por Bernardo Ibarrola *
Desde hace más de cien años lleva el nombre del famoso secretario de Fomento porfiriano: Manuel Fernández Leal. Hace un siglo, esta calle comunicaba la fábrica de papel y los barrios de la Conchita, Niño Jesús y San Lucas con la línea del tranvía que atravesaba el pueblo de Coyoacán de oriente a poniente y se iba, luego, hasta la ciudad de México, diez kilómetros al norte. Hoy Fernández Leal —junto con Felipe Carrillo Puerto— es prácticamente la única vialidad entre Universidad y División del Norte para llegar de Miguel Ángel de Quevedo (el ignorado eje 9 sur) al circuito interior.
En una ciudad que optó desde hace un cuarto de siglo por el transporte público de superficie en detrimento del subterráneo (56-44 por ciento en 1986; 70-30 por ciento en 2000), y que destina a aquél sólo el 5 por ciento del total de su parque (tres y medio millones de unidades), mientras que el 95 por ciento restante de los vehículos automotores que circulan diariamente por la ciudad son privados, el resultado es previsible: durante las largas horas de punta por la mañana y por la tarde, Fernández Leal es en realidad una calle-estacionamiento de quinientos metros que se recorre, a veces, en más de media hora. El problema no es ni de la calle ni del barrio. Como otros muchos puntos de la zona metropolitana del valle de México, sencillamente se satura con los miles de automovilistas que huyen de los ejes viales y demás “vías rápidas”, aún más saturadas.
Muy pocos de estos chilangos que suelen quedarse atorados en esa pintoresca calle de Coyoacán saben que, algunos metros debajo sus automóviles, ocurre otro dramático proceso relacionado con el acelerado y mal gobernado crecimiento urbano: el reacomodo de placas subterráneas, provocado por la sobreexplotación de pozos, que van a buscar el agua en yacimientos cada vez más profundos. Casi el 70 por ciento del agua que se consume en la ciudad proviene de sus propios recursos hídricos, pero estos no están distribuidos de manera uniforme: gracias a sus pozos, Coyoacán sufre menos desabasto de agua que Benito Juárez o Iztapalapa, delegaciones vecinas. Pero el costo es alto: mientras que las zonas de pedregales de la demarcación resisten mejor, las de suelo arcilloso, como la Conchita, sufren hundimientos diferenciales que pueden dañar las obras de la superficie.

Es lo que le ha pasado a la capilla de la Inmaculada Concepción, levantada en el siglo XVIII sobre uno de los primeros templos católicos erigidos en el valle de México, doscientos años atrás. El templo, ejemplo de arte tequítqui, uno de los monumentos emblemáticos de Coyoacán y corazón del barrio de la Conchita, está a punto de caerse desde hace más de un lustro. En 2006 un primer dictamen del INAH apremiaba a su intervención urgente: los hundimientos diferenciales de la plaza alteraron toda su cimentación y la llevaron al borde del colapso.
Durante algún tiempo, sin embargo, no se hizo nada para evitar el derrumbe; los años pasaban, las televisoras nacionales se habituaban a utilizar la plaza como set para grabar sus series y telenovelas y hasta recargaban sus carpas de catering en los fragilizados muros de la capilla. Los vecinos tuvieron que intervenir y coordinarse con las autoridades eclesiásticas responsables del templo que, ante el peligro de desplome, decidieron cerrarlo en junio de 2010. Por fin, a mediados del siguiente año, dio inicio la primera etapa de restauración: intervención del subsuelo y colocación de cinchos estructurales para evitar cuarteaduras y separaciones. Los poco más de dos millones de pesos necesarios para ese primer paso se reunieron no sin dificultades, con aportaciones de la curia capitalina, el Fondo para la Restauración de Monumentos y Bienes Artísticos (perteneciente a Conaculta), la Cámara de Diputados y hasta colectas y conciertos organizados por la comunidad.
Entonces se programó que la restauración completa de la capilla de la Conchita llevaría poco más de dos años y costaría otros seis y medio millones de pesos, penosamente conseguidos del mismo modo. Dentro de poco, el 6 de diciembre, día de la Concepción, se supone que se reabrirá el templo y que podremos conocer los hallazgos que los arqueólogos hicieron durante los trabajos: evidencias de otro templo, edificado en el clásico temprano, que vendría a confirmar lo que los habitantes de la Conchita saben: la plaza ha sido punto de reunión y vida colectiva desde siempre. Y en la Conchita, siempre no comenzó en el siglo XVI, sino por lo menos en el siglo VI.
Muchas gracias por esta informacion, Vivi muy cerca y fui a misa muchos Domingos a la Conchita (30 años), y me da mucho gusto que la hayan salvado, no puedo imaginar Coyoacan sin ella.
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