por Octavio Spíndola Zago *
El ser humano ha perdido la capacidad de decidir lo que pasa consigo mismo, de decidir su historia, así sea inmediata; ésta se ha ido restringiendo cada vez más y hay una especie de caducidad de la capacidad política del ser humano. Y lo que se plantea es la idea de que éste está cediendo en el nivel de su capacidad política ante una fuerza que le parece irrebasable, una especie de destino [el mercado].
Bolívar Echeverría. Las ilusiones de la modernidad.
Afirma Gonzalo Martré que a los tribunales de la historia deberán también ser llevados los medios de comunicación, ese poder fáctico capaz de construir y destruir gobiernos. La prensa dentro de la nómina de la Troika, servil y sistemáticamente se ha dedicado a deslegitimar ante la opinión pública (que al fin y al cabo, siguiendo a Bourdieu, ellos mismos crean) al movimiento contra-sistémico, no en su dimensión revolucionaria, sino reformista, de Tsipras.
En este marco de ideas ha escrito Jean-Marie Colombani, ex director de Le Monde y columnista de El País: “En efecto, hay que proteger al pueblo griego. Pero, en este momento, eso quiere decir defenderlo de un Gobierno que lo empobrece un poco más y lo precipita hacia lo desconocido por razones ideológicas.” ¿Qué hace la triada neoliberal europea Merkel-Lagarde-Tusk sino expoliar a un pueblo que se ha atrevido a intentar arrebatar su devenir a ese “destino” acusado por Echeverría? Grecia está sufriendo la misma sangría con efectos parecidos en la memoria pública que la aplicada en su momento a Lord Byron, que lejos de ayudarle a sanar fue fatal precipitando su muerte.
Así, en este llamado sagrado por acumular capital y modernizar, como lo acusa Weber, podemos comprender que el papel del oligopolio bancario ha sido especular y estimular los movimientos financieros desfalcados, promoviendo inyecciones cuantiosas de capital sin generar mecanismos sólidos que impidan inflación y malestar en los mercados, asegurando la burbuja de crisis continua que por antonomasia necesita como condición sine qua non el imperio del capital para existir.
Las exigencias de la Troika para que Grecia pudiera recibir un margen de descuento y una nueva inyección se condicionaban a asegurar la liquidez de las finanzas públicas nacionales: recortando salarios y reduciendo pensiones, despidos masivos, adelgazar hasta el nivel raquítico el gasto público (educación, salud, seguridad social), remate y privatización de empresas estatales, desregularización de los mercados para atraer a la siempre amparadora inversión privada extranjera, y disminuir en 200 millones de euros el gasto en defensa. ¿Nos suena conocido este vademécum?
La misma receta se ha venido entregando a los pacientes latinoamericanos, cuyos gobiernos pro-neoliberales están siempre ansiosos por recibir su dosis; pero cuando el paciente se percata que el médico es en realidad la enfermedad, la prensa internacional acusa al enfermo de demencia (véase los casos de Argentina con los fondos buitres, a Venezuela y su resistencia a aplicar políticas dictadas desde Washington, Bruselas o Londres). Europa apenas está conociendo el estado neoliberal que los latinoamericanos padecemos desde las dictaduras pro-estadunidenses de los setentas tras el rotundo éxito del laboratorio chileno 1974-1990.
El gobierno conservador de Kostas Karamanlis logró disimular la gestación y parto de la deuda gracias a su colusión con los delincuentes de cuello blanco. La zozobra no es por una catástrofe económica, han asegurado los economistas Thomas Piketty y Alexander Novak, sino por las repercusiones políticas de la decisión del pueblo griego: mientras Libia afrenta una crisis migratoria por la guerra civil desatada tras el derrocamiento de Gadafi por las potencias occidentales y el ascenso del califato yihadista, mientras miles de personas en Siria e Irak viven con pánico por el terror del llamado “estado islámico», mientras se dan pasos frágiles en la crisis nuclear en Irán y la eclosión ucraniana sigue radioactiva, todo esto significa que una salida de Grecia de la Unión Europea (UE) llevaría a su ruptura con la OTAN, oportunidad dorada para Rusia, que aprovechará el error de Merkel al abrir el franco sur mediterráneo-negro para una alianza geoestratégica más dinámica y menos violenta.
La nefasta vocinglería del ex primer ministro belga y actual portavoz de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (organización para-neoliberal radical en el Parlamento Europeo), Guy Verhofstadt, y la dureza de Merkel están generando enérgicas tensiones al interior de la UE; mientras un servil Rajoy intenta agradar a la Troika, Hollande llama a una actitud más accesible ante la preocupación de efecto mariposa que arrastraría a España, Italia, Portugal y Francia.
Como lo advierten Nicolás Maduro y Raúl Castro, el triunfo del “no” (el 62.50 por ciento de la población griega votó, 38.69 por ciento apoyó el sí y el resto, 61.31, la negativa) es una oportunidad a futuro y presente, aunque ni Tsipras ni Syriza buscan la ruptura con la UE más allá de un plan de contingencia más humanitario. Sea cual sea el resultado a mediano plazo, en lo inmediato el caso griego, nuevamente: a) ha dejado al descubierto la condición de violencia que se antoja como elemento estructural en el anquilosado sistema neoliberal, b) mantiene viva la flagelada llama del camino democrático como forma de vida aún rescatable; y c) nos recuerda que toda ganancia es privada, mientras toda deuda es invariablemente pública.

El expresidente del Consejo Europeo, el democratacristiano Herman Rompuy hizo un llamado para “que Europa hable una sola voz y vaya junta en los temas que nos interesan a todos” a lo que Tsipras respondió, tras el triunfo del no, asegurando que el referéndum no deja vencidos, sino que es una victoria en sí mismo. Difícil sostener dicha postura más allá del referéndum per se después de que el 16 de julio el Parlamento aprobara el paquete de dolorosas reformas ligeramente negociadas y una oleada de renuncias en el aparato gubernamental. ¿Se mantiene viva la esperanza del referéndum o ha sido opacada por la dolorosa decisión tomada por un Tsipras sui generis?
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