por Alejandro Herrera Dublán *
Sin concederle congruencia disciplinaria ni pedagógica al modelo educativo de la educación básica vigente en nuestro país, es necesario conocerlo para utilizarlo a favor de la construcción de conocimientos valiosos y significativos en conjunto con los alumnos. Desde su origen, la educación que imparte el estado no ha promovido el cambio del status quo contemporáneo, pero siempre ha tenido que reconocer —así sea retóricamente— el anhelo de cambio de toda sociedad, justo porque la escuela occidental es producto de los movimientos revolucionarios del siglo XVIII. Urge entonces identificar, en la escuela y en la educación oficial, las contradicciones del sistema que nos permitan combatirlo desde dentro.
Este es el caso de una de las tres competencias propias de la asignatura de historia, impuesta en 2006 a través de la reforma a la educación secundaria, que se llama “Manejo de información histórica”. Los Programas de estudio 2011 describen sus alcances en los siguientes términos: “El desarrollo de esta competencia permite movilizar conocimientos, habilidades y actitudes para seleccionar, analizar y evaluar críticamente fuentes de información, así como expresar puntos de vista fundamentados sobre el pasado”.

Aludiendo al cumplimiento de los propósitos que se derivan de este pomposo enunciado es posible construir con los alumnos análisis y evaluaciones críticas de uno de los pilares más caros y poderosos del estado mexicano moderno (y de todos los estados en general): la propaganda. Para ello, es necesario, en primera instancia, desligar el concepto de información de la acepción positiva que lo liga con la acción de “ampliar o precisar los conocimientos que se poseen sobre una materia determinada” (definición del DRAE), y reconocer, al mismo tiempo, la existencia de información negativa, que reduce y difumina los conocimientos.
En segundo lugar, es necesario que el historiador reconozca como una devaluación grave de sus saberes el sentido implícito en el enunciado de la competencia analizada, que liga a las fuentes de información con el pasado exclusivamente. Debe considerarlo así a partir de un hecho irrefutable: si para la mayor parte de la sociedad el conocimiento del presente está condicionado por la mercantilización de todas las cosas y sus epítomes son la propaganda y la superficialidad, ¿por qué ha de esperar que los no especialistas dejen de buscar estas características en la información que desean obtener sobre el pasado y se interesen en cambio por las sesudas indagaciones que su gremio ofrece?
En tercer lugar, debemos reconocer que hasta que aprendamos a manejar la información seguiremos siendo manejados por quienes la ofrecen. Éste es el caso de los estudiantes de secundaria, y de muchos adultos también. Por esta razón hemos de negar —durante el menor tiempo posible— la capacidad de seleccionar (como propone el Programa de estudios) la información a los alumnos. Ellos no seleccionan, pero en cambio son avasallados por todos los medios posibles con conocimientos que forman su persona; con in-formación que condiciona, en su perjuicio, cualquier construcción de conocimientos históricos valiosos o de cualquier otra área del saber humano.
Por último, restan para el docente unas tareas harto divertidas, nostálgicas, iluminadoras y revolucionarias: buscar, seleccionar, analizar, criticar, contextualizar y preparar, para su reproducción en clase, los anuncios gubernamentales propicios para construir con los alumnos las capacidades, habilidades y —si se quiere en esos términos—, la competencia para el manejo de la información.
Imagine usted, docente de historia, qué conocimientos puede, junto con sus alumnos, contrastar, reafirmar, criticar, cuestionar, analizar, sintetizar, promover, remover o revolucionar, con un anuncio televisivo del Programa Nacional de Solidaridad de Carlos Salinas. ¿O qué tal un comparativo entre los que se están produciendo bajo la mapachista “Cruzada contra el hambre” y aquel viejo comercial de Sabritas, filial de la magnánima Pepsico, en el que se ofrecían bustos y estampitas de los héroes patrios en lugar de los fabulosos tazos de hoy? ¿O qué tal si comparamos ese anuncio del Telmex paraestatal en que se explicaba el servicio de Lada internacional con cualquiera producido en la telenovelesca era Slim?
Hay una buena cantidad de canales en youtube que resguardan y ofrecen esta fuente de información. La presidencia de la república también tiene su canal y ahí hay mucha tela de donde cortar. Deberíamos exigir también —en el marco del derecho a la información— la presentación pública de toda la producción propagandística oficial porque ésta ha condicionado nuestra relación con el mundo y con la historia. Mientras tanto, propongo a los interesados compartir sus hallazgos y, si se animan sus experiencias al respecto.
Buenas noches profe Alejandro:
No soy historiadora ni una docente de historia, pero sí una persona interesada en la historia y voy a echar mano de la propaganda que existe de años anteriores y la que hoy se divulga en mi estado (tenemos elecciones el próximo mes de julio) para apoyar a mis alumnos en «la construcción la competencia para el manejo de la información». Y no necesitamos visitar you tube, tan sólo con observar cómo tapizan las comunidades con lonas, espectaculares, bardas pintadas, etc., como bien menciona, hay mucha tela de dónde cortar.
Y tal vez, siendo un poco ambiciosa, vamos a relacionar la química con las propagandas, así mis alumnos comprenderán que esta ciencia ha sido utilizada, en el pasado y en el presente, hasta en el ámbito político.
Saludos cordiales
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