por Bernardo Ibarrola *
Las administraciones federales encabezadas por Vicente Fox y Felipe Calderón no fueron capaces de articular un discurso histórico propio y, por eso, no quisieron organizar las conmemoraciones cívicas que les tocaron y se desentendieron de éstas hasta donde les fue posible.
Cuando Calderón se convirtió en presidente constitucional, sabía que tendría que encabezar en el año 2010 los festejos por los dos siglos del inicio del proceso de independencia y los cien años del estallido de la revolución. Pero puesto que su administración no pudo elaborar un significado distinto de estos hitos fundacionales, y mucho menos sustituirlos por otros, los conmemoró tan levemente como pudo; banal y superficialmente, como el niño que hace la tarea a regañadientes, tarde y mal, pero la hace… porque tiene que hacerla.
Creo que esto se explica sencillamente: Calderón asumió la jefatura política de México, país originado y conformado, según la potentes narraciones cívicas elaboradas a lo largo de casi dos siglos, en revoluciones. Y Calderón, como la mayoría de los integrantes de su partido y de otros sectores conservadores mexicanos, está en desacuerdo tanto con los protagonistas como con los procesos que suponen las revoluciones.
Si a Felipe Calderón —y su partido— le hubiera tocado conmemorar el hito fundacional de otro país, acaso habría enfrentado la empresa con menos desgano: un 12 de octubre, que recuerda el nacimiento del imperio español; o un 3 de octubre, fecha simbólica de la reunificación alemana; o un 21 de abril, día en que los nativos del Reino Unido celebran la existencia de su comunidad política adorando a la reina —su jefa de estado— el mero día de su cumpleaños, o incluso un 18 de septiembre chileno, que conmemora el civilizadísimo desacato político por parte del ayuntamiento de Santiago y al que, por si acaso, sigue siempre, “el 19”, día de ejército, del orden, de la autoridad…

Pero no. En la misma tradición libertaria y rebelde estadounidense y francesa, nuestro segundo presidente panista tuvo que conmemorar el inicio de una revuelta popular que, además del régimen político, intentó cambiar los órdenes económico y social de la colonia. Y por si esto fuera poco, lo tuvo que hacer simultáneamente a la conmemoración del inicio de otra revolución, que, como la anterior —y como todas— aspiraba a la justicia social y económica, además de a la modernización política. ¡Demasiado pueblo como protagonista! ¡Demasiada insistencia en la necesidad de cambio para lograr la justicia y en la evidencia de que el orden no es, intrínsecamente, una virtud!
Dos conmemoraciones revolucionarias juntas fueron demasiado para el licenciado Calderón, militante de pura cepa de un partido que a inicios del siglo XXI seguía condenando las doctrinas que postulan la lucha de clases —o sea, el reconocimiento del conflicto como elemento sustancial de las relaciones políticas— por “falsas, inhumanas y contrarias a las leyes fundamentales de la vida política” (Principios de doctrina, artículo 3).
Sus convicciones personales, su particular explicación del mundo, le impidieron reconocer el pasado —por lo menos las construcciones simbólicas en torno de éste— de la comunidad que tanto se esmeró en dirigir; ese pasado que es, como explicó en este espacio Luís Fernando Granados, “ingrediente esencial de lo que somos”, pero que “existe sin estar sometid[o] a nuestros deseos”. Un gobernante responsable habría estado obligado a reconocerlo; un hombre de estado habría incluso aspirado a resignificarlo. Calderón, al parecer dedicado a otras cosas, prefirió convertir la conmemoración en festejo y dejar que lo organizaran las televisoras.
Concuerdo con que los sectores más retrógadas del PAN tienden a minimizar el impacto de las revoluciones con contenido popular. Sin embargo, las revoluciones a las que se refiere el artículo destruyeron y transformaron regímenes políticos, pero poco hicieron por alterar radicalmente el orden económico y social en México. La independencia elimina el sistema de castas, pero se consuma hasta que los criollos sienten amenazados sus privilegios por la transformación que se daba en la península y es gracias a ella que conservan buena parte de dichos privilegios. La revolución, si bien acabó con el improductivo latifundio, nos dio la figura del ejido, que no ayudó a una mayor movilidad social de los campesinos en México y dejó a muchos de ellos a merced del corporativismo de sector campensino (CNC y sus secuaces) en lugar del latifundista. Es cierto que son revoluciones, pero sus resultados finales son de índole fundamentalmente política. El cambio en el orden social y económico es algo que muchos de los caudillos que protagonizaron estos episodios ni siquiera tenían en mente como objetivo principal (los criollos en un caso y las facciones constitucionalista y sonorense en el otro son claros ejemplos). Los movimientos verdaderamente populares y sociales de la Revolución de 1910 fueron derrotados en lo militar y muchas de las conquistas que sí lograron en el diseño de la Constitución de 1917 fueron pervertidas eventualmente por el régimen priísta.
