por Joaquín E. Espinosa *
Por su azul y oro,
luchemos sin cesar,
cubriendo así de gloria,
su nombre inmortal.
Cuando Justo Sierra inauguró la Universidad de México, se pretendía que fuera nacional dado que tendría, decía en su discurso de apertura, “la potencia suficiente para coordinar las líneas directrices del carácter nacional”, así como la obligación de ser “encargada de la educación nacional en sus medios superiores e ideales”. Una vez realizada “esta obra inmensa de cultura y de atracción de todas las energías de la república, aptas para la labor científica, es como nuestra institución universitaria merecerá el epíteto de nacional”.

Inspirada por tres grandes e importantes universidades, Salamanca, París y California, la Universidad de México representaba uno de los objetivos cúspide cumplidos en todo el proyecto que implicó el festejo de la nación que el presidente Porfirio Díaz orquestaba con motivo del centenario del inicio de la independencia de México. La búsqueda de unión con la cultura universal, tan cara a Sierra, quedaba patente; asimismo, pretendía que la intelectualidad mexicana más selecta estuviese inmiscuida en su constitución.
Ese 22 de septiembre de 1910 hubo una procesión solemne de autoridades y catedráticos por el hoy barrio universitario, declarando inaugurada la máxima casa de estudios. Pero no era la primera universidad que el país sostenía. Ya desde la época de dominación española, cuando “México” no existía, sino Nueva España, y no había un país libre y soberano, sino un reino (colonizado) español, se había fundado una Universidad, Real y Pontificia de México (en referencia a la capital de aquel reino).
Ahora bien, Justo Sierra en ningún momento veía que esta institución que había sobrevivido a la consolidación de la nación mexicana fuera un antecedente, pues si bien “no tiene antecesores, si no tiene abuelos, nuestra Universidad tiene precursores”; pero no como “antepasado”, sino simplemente “pasado”. Pues ese organismo, tan añejo, decadente y en agonía, según palabras del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, “no había tenido ni una sola idea propia, ni realizado un solo acto trascendental”, no se fundaba en la adquisición científica; contraste con lo que se magnificaba en la apertura de la nueva universidad, que se encararía “con el universo en todas sus sombras” y perseguiría “el misterio de todas las cosas hasta en los círculos más retirados de la noche del ser”.
Ahora, en 1910, se buscaba con la fundación de la Universidad Nacional ya no señalar la verdad, sino se mandaba a la máxima de “la verdad se va definiendo, buscadla”, intentando inmiscuirse en la cosa pública nacional, para llevar al país hacia la democracia y la libertad, comenzando desde dentro, impulsando una autorregulación basada en la laicidad, pues “el estado no podría, sin traicionar su encargo, imponer credo alguno; deja a todos en absoluta libertad para profesar el que les impongan o la razón o la fe”.
A ciento tres años de aquel trascendental acontecimiento, la Universidad Nacional (Autónoma desde 1929) de México es uno de los pilares más fortalecidos y perennemente considerados de la nación mexicana. Es uno de los referentes necesarios en la opinión pública nacional. Ha entregado los resultados más sobresalientes, desde el premio príncipe de Asturias en el área de comunicación y humanidades, en 2009, hasta ser una constante en la lista de las mejores universidades del mundo, otorgando a México los tres premios Nobel con que cuenta, y legando los investigadores, cuerpo docente y alumnado más comprometido (sin desacreditar al resto de las universidades). Hoy es casa de un total de más de 330 382 alumnos en sus ámbitos medio, superior y de posgrado, alojados en sedes alternativas o la mítica ciudad universitaria, patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO desde 2007.
Los presagios y anhelos de Justo Sierra se han cumplido, pues así como él imaginaba a los estudiantes, hace ya muchos años, el espíritu universitario está muy vivo en muchos de los hijos de esta alma mater:
Me la imagino así: un grupo de estudiantes de todas las edades sumadas en una sola, la edad de la plena aptitud intelectual, formando una personalidad real a fuerza de solidaridad y de conciencia de su misión y que, recurriendo a toda fuente de cultura, brote de donde brotare, con tal que la linfa sea pura y diáfana, se propusiera adquirir los medios de nacionalizar la ciencia, de mexicanizar el saber…
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¡Sobre mi amada alma mater, la UNAM, en este su 103 aniversario…!
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