por Rafael Guevara Fefer *
Estos días de reformas estructurales, sea lo que éstas sean, se nos atravesó la naturaleza mediante la lluvia y el viento. Así que las noticias más visibles son climas extremos, los desastres que les acompañan y las imágenes más inquietantes sobre nuestra fragilidad ante los movimientos de las aguas, los mares y las tierras —que además develan la incompetencia de nuestros gobiernos por corrupción o por torpeza.
Estos días son tan buenos como otros para releer a Vicente Riva Palacio, quien dedicó uno de sus artículos de “Los ceros” al ingeniero Mariano Bárcena, un científico y naturalista del porfiriato, esforzado en echar a andar un servicio meteorológico nacional, por ser de gran utilidad para la ciencia y para la patria, proyecto criticado por algunos necios que pasaron su tiempo como gobernantes.
Decía don Vicente:
La atmósfera, como todos sabemos, es una capa transparente que envuelve por todas partes a la tierra, y compuesta de elementos que aunque parecen contrarios se combina perfectamente, así como los que se llaman amigos de un gobierno, que se entrelazan y se chocan, y se confunden, y se dividen, y que sin embargo, cada uno va a su objeto: el uno quiere un ministerio; el otro un[a] curul; el de más acá la administración de una aduana marítima; el de más allá una magistratura; aquél la dirección de un ferrocarril; éste una plaza de gendarme para un primo del hermano del cuñado del sobrino de un compadre del marido de la cocinera de una amiga suya.
Pero volvamos a Mariano Bárcena. Mariano es una honra para México, no va a la Concordia ni a los Tívolis, ni a la Palestina, ni al Globo, ni a la Casa de Messer, ni le conocen como su parroquiano Recamier, Porraz, ni Fulcheri, ni hay un jin-cock-tail a la Bárcena ni un cherry-cobler a la Marianito, ni un min-juleps a la Observatorio, en cambio las sociedades científicas del extranjero se empeñan en contarle entre sus más esclarecidos miembros honorarios; los botánicos bautizan con su nombre nuevas plantas y los mineralogistas dan su apellido a metales que eran desconocidos.
Bárcena en el Observatorio Meteorológico fabrica los elementos que enriquecen ese arsenal de conocimientos para la economía humana, en que los médicos vienen a buscar armas para combatir la enfermedades.
Ni los preparativos del emperador Alexis, para prevenir la invasión de Rogerio Huiscardo del Imperio de Oriente, ni lo datos de que se arma Payno para combatir la ley de impuestos sobre tabaco, ni los argumentos que preparan Mancera para defender la introducción de la sal libre de derechos del estado de Hidalgo, o la baja del impuesto sobre pulques, pueden compararse al número de cifras que arrojan los registro del Observatorio.
Y este trabajo tiene que ocupar los días y las noches, y ser tan incesante como el que lleva el presupuesto de egresos contra la Tesorería de la Nación; porque si de los coches simones el vulgo dice que corren parados, de las quincenas pude decirse que velan durmiendo ya que no duermen velando [Vicente Riva Palacio, “Mariano Bárcena”, en Los ceros: Galería de contemporáneos, segunda edición (México: Instituto Mora-UNAM-Conaculta-Instituto Mexiquense de Cultura, 1996), 201-219].
Las palabras de Riva Palacio son tan viejas y tan nuevas al mismo tiempo que resultan adecuadas para sintetizar cómo la necedad y la sordera de los gobernantes ante los datos de la meteorología indignan hoy como ayer (siglo XIX). Pero en este siglo XXI, en el que ya es claro que los riesgos naturales sólo son sociales y culturales —ya sabemos que no debemos hacer una carretera dónde hay derrumbes ni urbanizar donde los ríos crecen, tampoco exponernos al sol ni usar energía nuclear, porque la naturaleza no firmó un acuerdo para no excederse cuando hay tsunami o temblor— no debemos concentrarnos en celebrar un cumpleaños de la nación mientras todas las alarmas meteorológicas están activadas.

Indignarse y exigir que antes de la grilla y la frivolidad, quienes gobiernan estén atentos ─para eso se les paga─ de cuidar a todos los ciudadanos, no únicamente a la prima de un amigo que sale en la tele o a quien es cliente pudiente de una empresa de aviación o al cuñando de un diputado o a la nuera de un senador o la amante de un ministro, resulta no sólo justificado, sino absolutamente necesario.
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