por Luis Sandoval Salazar *
El 21 de febrero de 1972, el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, se entrevistó en Pekín con Mao Zedong —quien se desempeñaba como presidente del Partido Comunista Chino—, en una de las más insólitas y trascendentales reuniones de la guerra fría. La fotografía del apretón de manos causó revuelo tanto entre comunistas ortodoxos como entre republicanos conservadores, que interpretaron el pragmatismo político de sus respectivos líderes como un acto de traición ideológica.
El enorme éxito que tuvieron las políticas de apertura comercial impulsadas a partir de 1978 por el “rehabilitado” Deng Xiaoping lograron silenciar la mayoría de las críticas que se hicieron a aquel histórico apretón de manos de 1972. Después de más de cuatro décadas, la imagen de Mao y Nixon, lejos de esconderse, es sumamente publicitada. Hoy en día la principal querella entre Washington y Pekín es la sobrevaluación del yuan, dejando lejos de la agenda bilateral cualquier diferendo ideológico o en materia de derechos humanos. La preeminencia de la economía sobre cualquier clase de consideraciones políticas e ideológicas logró moldear la opinión pública y académica acerca de un hecho histórico.
En diciembre de 1983, en medio de la sanguinaria (y casi olvidada) guerra entre Irán e Irak, Donald Rumsfeld, quién entonces era el enviado especial del presidente estadounidense Ronald Reagan, fue captado en otro histórico apretón de manos con el dictador iraquí Saddam Hussein. No es de sorprenderse que la diplomacia estadounidense no tenga empacho en negociar con dictadores; lo que resulta impresionante es la falta de perspectiva histórica que tienen las descripciones y análisis de los “apretones de manos” entre figuras de relevancia internacional (aunque lo mismo se podría decir de política doméstica). El hecho que Rumsfeld fuera a negociar con un brutal asesino y represor podría “justificarse” con argumentos de realpolitik, pero en aras de una consciencia histórica “libre de pecados” este tipo de imágenes son relegadas y olvidadas.
Incluso la estrecha relación que mantuvo el presidente estadounidense George W. Bush con el presidente (primero de facto y luego de jure) Pervez Musharaff de Pakistán ha caído en el olvido, sin importar que este último haya llegado al poder con un golpe de estado o que su régimen fuera caracterizado por constantes y sistemáticas violaciones a los derechos humanos. El propio Muanmar Gadaffi de Libia (al cual es difícil ponerle un título adecuado) logró obtener fotografías saludando a Condolezza Rice, secretaria de Estado durante la segunda administración de George W. Bush, y al mismo Silvio Berlusconi, cuando era primer ministro de Italia.

Este tipo de imágenes desaparecen rápidamente de la memoria colectiva y cuando resurgen rara vez se les da el peso que merecen. Mientras que el “beso” entre Brezhnev y Honecker (con motivo del trigésimo aniversario de la fundación de la República Democrática Alemana) se ha vuelto motivo de burlas y hasta un icono de la cultura popular, la relación entre Jorge Mario Bergoglio y Jorge Rafael Videla (con amplia documentación fotográfica) sigue siendo motivo de controversias. Más allá del papel que pudo haber desempeñado el nuevo pontífice durante la guerra sucia en Argentina, es necesario darle mayor importancia al acervo fotográfico en la manera de historiar de hoy en día, ya que es un elemento indispensable para luchar contra el revisionismo histórico que suele obedecer a los poderes fácticos y no a razones académicas.
Una imagen siempre indica algo, sea como fuente histórica, sociológica, científica o para generalizar: cultural. El significado es el que se da en un contexto determinado y adquiere múltiples interpretaciones conforme se mira desde diferentes ángulos en que se integran simbolos y hasta arquetipos. Para nada son despreciables aunque lo difícil es darle, como dices, el peso adecuado, sobre todo cuando se acostumbra uno a leer y no a mirar.
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