por Wilphen Vázquez Ruiz *
Entre las intenciones que tiene este blog está la de acercarse a temas relacionados con lo contemporáneo y la enseñanza de la historia. El mes de abril en ese tenor nos brinda un par de fechas que dan pie a un comentario sobre ellas. La primera es el 22 de abril, día mundial de la tierra, y el 30, en que se celebra a la infancia. Sobre el primero de ellos hay que destacar, como lo hace Rafael Guevara Féfer, que, como la historia humana se finca en la relación de los individuos con el medio ambiente, es preocupante que sean muy pocos quienes se dediquen a este tema.
Es de llamar la atención que entre el alumnado se desconozcan datos como la cantidad de agua potable que consume la ciudad más grande del país y la cantidad de aguas residuales que ésta genera; que México, siendo uno de los cuatro o cinco países con mayor diversidad biológica en el mundo, ocupa uno de los primeros lugares en deforestación, con una pérdida anual de bosques, selvas y otros ecosistemas terrestres, cercana a las 200 mil hectáreas (de acuerdo con datos proporcionados por la FAO). Y la lista sigue.
Referirnos al 30 abril puede parecer banal, pero no lo es desde el punto de vista que interesa a esta publicación, que es el del análisis histórico, en este caso de lo contemporáneo.
Las referencias a los infantes y a la protección que estos han de recibir de diferentes organismos no son cosa nueva. Sus derechos están contemplados en la constitución que nos rige, así como en diversas leyes y reglamentos (aunque en ocasiones de manera difusa o insuficiente), al tiempo que instancias internacionales como la Unicef dirigen sus esfuerzos a políticas y programas internacionales en su favor. Pero, ¿qué sucede en México?, ¿cuál es la situación de la infancia en nuestro país?
Actualmente contamos con una población superior a los 112 millones de habitantes, de los cuales más de 32 millones tenían menos de 14 años de edad en 2010. En ese mismo año, de cada cien nacidos vivos, ocho lo hacían con bajo peso y tres con macrosomía (esta última enfermedad relacionada con la diabetes gestacional). Del total de niños en el país, en ese año el 3.6 por ciento no sabía leer ni escribir y casi el 30 por ciento no asistía a la escuela.
Más recientemente, Unicef y el Consejo Nacional de Evaluación Política de Desarrollo Social señalaron que el 54 por ciento de un total 39.2 millones de menores de edad sufren la carencia de alguno de los derechos sociales, ya sea en educación, salud, seguridad social, vivienda, servicios básicos o alimentación. Asimismo, más de 5 millones de infantes subsisten en condiciones de extrema pobreza —la cual se define por carecer del ingreso indispensable para satisfacer las necesidades alimentarias básicas, y estar privados de al menos tres derechos sociales.
Y no hablemos ahora de la explotación laboral y sexual, así como de la violencia física y psicológica a la que muchos de estos infantes están sujetos; de la nula calidad educativa que reciben en sus escuelas y la inexistencia de alternativas que faciliten un desarrollo distinto para su futuro. En suma, ¿qué pueden celebrar estxs niñxs?, ¿qué debemos hacer al respecto? Debemos pensar sobre ello.
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