Conmemoraciones

Mejor sin ella

Luis Fernando Granados

Remover la estatua de Colón del paseo de la Reforma puede o no haber sido una decisión técnica, pero eso en realidad no importa. Haberla retirado para su restauración en vísperas del aniversario del desembarco en Guanahaní es en sí mismo una señal de que detrás de esa decisión hay en juego mucho más que el estado de salud del retrato tridimensional del marino genovés (o de donde haya sido). Felizmente, Claudia Sheinbaum lo expresó con claridad casi de inmediato: la ausencia de la estatua es una oportunidad para hacer una reflexión colectiva acerca de su significado y lo apropiado de su permanencia en las calles de la capital —“sobre todo [pensando] hacia el próximo año”, o sea cuando se cumplan 500 años de la (mal) llamada conquista y 200 de la creación del país. Aprovechémosla: no sea que la inercia y la pereza, política e intelectual, nos conduzcan de nuevo a la parálisis —como en 1992, como en tantos momentos desde entonces— y al cabo de un par de meses descubramos que el antiguo régimen historiográfico sigue gozando de cabal salud.

La verdad es que el monumento es indefendible. Salvo porque ha estado ahí desde 1877 —y por ello ha sido mojón de memoria para un montón de generaciones, al menos hasta la destrucción de su entorno en 1985—, no creo que alguien pueda seguir considerando plausible o sensato el mensaje que busca transmitir el conjunto escultórico de Charles Cordier; esto es, “celebrar” el descubrimiento de América y asociarlo con la “obra civilizatoria” de los mendicantes. (Las cuatro esculturas que acompañan a Colón representan a dos de sus aliados del viaje de 1492 y a dos de los más famosos “amigos” de los indios de este lado del Atlántico.) Una mirada historicista puede sin duda apreciar lo que el monumento revela de la mentalidad de la época, la manera en que el revoltijo de figuras contribuyó a objetivar el extraño nacionalismo (liberal y eurocéntrico) de mediados del siglo xix, o lo que el patrocinio de Antonio Escandón dice acerca de la imbricación entre negocios privados y esfera pública en el primer año del gobierno de Porfirio Díaz. Habrá incluso quien aprecie el cursi academicismo de su factura o su relación urbanística con el Ángel, el monumento a Cuauhtémoc y el Caballito (hasta que se lo llevaron a la plaza Tolsá). Lo que no puede decirse es que el mensaje historiográfico que emite —su significado como historia pública— pueda ser compartido por las mexicanas y los mexicanos del siglo xxi.

En primer lugar, por supuesto, porque es imposible seguir hablando del resultado del primer viaje de Colón como un descubrimiento —ni siquiera desde el punto de vista europeo, como Edmundo O’Gorman mostró en su libro más famoso. En segundo término, porque reducir un proceso tan complejo, contradictorio y lento como la irrupción del Viejo Mundo en América a la gestualidad de la estatua principal —Colón nos ofrece literalmente un mundo— es una metonimia asaz torpe y constituye un pésimo modo de transmitir conocimiento histórico en formato no libresco. Y finalmente, lo que es todavía más grave, porque fundir en una sola imagen escultórica al Almirante de la Mar Océana con Pedro de Gante y Bartolomé de las Casas equivale a afirmar una doble insensatez: por un lado, teleológicamente, que la cristianización de los indios estaba de algún modo contenida en las expediciones colombinas y, por el otro, que esa alucinante revolución espiritual (tan importante y todavía tan mal comprendida) constituye el efecto más profundo del dominio colonial —más que de la catástrofe demográfica del siglo xvi, la explotación de millones de personas o la economía simbólica (racista) que todavía nos rige, por ejemplo.

