por David F. Uriegas *
Desde Irlanda, la diversidad de perspectivas se me ha presentado con una claridad que, de no estar aquí, quizá nunca habría podido comprender. A decir verdad, no es que esta diversidad se me haya presentado espontáneamente, como una especie de iluminación mística; más bien comencé a notarla paulatinamente, a veces sin querer, a veces con dolor, a veces con un gozo y una intriga que desata la típica curiosidad del historiador —y muchas otras porque era necesario enfrentar tal diversidad para sobrevivir en una tierra que aún me es muy desconocida.
Hace no mucho tuve la oportunidad de conocer a un grupo de jóvenes alemanes, unos recién egresados de la universidad y otros jóvenes adultos con carreras ya establecidas en Irlanda. Estando juntos, no sólo rodeados de alemanes, sino de gente proveniente de otros lugares, no faltó el tema del nazismo, Hitler y todas las barbaridades que sucedieron. Además, por supuesto, de reír y beber y hablar de ciertos temas con mucha ignorancia y con mucha sátira —a causa de ciertos comentarios que derivaron de la película de Quentin Tarantino Bastardos sin gloria—, me tomó por sorpresa la actitud y la forma en que estos jóvenes respondían sobre eso que decimos que sucedió en una Alemania que, para muchos, como yo, es una Alemania pintada con sangre y nada más. De tal manera que, hacia el final de nuestra plática, resultó que uno de ellos, más o menos, dijo que a los niños alemanes se les educa de tal manera que no sientan orgullo por lo que sucedió en su país hace ya más de 50 años. Todos ellos concordaron.
Mi impresión es que no existe, o tal vez ni siquiera existió alguna vez, una manera de pensar la nueva Alemania, es decir, una Alemania que lleva las cadenas de su pasado, cicatrices que no ha podido sanar y cuentas que están siendo saldadas. Según estos jóvenes, hasta la caída del muro de Berlín o hasta los pasados juegos olímpicos Alemania no había sentido o vivido un orgullo nacional como tal; ¡ni siquiera se había izado una bandera!

Y de esa misma manera se discuten los turbantes “árabes”, la Francia romántica que no es en nada romántica para los franceses, España y el español, Italia que no es sólo Roma, los jeroglíficos de la escritura asiática y sus procesos de pensamiento, India y Bollywood, México y la comida mexicana que es más que burritos y chicken fajitas. Etcétera. Compartir cultura es símbolo de supervivencia.
Como una vez me dijo un querido profesor: “Viajar es como leer historia con pies de foto.” Y así como se viaja, por sobrevivir, se comparte cultura, para comprender al otro y no morir en el intento.
Hasta ahora, no he tenido la oportunidad de estar en Alemania ni me considero lo suficientemente conocedor del tema como para hacer una crítica. Sin embargo, a lo que quiero llegar es precisamente a los intercambios culturales y a la diversidad de perspectivas. La manera de ampliar nuestros criterios sobre las cosas resulta de inundarse de criterios nuevos y desconocidos, de criterios propios e impropios, objetivos y subjetivos, porque es eso lo que enriquece lo que conocemos sobre el pasado: nuestros delirios y el delirio ajeno.
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