[Abajo hay una traducción.]
by Sarah Newberger *
Everything changes, you say. Of course everything changes, but not the archetypes of crime, not any more than human nature changes: 2666
July 15, 2013 marked the tenth anniversary of Chilean writer Roberto Bolaño’s death. While Bolaño was well-received and no stranger to recognition during the last years of his life, only posthumously—as the cliché goes—was catapulted to the forefront of the international literary world. In 2004, the publication of 2666, his pièce de résistance, solidified Bolaño’s legacy as one of modern literature’s great writers. Dozens of his previously unpublished poems, short stories, and novels have gone to press since: Natasha Wimmer and Chris Andrews have probably not slept in the past decade with the volume of material to translate. This year, the Centre de Cultura Contemporània de Barcelona even displayed a public exhibition of Bolaño’s life and work, filling in some of the missing passages of his personal life for his most devout followers (see it here).

It is clear Bolaño left an indelible mark on his readers and captured a global audience, in part—perhaps—because of the universal resonance of his words. A master of writing at the micro level with macro level implications, the substance of Bolaño’s novels occurs in the space between reality and dreams—more accurately, between reality and nightmares. Working in these shadowy areas allowed him to cross literal and figurative boundaries with ease, effectively creating a distinctive voice that defies categorization—something I imagine Bolaño would be happy about. His business card on display in Barcelona appropriately described him as a “poet and vagabond,” so it is only fitting that his fiction followed suit. Bolaño had the flexibility and reach to follow the lives of everyone from the “infra-realist” poets on the fringes of society in Los detectives salvajes (Barcelona: Anagrama, 1998) to the erudite scholars chasing an author across the globe in 2666 (Barcelona: Anagrama, 2004), leaving space for a rosary of characters in between. The feat, though, was in his ability to show the reader just how similar these disparate characters were when stripped of everything but their humanity—neuroses still intact.
Without this universalism, Bolaño’s literature would lose some of its impact, as it speaks to a larger domain—one that reaches further than the pages of the latest New Yorker or a stack of his books in a Mexican bookstore. Bolaño addressed the “big” questions we have all asked: What is human nature? Are people inherently good or evil? Do we have any control over what happens in the world? These questions are to remind us that people, no matter their socio-economic status, gender, skin color, residence, or profession, are inextricably linked and have a deeper, historical connection.
During his last interview, Bolaño was asked what he would have been if not a writer. Bolaño’s response not only explains his stylistic approach to fiction but also confirms his interest in deconstructing the essence of humanity: “I should have been a homicide detective… I’d have been someone who could come back to the scene of the crime alone, by night, and not be afraid of ghosts.” Always the aspiring Sherlock, Bolaño doggedly chased these larger philosophical questions about the human condition, grabbing the reader by the hand to serve as the faithful Watson on his hunt for clues. In Bolaño’s novels, the injustices humanity endures—large and small—are the crime scene, and each time we read his words he allows us to join him on the unfinished investigation of a lifetime.
Did Bolaño have a definitive answer for the fate of humanity? Probably not—and, if asked, he would have undoubtedly redirected the question to the ability of his fictional work to even comment on such a pursuit. Bolaño’s novels were a place for him to deconstruct and hypothesize about the inherent chaos he saw in the world—his ideas, theories, and musings. Towards the end of his life, Bolaño commented in an interview: “The world is alive and no living thing has any remedy. That’s our fortune.” I would like to think this remark was a reflection on his meticulous and exhaustive analysis of humankind while crafting his novels, and that it offered him some level of resolution. And for the rest of us, we should feel a semblance of relief knowing that, despite everything, Bolaño saw a glimmer of hope for humanity. Our fortune is the opportunity to experience this through his words.
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El legado filosófico de Bolaño
por Sarah Newberger *
Dices que todo cambia. Por supuesto que todo cambia, pero los arquetipos del crimen no cambian, de la misma manera que nuestra naturaleza tampoco cambia: 2666.