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Como convenimos, traspaso aquí nuestra plática:
Estimado Edgardo:
Muchas gracias por tu lectura. El tema del impacto social y económico de la revolución de independencia ocupa actualmente a muchos historiadores. Para muestra, La otra rebelión de Eric van Young. En todo caso, Hidalgo, Morelos, y los constituyentes de Apatzingán tenían, como puede verse de un primer golpe de vista en sus fuentes, programas radicales de cambio social y económico; el tono de los movimientos animados por esos programas es el que sirvió a lo largo de los siglos XIX y XX para conmemorar y fue el que no quisieron cambiar los gobiernos panistas.
Sobre el contenido social y político de la revolución mexicana, me temo que no estamos de acuerdo. Creo que las interpretaciones que ubican los programas revolucionarios exclusivamente entre las facciones derrotadas exageran en su afán por desmarcarse, precisamente, de la tramposa y malintencionada –pero compleja y profunda– mitología celebratoria priísta, e intentan hacer de la revolución cosa exclusiva de ellos, que se sienten sus herederos. Los gobiernos nacionales de Madero y Carranza, derrocados ambos por la fuerza de las armas, fueron tanto o más revolucionarios como los proyectos y gobiernos regionales de la Convención, y el desempeño de los verdaderos vencedores –los sonorenses– refundó al Estado mexicano sobre bases que el más avanzado de los liberales porfiristas habría aborrecido por disolventes y contrarias a la “naturaleza política”, como dicen los principios de doctrina del PAN. Otro asunto es ver cómo fue esta revolución y con base en que criterios se evalúa; pero de lo que no tengo duda es que transformó profunda y perdurablemente la estructura social y económica de este país.
Una pregunta, par concluir. ¿Podrías darme alguna referencia de los sectores “menos retrógradas” del PAN que no tienden a minimizar el impacto de las revoluciones con contenido popular?, porque no conozco ninguna.
Saludos cordiales.
Bernardo Ibarrola.
¿Que tal Bernardo?: Antes que nada, muchas gracias por la respuesta. Yo estoy de acuerdo en que casi todas las facciones en 1910 fueron revolucionarias en el proyecto político que tenían (en especial la de Madero, por el tema democrático que ningún proyecto posterior quiso tocar). Pero, por ejemplo, la expropiación y redistribución (o promesa de redistribución) de la riqueza pública que hace Villa después del asesinato de Abraham González y el proyecto de tenencia comunal de la tierra que los zapatistas llevaron a cabo en su región y algunos aspectos sociales más profundos del Plan de Ayala son algo que no he visto en los proyectos maderista, carrancista o sonorense (más bien de corte liberal decimonónico en lo tocante a la tenencia de la tierra). Es decir, no veo, ni con Madero, ni con Carranza ni con los sonorenses, un proyecto de verdera economía social como sí lo veo en los otros casos. Tampoco veo esta idea de economía social en el régimen que se estableció en 1821. Lo que veo es ambos casos es que, en el resultado final, el campesino y el obrero (aunque éste último no existía como tal en 1810) tienen casi el mismo lugar y las mismas oportunidades de ascender en la escala social que las que tenían antes. Lo contrario sería, desde este enfoque, lo que constituiría una verdadera transformación del orden social y económico. Quizá dicho enfoque no sea el adecuado. ¿En qué diría usted que consisten las transformaciones en la estructura social y económica que trajeron la Independencia y la Revolución de 1910? En cuanto a la pregunta sobre el PAN tengo en mente a dos académicos, uno panista de sangre azul y otro cercano a los sectores más progresistas del partido, a quienes no aplicaría la crítica del artículo: Alonso Lujambio y Javier Garciadiego. En un perfil mucho más bajo, en su momento me tocó hablar con jóvenes militantes del partido que también estaban conscientes del impacto de estas revoluciones.
