cuando los productores se dieron cuenta, ya era tarde, ya lo habían transmitido ellos mismos, a todo el país, a todo el mundo: “Pe-ña-a-se-si-no”.

La reacción de la policía federal fue la cereza en este pastel de torpezas gubernamentales. Si acusar públicamente de asesino al presidente de México constituye falta, infracción o delito, alguien en la Secretaría de Gobernación o en el comando de la Policía Federal lo debía saber y entonces pudo haberse detenido a estos jóvenes bajo el supuesto de flagrancia. Si no, entonces, estos jóvenes simplemente ejercieron su derecho de expresión —consagrado en la constitución— y nadie debería haberlos molestado.

Pero los funcionarios responsables no tomaron ninguno de estos dos caminos. Enviaron policías a hostigar a estos jóvenes y no los retiraron ni disimularon ante las muchas cámaras de periodistas y curiosos. Uno de estos jóvenes denunció que fue secuestrado durante varias horas. Dos hipótesis para explicar esto: o los personeros del gobierno son de una incompetencia aún mayor de la que ya suponíamos, o actuaron con plena conciencia y quieren enviar un mensaje a la población —que nadie vuelva a arruinar un spot publicitario del presidente.

Los agentes destacados en los filtros de seguridad del Zócalo para el grito del 2016 tendrán, me temo, una nueva y dificilísima tarea: revisar y censurar los estampados de todas las prendas de vestir de todos los asistentes…

2 comments on “Seis playeras blancas

  1. Alejandro Rocha

    ¿Gran logro?, es como meter chupe a un partido de futbol cualquiera lo hace, ¿jóvenes audaces? muchos se quejan del gobierno pero hasta López Obrador siempre trae acarreados, todos los políticos son iguales «todos», ya es hora de que los jóvenes y todos los que nos quejamos de nuestro gobierno y país nos pongamos a trabajar y a predicar con el ejemplo siendo buenos ciudadanos y padres de familia, en vez de ser audaces comencemos con nosotros por que los que están en el gobierno ya no cambiaron.

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    • Bernardo Ibarrola

      Estimado Alejando:
      No entiendo el sentido de tu comentario. Puesto que todos los políticos son iguales y no van a cambiar, ¿no tiene caso quejarse? ¿En lugar de quejarse hay que predicar con el ejemplo? ¿A quién? ¿A los políticos que son todos iguales y que no van a cambiar?

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