por Diego Ávila *
Durante los días previos al 20 de noviembre circuló por toda la internet, desde las redes sociales hasta las páginas de periódicos y diversos medios informativos, información sobre los lugares de concentración, rutas a seguir y procedencia de las tres diferentes marchas que habría ese día. Las rutas de esas marchas mostraban las calles por donde los manifestantes llegarían al Zócalo. Había algo particular en ellas: ninguna de las tres rutas utilizaría Francisco I. Madero, la calle peatonal por excelencia del centro histórico de la ciudad de México.
El 20 de noviembre, de cualquier modo, la calle Madero había sido cerrada. Literalmente. Por medio de bardas metálicas, el principal acceso a la calle había sido clausurado. Por un lado se alegó que ello, lo mismo que haber bardeado los edificios y monumentos históricos del primer cuadro de la ciudad, se había hecho con el objetivo de protegerlos; proteger tanto a los inmuebles con valor patrimonial como a los negocios que albergan de posibles actos vandálicos. Por el otro lado, quedaban calles de sobra para acceder al Zócalo; ¿qué importaba cerrar una calle?

En febrero pasado fue publicado en The Atlantic un artículo titulado “A Dictator’s Guide to Urban Design”, en el cual su autor, Matt Ford, señalaba la importancia de la plaza pública como herramienta popular para manifestarse, enfatizando además el papel que las plazas desempeñaron tanto durante la “primavera árabe” —la plaza Tahrir en El Cairo y la plaza Verde en Trípoli, por ejemplo— como en las protestas en Ucrania a principios de este año, las cuales tuvieron lugar precisamente en la plaza de la Independencia de Kiev. El artículo de Ford gira en torno a la importancia que tiene el diseño de las ciudades y sus espacios en la posibilidad de permitir a la gente caminar, pasear, reunirse, platicar, protestar… Pero el espacio público puede ser deliberadamente utilizado por el estado para demostrar su poder (militar en la mayoría de los casos) o abrumar al pueblo. Ford pone el ejemplo de los grandes desfiles militares de herencia estalinista retomados por Putin y realizados en la plaza Roja de Moscú, o las gigantescas plazas y bulevares de Piongyang, Corea del Norte.
¿Cómo afectan las calles anchas y rectas, y una plaza de tal envergadura como el Zócalo, a las manifestaciones que tienen lugar en la ciudad de México? El Zócalo es sin lugar a dudas reconocido como la plaza pública más importante no sólo de la capital sino de todo el país; no sin razón es el destino de las grandes caravanas y manifestaciones que ocurren en México. Lo curioso es que cuando estas manifestaciones tienen lugar y se cierran calles y avenidas para que los manifestantes pasen, o cuando ellos mismos deciden deliberadamente bloquear el paso de los automovilistas, decimos que cerraron Insurgentes o Periférico a tal altura.
Sí, las manifestaciones impiden el flujo vehicular y pueden perjudicar a los ciudadanos pero, independientemente de la postura que cada uno tenga al respecto, no podemos negar que los manifestantes están utilizando al máximo la cualidad pública del más básico de los espacios urbanos (la calle). Podemos decir que Reforma está cerrada a causa de la marcha, pero no; sólo está cerrada a los autos. Los demás, la gente, los protestantes, están transitando por ella, están usándola y explotando su carácter público.
¿Qué significa entonces cuando un gobierno decide no sólo bardar edificios o vigilar manifestaciones sino cerrar una calle, especialmente si esa calle es la principal arteria peatonal de la urbe y el acceso más directo a la plaza mayor de la ciudad, privándola no sólo de su carácter público, sino de cumplir su función más básica —esto es, permitir que la gente la transite, ya sea para comprar, pasear, desplazarse o manifestarse?
Cerrar una calle (o cualquier espacio público) es represión, pero es una represión mucho más compleja que la violencia. Cerrar una plaza o una calle es reprimir incluso la posibilidad de que ocurra una manifestación. Es privar a la gente, en un mundo cada vez más privatizado, del único espacio en el que puede expresar su descontento. En esta ciudad podemos dar por sentado las calles y las plazas en las cuales nos manifestaremos; después de todo, el Zócalo siempre estará allí, ¿no? Pero ver Madero cerrada me hizo darme cuenta que éste puede no ser siempre el caso. Aún si las vemos enormes y casi inaprensibles, las calles y las plazas no son indestructibles.
No debemos pensar (y defender) sólo en nuestro derecho a la libre expresión, sino en el derecho a una ciudad que permita la libre expresión. Nosotros somos afortunados de contar con una plaza como el Zócalo, pero hay que pensar, ¿hace cuánto que no la vemos vacía? Casualmente siempre alberga un evento, una exhibición, o está bardada con el pretexto de que se está preparando un próximo evento (siempre hay otro). No hace falta sino un par de bardas para que una calle o una plaza deje prácticamente de existir. Así, no debemos perder de vista que una manifestación es hecha no sólo por la gente que la forma, sino por la ciudad que lo permite.
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