Estimado Edgardo:
Antes de la revolución de independencia, la sociedad novohispana era corporativa, de facto y de jure. Es decir, el nacimiento de cada quien establecía sus derechos y obligaciones: si nacías indio, pagabas tributo; si nacías negro, te podían vender o comprar; si nacías español, podías ser funcionario, si nacías tlaxcalteca, aunque fueras indio, podías montar a caballo; etcétera. Antes de la revolución de independencia, de facto y de jure, el Reino o Virreino de la Nueva España –ni en Madrid ni en Sevilla se ponían de acuerdo– estaba sometido al Imperio Español: tenía derecho de enviar gratis a Europa el oro y la plata que había producido y obligación de comprar en los términos que quisieran los españoles lo que quisieran los españoles. Después de la revolución de independencia México, de jure, dejó de ser colonia (así se llaman los lugares que exportan materia prima regalada e importan manufacturas caras) y dejó de ser sociedad estamental. De jure de manera casi completa; de facto, mucho menos, y los rasgos corporativos y coloniales de nuestra sociedad se pueden ver, con poco esfuerzo, hasta el día de hoy. Es cierto que no nos hemos convertido, ni siquiera hoy, en lo que aspiraba la revolución de independencia; pero también es cierto que el siglo XIX mexicano habría sido totalmente distinto, en lo económico y lo social, sin ésta. Te sugiero, más allá de la abundante producción historiográfica actual, dos ejemplos sencillísimos para evidenciar este cambio social: Primero: la aparición de una clase media amestizada en la que cabía bajo clero, comerciantes, rancheros, profesionistas liberales, literatos, periodistas y políticos: fenómeno prácticamente único en el ámbito hispanoamericano. Segundo: la desaparición prácticamente completa de los negros. ¿Qué fue de los integrantes de esa considerable población de principios del Siglo XIX? Sencillamente se disimuló y se mezcló. ¿Por qué? Porque pudo (antes no podía).
Es común, por otra parte, negar los elementos radicales del maderismo y del carrancismo y, simultáneamente, sobredimensionar éstos entre villistas y zapatistas. A fin de cuentas, la visión del Adolfo Gilly de La revolución interrumpida, ha ido ganando terreno. Pero creo que un acercamiento cuidadoso a la historiografía (por no hablar de las fuentes) muestra un panorama distinto: la de Madero era una revolución complejísima y sus disposiciones, de haber tenido tiempo de realizarse, habrían provocado cambios económicos y sociales radicales. Eso si consideramos los planes, los proyectos, pues otra manía de esta tendencia antimaderista consiste en aceptar como evidencia las buenas intenciones de zapatistas y convencionistas, exigir con rigor de auditoría resultados al gobierno de Madero y comparar las unas con los otros…
Los ejemplos serían tan largos como fue el (breve) gobierno de Madero: reorientación del gasto público, fiscalización del petróleo, fin de la leva (eso lo expongo yo en el capítulo de un libro sobre Madero que ya debe haber publicado Hacienda), libertad de expresión, más de una decena de proyectos de reforma agraria (por cierto, ¿a qué te refieres cuando hablas del proyecto social del Plan de Ayala?).
Con Carranza la cosa es peor, porque, en efecto, el viejo senador porfirista iba con más tiento que su paisano Madero, y si me apuras, él, personalmente, tenía un talante menos abierto. Pero la constitución de 1917 es producto íntegro del carrancismo: no conozco un vuelco socioeconómico mayor en la época que la revolución de los soviets. Para hacer patente esto nada como comprar ese texto con las otras constituciones de América Latina de la misma época…
En fin, que ya me alargué, así que acorto. Gracias por los nombres, pero yo pensaba más en textos doctrinarios, ideológicos o politológicos de panistas que en panistas propiamente dichos. Además, los dos nombres que propones me parecen extraños: hasta donde sé, Lujambio se afilió al partido cuando entró al gabinete, hace muy pocos años, y, en todo caso, no hizo nada por remover de la jefatura de las celebraciones de los centenarios, cuando el INEHRM fue transferido a la SEP, al licenciado Villalpando, que no es precisamente un ejemplo de fervor de la ideología revolucionaria. De Javier Garciadiego –historiador de primera línea– ¿estás seguro de su militancia?
Saludos cordiales.
