Acciones Conmemoraciones

Fracturas epistemológicas

por Alicia del Bosque *

El peine apareció en la última pregunta de la última mesa de un coloquio que, a decir de los especialistas, había sido particularmente enriquecedor, uno de esos encuentros académicos que nos recuerdan por qué nos dedicamos a lo que nos dedicamos. Dijo ella, poco más o menos: “¿pero quién en verdad dio la orden de asesinar al presidente Madero?”

Otra irrupción incongruente: Zapata y Villa en Palacio Nacional.
Otra irrupción incongruente: Zapata y Villa en Palacio Nacional.

La voz de Javier Garciadiego —doctoral, autoritativa— pareció recoger el sentimiento de todos los profesionales en el hermoso salón del INEHRM. Palabras más, palabras menos, el presidente de El Colegio de México respondió que la pregunta no tenía mucho sentido. Dijo también que los profesionales de la historia no somos médicos forenses. Que lo que importa es comprender las causas y las consecuencias de los fenómenos que estudiamos. Que el aspecto detectivesco de nuestro oficio es su parte menos relevante.

Adolfo Gilly —para variar— respondió de modo muy otro: dijo algo así como que, aunque la pregunta era relevante, era menos significativa que una otra pregunta sobre el sentido de la lealtad de los militares porfirianos en la coyuntura de 1913. En términos más generales, la posibilidad de averiguar quién dio la orden es una función del consenso historiográfico que ha ido construyéndose en los últimos años: esa imagen más lejana de lo que fue la revolución mexicana. Pero un día lo sabremos, dijo, con una confianza en la marcha del conocimiento histórico que el Sistema Nacional de Investigadores niega cada día.

Ella, por supuesto, escuchaba confundida. Exactamente como —unas pocas semanas antes— se había mostrado confundida cuando, en la Casa Lamm, unx o varixs historiadorxs profesionales se habían mostrado ligeramente molestoxs o impacientes ante su insistencia acerca de la verdad de la conquista de México, o las traiciones de Antonio López de santa Anna, o el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, o la naturaleza de los indios.

Una certeza, parecía pedir. Denme una certeza acerca del pasado, parecía estar pensando. Y he aquí que todos los profesionales la historia —estudiantes doctorales y profesores universitarios por igual— la miraban como si fuera heraldo de una época añeja y ajena, como si su pregunta sobre la verdad de los acontecimientos fuera tan absurda como antigua.

¿Cómo es que las preguntas que hacen las aficionadas a la historia se parecen tan poco a los cuestionamientos que hacen los profesionales del pasado? ¿Por qué y desde cuando dejamos de hablar el mismo lenguaje quienes nos ganamos la vida investigando sobre éste o aquel conocimiento del pasado y quienes, sin pretensión historiográfica alguna, se suman a nuestras conversaciones y planean cosas tan radicalmente diferentes como “quién ordenó matar a Madero”?

Las verdades simples y contundentes de las aficionadas contrastan ciertamente con las preguntas sofisticadas y hasta cierto punto triviales que nos hacemos los profesionales. El sueño juvenil de san Edmundo O’Gorman —juvenil porque Crisis y porvenir de la ciencia histórica se publicó cuando apenas contaba con cuarenta y un años de edad— no hace sino probarse ilusiorio cada día: lo que al parecer la gente quiere no son preguntas sino certezas, verdades históricas o afirmaciones incontrovertibles.

Lo de menos es saber si, en efecto, la pregunta tiene sentido desde el punto de vista de la hisotoriografía: ¿cómo es que, más allá de lo absoluto, la gente común, simple y silvestre exige verdades que no sólo creeemos absurdas, sino que, sobre todo, no nos interesan en sí mismas? ¿No será que la verdadera social función de la historia consiste en ofrecer certezas «claras y distintas» acerca de los hechos pasados —del nartotráfico a la corrupción a la desigualdad— que parecen consustanciales nuestro ser contemporáneo? Es curioso y problemático que la mayor parte de la gente espere de la disciplina de la historia cosas que los profesionales nos negamos sistemáticamente a dar.

* Investigadora independiente

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