En términos más generales, el pasado de las conmemoraciones de Colón muestra de manera inequívoca que con ella se buscó celebrar la creación de los primeros imperios coloniales modernos y sobre todo el dominio colonial en sí mismo antes que la buena suerte de una diminuta expedición que se topó con las islas del Caribe en el año de la expulsión de los judíos de Castilla y Aragón. En efecto: nadie celebró a Colón ni le hizo monumento alguno sino apenas en la segunda mitad del siglo xix, cuando la “era del imperio” encontró en la figura del tal Cristóbal, y en un relato por demás idealizado del periplo de agosto-octubre de 1492, una manera de solazarse en el ensanche de la “civilización” occidental, capitalista y cristiana a costillas de los prietos, los negros y los amarillos del mundo. Por eso hasta este verano había tantas estatuas colombinas en Estados Unidos. Por eso, paradójicamente, monumentos idénticos o muy similares brotaron como hongos en casi toda América Latina y el Mediterráneo —paradójicamente, claro, porque para entonces España ya era una potencia de medio pelo y en Italia fue apenas una manera de subirse al tren de los privilegiados. La importancia de Colón como figura pública “estatuable” no tiene que ver entonces con el navegante del siglo xv; está mucho más relacionada con la soberbia europea y estadounidense de fines del siglo xix. Y en eso, por cierto, Colón se parece mucho a los generales confederados, que sólo fueron estatuados conforme se afirmó el reino de Jim Crow en Estados Unidos.

Se dice a veces que remover —o destruir— estatuas y monumentos es un gesto pueril y hasta cierto punto inútil, pues en realidad no contribuye a modificar las condiciones de vida de quienes buscan acabar con el racismo, la colonialidad o el eurocentrismo. Hay incluso quien opina que sería más conveniente “usar” algunos de los monumentos heredados del pasado —colonialista, racista— para “enseñar” los valores que supuestamente compartimos y queremos transmitir en el presente. Argumentos de este tipo se movilizarán seguramente para defender el monumento del paseo de la Reforma —como antes se emplearon para regañar a las manifestantes que pintaron el basamento de la columna de la independencia o derrumbaron en 1992 la estatua del “conquistador” Mazariegos en San Cristóbal de Las Casas. Habrá que considerarlos, naturalmente. Lo que me parece absurdo e insultante es afirmar que el debate planteado por Sheinbaum sea una ocurrencia o un capricho. Al contrario, la propuesta no sólo me parece pertinente; sugiere también que la ciudad de México sólo será un mejor lugar si dejamos de aceptar acríticamente los hechos —monumentos, nomenclatura, calendario, su propio relato histórico— con los que otros chilangos buscaron significarla en el pasado, movilizando ideas y conocimientos que no tienen que ver con la ciudad que queremos. (A propósito, también es preciso recordar dos obviedades: ninguna estatua es un hecho de la naturaleza; ninguna está ahí para siempre, como no estuvo desde el principio de los tiempos.)

3 comments on “Mejor sin ella

  1. Maravillosa y atinada relaciòn. Ese es el espìritu que debe dominar la toma de decisiones sobre esas estatuas pueriles del siglo XIX algunas, como en el Caribe, asociadas al imperio español que fue y desapareció con la entrada de imperio gringo. Aqui en Puerto Rico tenemos una estatua a Colon de 1892 cuando se celebró el 400 aniversario del «descubrimiento» famoso, que en realidad fue una breve visita a una playa y que probablemente ni Colón ni los otros 1499 hombres de los barcos interesaban, Ella adorna una plaza en la Vieja Ciudad amurallada y no tiene significado alguno hoy en dial. Ni importa. Vi la de Reforma y vi la actividad que para esta fecha llevaban a cabo grupos en protesta por su presencia en México y las Américas. Que bueno que la quitaron, pero ¿donde podrán ir ahora los grupos a protestar?

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  2. Artículo interesante, con una carga ideológica plausible. Tiene razón posiblemente, al afirmar que ningún monumento es para siempre. En tal sentido creó que debería revisarse la vigencia de todos los que hay.
    En lo personal, no me gustaría que lo quitaran por un argumento nimio y sutil, pero valido para mi. Nací y crecí con esos monumentos, con algunos me dieron clases de Historia, de manera que mi oposición a que lo quiten se llama nostalgia. Gracias a la autora por el artículo.

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  3. Marco Gamez

    Ya dejen ese victimismo, no es culpa de Colón, ni de los gringos ni del Cristianismo estar como estamos, portemonos serios, busquemos soluciones con los pies en el presente y los ojos en el futuro, buscar culpables y disculpas no sirve de mucho, solo de cortina de humo para ineptitud es presentes.

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