por Carlos Betancourt Cid *
Tras la muerte de su fundador, Salvador Azuela, en 1983, el entonces Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana emprendió una nueva etapa en su trayectoria. Desde la Secretaría de Gobernación se estructuró su plantilla laboral, poniendo énfasis en la trayectoria que hasta entonces había tenido. En sus inicios, el patronato fundador prefirió contratar “por fuera” a los encargados de elaborar las investigaciones, otorgándoles contratos individuales. Empero, al ir desapareciendo los miembros primigenios, se resolvió implementar un nuevo organigrama que, con pocos cambios, permanece hasta el día de hoy.
Se constituyó un área de investigación, con la labor de coordinar las pesquisas, recabar materiales relacionados con el proceso de su interés y generar productos de divulgación propios. Además, para servir de apoyo, se formaron dos direcciones alternas: una de difusión y otra de administración. Posteriormente, esta tercia organizativa se consolidó y se fueron definiendo sus funciones.
Al paso del tiempo, se eliminó la figura de vocal ejecutivo y se otorgó el liderazgo de la institución a un director general, que presenta sus propuestas a un consejo consultivo, en cuyo seno se decide el derrotero de la dependencia.
Sin demeritar la acción de sus diversos directivos, fue durante las gestiones de Guadalupe Rivera Marín y Javier Garciadiego Dantán cuando el INEHRM creció en aspectos substanciales. Mediante los esfuerzos de la primera, se logró adquirir el edificio en San Ángel, que el instituto ocupa actualmente. En él se pudo entonces concebir la creación de un espacio adecuado para la Biblioteca de la Revolución (en la actualidad de las Revoluciones), que ha logrado congregar un acervo que rebasa los 80 mil volúmenes, y que sigue creciendo. Con Garciadiego se comenzó a proyectar la dependencia con un sentido académico, pero sin perder de vista su faceta como centro divulgador de la ciencia histórica para un público no especializado.
En 2008 se proyectaría un cambio fundamental para esta institución. En ese año, el poder ejecutivo, en manos de Felipe Calderón, decidió que desde esa dependencia se coordinaran las actividades para los festejos centenarios que se acercaban. A diferencia de lo que había sucedido en otras ocasiones (por ejemplo, en 1960, el vocal ejecutivo asumió la secretaría técnica de las conmemoraciones del cincuentenario de la revolución y el sesquicentenario de la independencia), en esa oportunidad se nombró al director general “coordinador ejecutivo” de los festejos, con lo que se creó una oficina alterna. En su momento pensamos que el INEHRM saldría fortalecido tras dicho encargo. Pero eso no pasó. El fracaso de esas celebraciones es de dominio público y la “estela” de prestigio de la Institución se desplazó como aquel “coloso” que recorrió el paseo de la Reforma el 15 de septiembre de 2010: cayéndose a pedazos.

Una vez terminada la serie de desaguisados “bicentenarios” de todos conocidos, y ya como un órgano desconcentrado de la Secretaría de Educación Pública, una nueva administración se esfuerza por enderezar el camino. Bajo la tutela de Patricia Galeana Herrera, experimentada académica y funcionaria con una vasta experiencia en la administración pública (de la que carecía el anterior director, José Manuel Villalpando), el INEHRM busca retomar su camino y presentarse ante los ciudadanos como un espacio de aprendizaje de nuestro pasado, además de proyectarse como un centro difusor del conocimiento histórico, con la herramienta de la divulgación como su arma principal. Hoy se propone incidir con una ruta mejor elaborada en la educación básica, buscando convertirse en un centro asesor para la elaboración de los materiales educativos referidos a la historia de México. Tal como lo hizo en su momento el patronato fundador, pretende también proponer el aumento de horas de estudio de la historia y de sus disciplinas afines.
Hay que entender que el INEHRM no es un centro de investigación como los que dependen de la UNAM o del Colmex. Su misión no es producir sesudos tratados académicos, que se refugian en la deliberación de los elevados cenáculos ilustrados, sino acercar al público en general, y a los estudiantes de nivel básico y medio en particular, a una materia que sabemos no es fácil, pero que otorga avíos a la sociedad para conocerse mejor viéndose en el tiempo pretérito y para desempeñarse con mayor soltura en el presente vivido. La tarea no es sencilla, pero en ella andamos bregando.
¿Patricia Galeana no recuerda que el que la puso en su puesto, Emilio Chuayfett, es corresponsable en el asesinato de 45 indígenas tzotziles de la comunidad de Acteal? ¿y el autor de este artículo tampoco?
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