por Jorge Domínguez Luna *
En la ciudad de México existe una asociación civil de cronistas que data de 1990, y congrega a más de 40 individuos que se asumen y son reconocidos como tales, tanto por la ciudadanía como por los gobiernos locales y por el gobierno de la ciudad. Son un grupo de gente que está distribuida a lo largo de las 16 delegaciones; su “especialización” está definida por el lugar donde habitan y, salvo contadas excepciones, no cuentan con estudios universitarios en historia, arqueología, pedagogía, antropología, sociología o cualquier otra disciplina científica que se ocupe del estudio del pasado.
De acuerdo a su portal de internet,
el cronista es un humanista, un fedatario del haber histórico y cultural tangible e intangible. Es custodio de la memoria histórica de su comunidad. Abierto a la vida y la cultura, busca ser generoso y tolerante. Es un lector y relator perseverante y obstinado del tiempo pasado y del presente, lo que no le impide alzar su mirada al porvenir, porque el cronista también necesita del futuro para contar y escribir cómo hemos sido, cómo somos, cómo estamos siendo y para saber hacia dónde vamos como barrio, pueblo, colonia, ciudad y país, El cronista compila información, la registra, la investiga, la critica; rescata las tradiciones, la historia oral y escrita, las difunde, opina y propone enriqueciéndolas con su experiencia personal y profesional. El cronista relata la historia siendo fiel a los hechos y la expone bajo un planteamiento estético. Conocedor del valor del patrimonio arquitectónico y natural, lo defiende y propicia su protección. El cronista es memoria del tiempo, gambusino de hechos y conocedor del espíritu de su ciudad y de su raza en su noción más amplia. Nada de lo que acontece en su comunidad y en la sociedad le es ajeno.
Más allá de la organización, y contrario a lo que pensemos como historiadores, la existencia de los cronistas y la sociabilización de su quehacer no pasa inadvertido en varios sectores de la sociedad, especialmente aquellos donde se apela a las categorías de barrios o pueblos originarios. Incluso para las autoridades resulta importante promover y financiar esta actividad.

Los historiadores podemos argumentar que el trabajo de los cronistas no reúne los requerimientos teóricos y metodológicos de toda investigación histórica seria. Podemos decir que su labor antes que científica es cultural. Empero, es de llamar la atención que, cuando se realiza algún evento relacionado con el pasado de ciertas comunidades, se piense en convocar a un cronista antes que a un historiador.
Lo anterior se constata con la convocatoria que en 2008 realizó la Secretaría de Educación para que esta asociación contribuyera a la elaboración de la parte histórica del libro Ciudad de México: crónica de sus delegaciones, el cual tuvo un tiraje de 700 mil ejemplares, para ser distribuidos entre los estudiantes de educación media superior de esta ciudad.
Seguramente a varios historiadores les hubiera interesado participar en la elaboración de un libro con semejante alcance. Habrá que preguntarse si es sólo la ignorancia de los funcionarios lo que evitó que se convocara a los profesionales del pasado o fue consecuencia de la imagen que proyecta el historiador y, por ende, la concepción social de su trabajo.
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