por Rocío Arnal Lorenzo *

La fortuna a veces nace desde lo más profundo de las tragedias humanas. Ésa es al menos mi experiencia, que les transmito ahora, a través de un aspecto de mi vida: mi exilio como chilena y el colegio del exilio español donde crecí. De mi familia aprendí a defender los derechos y las libertades de las personas. Aprendí de ellos que hay militancias políticas dignas, en las que la gente se juega la vida, o lo tiene que dejar todo para sobrevivir y sólo se lleva la nostalgia, el cariño por la tierra que abandona, el amor por los que se quedan.

Recuerdo a mi abuela diciendo: “me muero de miedo al saber que sois militantes, pero me moriría de vergüenza si no lo hicierais.” En México los exiliados militábamos en algún partido político de nuestro país de origen. Sí, también los que habíamos llegado pequeños; era el ejemplo que nos daban nuestros padres y la gente que nos rodeaba. Ellos se convertían en nuestras familias de exilio, en aquella época en que una militancia política dignificaba a las personas. Esa gran familia se alimentaba de lo que era en realidad un solo exilio cuando se trataba de defender los derechos que las dictaduras pisoteaban: españoles, chilenos, argentinos, uruguayos, comunistas, socialistas, anarquistas, trotskistas. En ese sentido, el Colegio Madrid de la ciudad de México fue un segundo hogar, en el que los valores que había aprendido de pequeña se reflejaban en las aulas. De ese modo, nunca hubo incongruencia entre la casa y el colegio; todo lo contrario, los valores se reafirmaban en ambos lugares porque eran los mismos.

El Colegio Madrid formaba parte de las instituciones de enseñanza fundadas por el exilio republicano español en México. La iniciativa de fundarlo surgió de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles. Su nombre no fue elegido al azar; tampoco fue una decisión resultado del centralismo de sus fundadores: tomó ese nombre como homenaje a la resistencia del pueblo madrileño ante los embates fascistas durante la guerra civil. La defensa de Madrid se convertirá para el exilio en México en un símbolo de tenacidad e inviolabilidad de los principios republicanos.

Hasta los años setenta, la gran mayoría de los alumnos del colegio eran descendientes del exilio español. Esta situación se trastocó con la numerosa llegada de exiliados sudamericanos. Tras residir brevemente en otra ciudad y pasar por el Instituto Luis Vives, mi hermano y yo fuimos trasladados al Colegio Madrid. Por entonces no sabía quién decidía esos cambios, quién pagaba nuestros estudios, el transporte escolar, nuestros uniformes, nuestras comidas en el colegio. Más tarde averigüé que había un comité de exiliados republicanos españoles que organizaba nuestra entrada a los diferentes colegios que el exilio republicano había creado. Este comité se subordinaba al creado por los mexicanos. Es decir, el gobierno republicano español en el exilio fue quien nos becó.

El día de su victoria electoral, 4 de septiembre, 1970. (Foto: Partido Socialista de Chile.)
Salvador Allende, el día de su victoria electoral:  4 de septiembre, 1970.

Nuestra salida de Chile fue dolorosamente inolvidable, a pesar de mi corta edad (siete años tenía entonces). Mis abuelos y mi padre nos llevaron a mi hermano y a mí a la embajada mexicana, donde mi madre llevaba casi tres meses refugiada. Recuerdo que en el taxi que nos llevó a la embajada, mi abuelo, que era un hombre de naturaleza jovial, dijo con voz seria y triste: “Ésta es la última vez que vemos a los niños; hoy los enterramos.” Efectivamente, a él jamás volvimos a verlo. (Dice mi padre que los que se quedan también son de alguna forma exiliados: se les va una parte de sí mismos, se les desprende una parte de su ser, se quedan como mutilados del alma…)

Llegamos a México en la madrugada del 22 de marzo de 1974. A partir de ese momento, mi madre, mi hermano y yo nos convertimos en asilados políticos, tal como lo habían sido los españoles a su llegada a México más de treinta años antes. El primer día de clases en el colegio llegamos tarde al aula, tras pasar por la dirección de la escuela. Fue así como la directora me presentó a mis nuevos compañeros. Les contó sobre lo que había sucedido en Chile, y dijo que Allende compartía los mismos ideales que la república española. Añadió que ahora al exilio español le correspondía devolver lo que había recibido al terminar la guerra. La amabilidad y la simpatía con que mis compañeros me recibieron son inolvidables. Ya desde la hora del recreo hice amigos —amigos entrañables que me han acompañado toda la vida.

Los profesores del colegio se volcaron a integrarnos. Prepararon a nuestros compañeros para nuestra llegada, explicándoles nuestra situación, para que ellos nos ayudaran a adaptarnos a nuestra nueva vida. Llegábamos a un país extraño, como ellos habían llegado. Y aunque nosotros no veníamos de una guerra, algunos de mis compañeros de exilio tenían a sus padres presos, desaparecidos, asesinados… yo tenía la fortuna de tener a mis padres vivos aunque separados. Los profesores quisieron evitarnos el dolor que ellos pasaron al llegar a México: nuestro exilio les hizo recordar el suyo; nuestras carencias, las suyas.

No quiero enumerar los valores republicanos como quien aprende fechas o lugares o hechos históricos. Nosotros no los aprendimos de memoria; tuvimos la fortuna de vivirlos. A nosotros no nos educó una institución; nos educaron personas, nos educaron profesores republicanos, que dejaron huella porque los valores republicanos eran transmitidos día a día con su comportamiento, con su ejemplo.

Quiero terminar con una estrofa de un poema de Pere Quart —“Corrandes de l’exili”—, poema que musicalizó Llach hace muchos años y que me ha acompañado gran parte de mi vida, porque sigo añorando un país en el que casi no viví, pero con el que me siento identificada; porque me enseñaron a añorarlo; porque sigo siendo de ninguna parte o, como decía Benedetti, porque “cuando se ha sido exiliado se es exiliado para siempre”:

Avui en terres de França

i demà més lluny potser,

no em moriré d’enyorança

ans d’enyorança viuré.

1 comment on “De un exilio a otro

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