por Rubén Amador Zamora *
La conmemoración del grito de independencia es el acto simbólico más importante de las ceremonias cívicas de nuestro país. Ante la celebración de la fiesta del grito, la mayoría de los mexicanos manifiesta un sentimiento de orgullo. La solemnidad de la ceremonia se entremezcla con el jolgorio: características éstas que la vuelven única entre las otras conmemoraciones cívicas.
El poder del ritual de la celebración se impone aun a pesar de los equívocos que puede haber en la mente de los mexicanos sobre el proceso mismo de la independencia. Algunos estudios y encuestas han señalado confusiones y desconocimientos sobre algunos de los acontecimientos o personajes de la época. Estudiantes y ciudadanía en general, por ejemplo, no atinan a responder correctamente de quién se independizó México o incluyen a Benito Juárez en la lucha por la independencia. Lo que unifica, entonces, no es el conocimiento de los hechos sino el reconocimiento de unos orígenes míticos de la nación y la identificación con los héroes.
En este contexto, los presidentes han considerado que la fecha es el mejor momento para incorporar algún elemento adicional a esta historia independentista, aunque no necesariamente se refieran a personajes sino a conceptos que se busca formen parte de la ideología del momento, como el “¡viva la revolución social!” de Lázaro Cárdenas o el “¡viva la democracia” de Vicente Fox.
En este último grito, Felipe Calderón añadió en su arenga vivas a Hermenegildo Galeana y a los hermanos Bravo. Fue su sello personal que, como los gobiernos anteriores, pasará sólo como anécdota de los gritos. Son caprichos presidenciales que, por lo menos, sirven para que los jefes del ejecutivo le echen una miradita al pasado mexicano.

En realidad, el peso de la tradición sobre la que se construyó la idea del origen de la nación mexicana pesó aun en los gobiernos panistas. Estamos hablando de una tradición de corte liberal en la que se prefirió conmemorar el inició de la independencia y no su consumación, una tradición que prefirió a Miguel Hidalgo y José María Morelos por encima de Agustín de Iturbide. Los doce años de gobiernos del PAN prefirieron reproducir esa tradición (con la que no se sienten tan a gusto: en realidad tienen más afinidad con Iturbide) antes que involucrarse en un nuevo discurso sobre el pasado de la nación mexicana. Lo cual indica que, pese a todo, el nacionalismo mexicano goza de cabal salud.
En una ocasión comentaba un extranjero que somos el único pueblo que tiene una ceremonia tan singular y eso incluso les causaba envidia, no debemos perderlo, es un punto de unión de los mexicanos. En recientes fechas, se ha vilipendiado a héroes como Hidalgo, en pos de un supuesto revisionismo histórico, que en vez de ser tal, y desmitificar héroes (algo sano) los desvaloriza, e incluso en ocasiones, sataniza. ¿Por qué pelearnos así, cuando pueden subsistir tanto el inicio como la consumación de la independencia aunque haya sido con hombres diferentes (y un proyecto un tanto diferente también)? El Alfa y el Omega, decía un autor, mencionado por Vicente Quirarte. Unión es lo que necesitamos los mexicanos y no más divisiones. Pero necesitamos también, a alguien que de verdad honre esa ceremonia identitaria, y en estos tiempos, tal parece que el virrey Calleja (u otro peor) se ha sentado en esa silla, tan lejano tan lejano del pueblo, que ya ni siquiera éste le responde en la ceremonia más importante del año.
¿Se acabó con esa farsa? Quizá… y no son dignos de llenarse la boca con las consignas del pasado quienes no le hacen justicia al país en el presente.
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