El 15 de julio de 2013 se conmemoró el décimo aniversario de la muerte del escritor chileno Roberto Bolaño. Aunque Bolaño era bien conocido y en los últimos años de su vida no era ajeno al reconocimiento, sólo póstumamente —como dice el lugar común— fue catapultado a la palestra del mundo literario internacional. En 2004, la aparición de 2666, su pièce de résistance, consolidó el legado de Bolaño como uno de los grandes escritores de la literatura contemporánea. Decenas de sus poemas, cuentos y novelas inéditos han sido publicados desde entonces: Natasha Wimmer y Chris Andrews seguramente no dormido mucho en la última década dado el volumen de material por traducir [son sus traductores al inglés]. Este año, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona incluso montó una exposición sobre la vida y el trabajo de Bolaño que se ocupa, para sus seguidores más devotos, de algunos de los pasajes perdidos de su vida personal (véase aquí).

Es claro que Bolaño dejó una marca indeleble en sus lectores y se aseguró un público global, quizás en parte por la resonancia universal de sus palabras. Maestro de la escritura micro con implicaciones macro, la sustancia de las novelas de Bolaño se encuentra en el espacio entre la realidad y los sueños o, más exactamente, entre la realidad y las pesadillas. Trabajar en estas áreas sombrías le permitió, literal y figurativamente, atravesar fronteras con facilidad, y de hecho crear una voz personal que resiste la categorización; algo que imagino lo hubiera hecho feliz. Su tarjeta de presentación cuando vivía en Barcelona lo describía apropiadamente como “poeta y vagabundo”, y es sólo natural que su ficción le correspondiera. Bolaño tenía la flexibilidad y el alcance para seguir la vida de quien fuera, desde los poetas “infrarrealistas” en los márgenes de la sociedad de Los detectives salvajes (Barcelona: Anagrama: 1998) hasta los académicos eruditos en busca de un autor por todo el mundo en 2666 (Barcelona: Anagrama, 2004), pasando por un rosario de personajes entre ambos. Su logro, empero, consistió en su habilidad para mostrar al lector qué tan similares eran estos personajes una vez despojados de todo salvo su humanidad —aunque intactas sus neurosis.
Sin este universalismo, la literatura de Bolaño perdería algo de su impacto, puesto que se dirige a un espacio más amplio, uno que va más allá de las páginas del número más reciente del New Yorker o la pila de sus libros en una librería mexicana. Bolaño se planteó las “grandes” preguntas que todos nos hemos hecho: ¿Qué es la naturaleza humana? ¿La gente es inherentemente buena o mala? ¿Tenemos algún control sobre lo que pasa en el mundo? Estas preguntas nos recuerdan que la gente, a pesar de su estatus socioeconómico, género, color de piel, residencia o profesión, está inextricablemente ligada y que tenemos una conexión más profunda, una conexión histórica.
En su última entrevista se le preguntó a Bolaño qué hubiera sido de no haber sido escritor. Su respuesta no sólo explica su modo de acercarse a la ficción sino confirma su interés en deconstruir la esencia de la humanidad: “Hubiera debido ser detective de homicidios… Me hubiera gustado ser alguien que puede volver solo a la escena del crimen, por la noche, y no temer a los fantasmas.” Siempre aspirante a Sherlock, Bolaño abordó con tenacidad las grandes cuestiones filosóficas acerca de la condición humana, tomando al lector de la mano para que le sirviera como fiel Watson en su cacería de indicios. En las novelas de Bolaño, las injusticias —grandes y pequeñas— que la humanidad enfrenta son la escena del crimen, y cada vez que leemos sus palabras nos permite acompañarlo en la inacabada investigación de toda una vida.
¿Tenía Bolaño una respuesta definitiva sobre el destino de la humanidad? Probablemente no. Y si le hubieran preguntado, hubiera sin duda orientado la pregunta hacia la habilidad de su trabajo aun para comentar sobre ese empeño. Las novelas de Bolaño fueron un espacio para deconstruir y elaborar hipótesis acerca del inherente caos que él veía en el mundo: sus ideas, teorías y cavilaciones. Hacia el final de su vida, Bolaño comentó en una entrevista: “El mundo está vivo y ningún ser vivo tiene remedio. Ésa es nuestra fortuna.” Quisiera pensar que este comentario refleja algo del análisis meticuloso y exhaustivo de la humanidad que realizaba al elaborar sus novelas, y que ello le ofrecía algún tipo de respuesta. Por nuestra parte, deberíamos sentir una especie de alivio al saber que, a pesar de todo, Bolaño veía un destello de esperanza para la humanidad. Nuestra suerte es la oportunidad de experimentarla a través de sus palabras.
[Traducción: LFG.]
No encontré en el texto la palabra «historia» o «histórico(a)» ¿Por qué?
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