por Alicia del Bosque *
A casi todos los políticos les encanta imaginar que lo que hacen definirá el futuro de sus países y regiones. Su marketing consiste precisamente en eso: en afirmar una y otra vez la fabulosa novedad de sus acciones, y lo mucho que —como reza el lugar común— cambiará el curso de la historia si la gente de a pie hace lo que ellos dicen. Quizá por eso les gusta tanto hablar de líderes; pues son sus ideas las que construirán un porvenir por el que deberemos estarles permanentemente agradecidos. (Y un día, qué duda cabe, respaldaremos al heredero que decida erigirles un monumento.)
Es una lástima que, casi invariablemente, la novedad del futuro prometido se revele como la enésima iteración de una vieja promesa, con las mismas trampas discursivas y las contradicciones de siempre. Verbigracia:
Habla Barak Obama —el viernes pasado— y vuelve a prometer un programa educativo ambicioso y audaz (del que lleva hablando dos años, por cierto) que deberá resolver a un mismo tiempo las carencias profesionales de Estados Unidos y los países latinoamericanos, y promoverá la integración de los jóvenes de ambas regiones. (Aquí está el discurso entero.) Se trata de 200 mil plazas estudiantiles, la mitad para jóvenes meridionales que decidan estudiar en el norte, la otra mitad para audacious enough estudiantes norteños que se arriesguen a probar suerte de este lado de la frontera. En el caso de México, eso se hará a través de un Foro Bilateral para la Educación, Innovación e Investigación en el que participarán el Conacyt y una organización que debe ser la National Science Foundation.
(La mayor novedad, por supuesto, consiste en imaginar que un número tan alto de estadounidenses estará dispuesto a estudiar en Latinoamérica. Pero no porque las universidades de este lado desmerezcan en la comparación; es simplemente que los prejuicios orientalistas son intensos en el primer mundo y cuesta trabajo imaginar el día en que un diploma en español no sea menospreciado en Estados Unidos.)

Lo curioso es que la iniciativa se concentra en unas pocas áreas, imaginadas como fundamentales hasta por su acrónimo en inglés (STEM): ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Nadie duda que el cultivo de esos sectores es extremadamente relevante, aunque resulta un tanto molesto el desaseo taxonómico de la fórmula (¿o es que las matemáticas no son una ciencia?). Lo sorprendente es que el objetivo sea más o menos el mismo que ha venido enunciándose —y financiándose— a lo largo del último siglo, sin que hasta ahora se haya producido esa “fuerza laboral que contribuya a nuestra prosperidad económica mutua”, como dice el boletín de prensa de la embajada estadounidense. (Rafael Guevara Fefer debe estar pensando: “se los dije…”)
Es todavía más paradójico que Obama insistiera en semejante propuesta en un acto “ante estudiantes” celebrado, nada más y nada menos, que en el Museo Nacional de Antropología —y no, digamos, en el edificio del posgrado en ingeniería de la UNAM o en la sede capitalina del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN—. Y por si no fuera suficiente, que durante su speech el presidente estadounidense elaborara un retrato de México en el que las “antiguas civilizaciones” mesoamericanas, los murales de Diego Rivera, la pintura de Frida Kahlo, la poesía de Amado Nervo, un verso del himno nacional y el pensamiento de Octavio Paz figuraban de manera prominente. O sea que, para variar, el México imaginado desde Estados Unidos volvió a ser la “fiesta, siesta, sombrero y pistola” que tanto irrita (y fascina) a Mauricio Tenorio Trillo.
Hasta en la forma (la chabacanería de gritar “¡viva México!” en español, por ejemplo), el discurso de Obama evidenció lo acartonado, lo contradictorio que resulta un modo de-ser-en-el-mundo que idolatra a la ciencia y a la tecnología y que, a la vez, insiste en representar como “culturas” a los pueblos meridionales… del mismo modo en que muchos otros políticos y académicos antes que él, en México como en Estados Unidos, se han empeñado en equiparar al futuro con las ciencias matematizadas y al pasado con el arte, la literatura y las disciplinas humanísticas. Brave twentieth-first century el que nos espera.
Ignoro por qué destinan tanto tiempo a analizar esos discursos. Son los mismos discursos que Obama va a decir a los estudiantes de los países que visita. Es endulzar los oidos de los anfitriones, en particular de quienes son más propensos a ser chamaqueados: los jóvenes. Es fácil decir que habrá cooperación e intercambio sin saber los rangos o que estamos al mismo nivel que ellos solo porque a alguien se le ocurrió poner a la UNAM entre las mejores universidades del mundo.
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