Bernardo.
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Estimado Bernardo: Muchas gracias de nuevo por la detallada respuesta. En cuanto a la explicación dada sobre la forma concreta en que la Independencia de 1810 constituye una revolución social, es tan clara y contundente que me queda poco qué decir. En los textos que he leído hasta el momento no había encontrado un énfasis en las transformaciones que usted menciona, y que, en efecto, constituyen una verdadera revolución en el ámbito de lo social. Por lo tanto, gustosamente concuerdo con el punto agradeciéndole el ponerme en contacto con esta nueva perspectiva. Asimismo, quedaré muy agradecido si me puede dar algunos títulos de libros como referencia para profundizar más en ella.
En cuanto a los comentarios sobre el maderismo, ya tenía conocimiento de algunos de los ejemplos mencionados. Sin embargo, no recuerdo haber leído nada sobre un verdadero proyecto maderista de reforma agraria y me interesa mucho leer el capítulo del libro que menciona. ¿Cuál es el título de dicho libro?
El proyecto social del Plan de Ayala yo lo veo, principalmente, reflejado en los principios 6o. y 7o.
«6o. Como parte adicional del Plan que invocamos hacemos constar, que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos ó cacíques á la sombra de la tiranía y de la justicia penal entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego los pueblos ó ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes á esas propiedades, de las cuales han sido despojados…»
En este principio se habla de restitución de la legítima propiedad que en ese momento está en manos de una clase dominante como resultado de un despojo.
7o. «En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos, no son más dueños que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar su condición social ni poder dedicarse á la industria ó á la agricultura por estar monopolizados en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas por esta causa se expropiarán previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios á los poderosos propietarios de ellos, á fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos ó campos de sembradura ó de labor, y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos».
En este principio se habla, no de restitución sino de expropiación de bienes a esa misma clase. El objetivo de lo que señala este principio es claramente social, la «prosperidad y bienestar de los mexicanos». Finalmente, es importante señalar que siempre hace la distinción entre «ciudadanos y pueblos». En primer lugar, se hace en todo momento una distinción entre «hacendados, propietarios, etc.» y el «pueblo y ciudadanos», lo cual habla de una visión social. Por otra parte, se habla de expropiar bienes que están en manos individuales para restituirlos u otorgarlos a campesinos que lo tendrán en propiedad comunitaria. La propiedad comunal es parte fundamental de lo que podemos considerar un proyecto social de Zapata, ya que el liberalismo de Juárez, hasta donde sé, no la contempla y mucho menos el Porfiriato. En cuanto al proyecto de reforma agraria de Madero, antes de leer la respuesta hubiera dicho que no existía como tal. Leeré con gran interés el capítulo mencionado.
En la cuestión referente al panismo, no he estudiado profundamente la historia del partido y confieso que no conozco un solo texto doctrinario del mismo donde se aborde el tema de las revoluciones. En el caso de Lujambio le llamo «panista de sangre azul» no por una longeva militancia, sino por su historia personal, incluso familiar. Su padre fue diputado federal en la L Legislatura; su tío Alfredo, regidor en el Ayuntamiento de Guadalajara, tesorero en el de San Luis Potosí y también diputado federal. Finalmente, sus tíos Julio y Ricardo, fueron militantes e incluso dirigentes panistas en varias ocasiones. Tuve el privilegio de tomar clase con él y era evidente su conocimiento de las bases ideologicas y doctrinarias del PAN, así como de la historia de ese partido. Su pasión por dichos temas era tanto o más evidente. Es cierto que comenzó a militar hasta 2009, pero esto puede deberse a que ser militante mientras fue académico y luego consejero del IFE quizá hubiera provocado la puesta en duda su objetividad. El tema de Villalpando fue una cuestión totalmente política que, si bien pudiera reprochársele, poco dice en realidad sobre su postura personal. Cuando uno es Secretario de Estado, es el Presidente (responsable de la designación de Villalpando) quien tiene la última palabra, al margen de posturas personales.
En el caso de Javier Garciadiego mencioné que era más bien un académico cercano a los sectores progesistas del PAN (aunque quizá no fui suficientemente claro en la oración). No tengo la certeza de que sea un militante y más bien dudo que lo sea.
Agradeciendo de nuevo lo que para mí ha sido un enriquecedor diálogo, espero su respuesta. Saludos.
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