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Sionismo nazi y antisemitismo «progresista»

por Pedro Salmerón Sanginés *

La actual crisis mundial, de la que se nos dice que fue causada por los gastos excesivos del estado, en la que se nos explica que los ricos deben ser más ricos y los pobres más pobres y que hay que evitar que los ricos pierdan su riqueza, ayudándolos y protegiéndolos, so pena de convertir a la crisis en catástrofe, no parece tener salida. Slavoj Zizej nos recuerda que en los años treinta, cuando la gente común se sentía tan impotente ante la crisis como nos sentimos ahora, Adolph Hitler “ofreció el antisemitismo como explicación de los problemas que sufrían los alemanes”. (Todas las citas textuales proceden de Slavoj Zizek, El año que soñamos peligrosamente [Madrid: Akal, 2013], 55-64, y La idea del comunismo, compilación de Slavoj Zizek [Madrid: Akal, 2013], 226-232. Las traducciones de las notas y comunicados de la prensa francesa se los debo al profesor Bernardo Ibarrola.) Detrás del desempleo, la inflación, el malestar social, se hallaba la conspiración judía. Y añade: “¿acaso el odio al multiculturalismo y la amenaza de los inmigrantes no desempeña hoy esa misma función?”

El rechazo al multiculturalismo da a muchas personas una explicación fácil de sus problemas, que en tantos aspectos se le presentan confusos e incomprensibles. “Introduce una falsa claridad en la situación: son los intrusos extranjeros quienes están alterando nuestra forma de vida.” Los atentados antiinmigrantes están conectados con la crisis financiera: aferrarse a una identidad étnica sirve como escudo “frente a la vorágine de una abstracción financiera nada transparente”.

El asesinato de 70 personas en Oslo a manos de Anders B. Breivik fue el punto culminante, en 2011, de la ola de atentados antiinmigrantes. Breivik construyó su enemigo con tres elementos contradictorios entre sí: marxismo, multiculturalismo e islamismo; o, de otro modo, la izquierda radical, el liberalismo y el fundamentalismo religioso (con el que el multiasesino identifica a todo el islam). Reaparece así la vieja costumbre fascista de atribuir al enemigo rasgos mutuamente excluyentes (“la conspiración bolchevique-plutocrático-judía”). Entre la mescolanza de “ideas” del asesino en cuestión (es anticomunista, antifeminista, pronazi pero contrario a Hitler, antimusulmán más que racista), hay un elemento que Zizej resalta:

Breivik es antisemita pero proisraelí, ya que el estado de Israel es la primera línea de defensa frente a la expansión musulmana […]. Breivik encarna la paradoja extrema del sionista nazi. ¿Cómo es posible tal cosa?

Una clave está en las reacciones de la derecha europea frente a Breivik. Condenaban su acción pero repetían que planteaba “preocupaciones legítimas sobre problemas reales”. Según ellos, la política convencional había fracasado para detener la “corrosión de Europa por la islamización y el multiculturalismo”. La aparente paradoja viene de una cita del Jesrusalem Post, seguida de un comentario del propio Zizej:

[…] deberíamos aprovechar la tragedia de Oslo “como una oportunidad para reevaluar seriamente la política de integración de la inmigración en Noruega y en otros países. (Por cierto, sería agradable escuchar una valoración similar de los actos terroristas palestinos, algo así como “estos actos terroristas deberían servir como una oportunidad para reevaluar las políticas de Israel”).

Por supuesto, cuando la derecha israelí respalda las posiciones anti-inmigrantes de la derecha europea habla de Israel: para la derecha israelí, es inimaginable un estado de Israel multicultural o multiétnico, por lo que “el apartheid es la única opción realista”. Para ello, la derecha israelí realizó un pacto con la derecha europea y estadounidense que es verdaderamente perverso: para justificar su “derecho” a los territorios palestinos y obtener el apoyo de esas derechas racistas (único sector de la política mundial capaz de aceptar el apartheid y la limpieza étnica perpetrada por el estado de Israel), la derecha sionista está dispuesta a hacer suya la argumentación que los nazis usaron contra los judíos. El pacto implícito es: “estamos dispuestos a admitir vuestra intolerancia frente a otras culturas que se hayan entre vosotros, si vosotros admitís nuestro derecho a no tolerar a los palestinos entre nosotros.”

Este trato perverso olvida que los judíos habían sido los primeros multiculturalistas de occidente: su problema fue cómo sobrevivir manteniendo su cultura en lugares donde predominaba otra cultura. Este pacto, esta argumentación, acerca cada vez más a la derecha israelí no ya con la derecha y la ultraderecha de Europa y Estados Unidos, sino con el fundamentalismo musulmán. Sin darnos cuenta, permea también el apoyo de los liberales al “proceso de paz”, término que es una mistificación, pues el tema no es la paz, sino “la liberación de los palestinos; cómo pueden los palestinos recuperar (parte de) la tierra arrebatada y establecer una autonomía política completa”, y no la “paz bajo las condiciones actuales de ocupación”.

Los razonamientos excluyentes (el racismo apenas disimulado) pueden terminar imponiéndose en Europa y los Estados Unidos. ¿Qué pasaría si las “democracias occidentales” aceptaran “la paradoja de que su apertura democrática se basa en la exclusión”? Breivik acertó al elegir su blanco: “no atacó a extranjeros sino a aquellos que dentro de su propia comunidad eran vistos como excesivamente tolerantes a los invasores extranjeros. El problema no es el extranjero; es nuestra propia identidad (europea).”

Marion Marechal-Le Pen con su abuelo,  Jean-Marie Le Pen, en 2012. (Foto: Boris Horvat, AFP.)
Marion Marechal-Le Pen con su abuelo, Jean-Marie Le Pen, en 2012. (Foto: Boris Horvat, AFP.)

El rechazo a los migrantes, basado en un racismo abierto o apenas disimulado (escondido tras malabares y eufemismos), es el hilo que unifica a la extrema derecha con un nacionalismo agresivo que se viste con ropajes de izquierda y que en Europa ya marcha con la nueva derecha, donde el elemento unificador es este racismo y, por supuesto, el antisemitismo. Y es para mí preocupante —seguiré insistiendo— la aparición de estas tendencias en México (hemos mostrado las formas de esta argumentación aquí y aquí.)

Para este resurgir de la derecha, y de esta “izquierda” racista y excluyente, el antisemitismo es “uno más de sus elementos, entre otras formas de racismo, sexismo, homofobia”. Y el estado de Israel es aliado objetivo —y a veces explícito— de este “nuevo” antisemitismo:

Con el objeto de sustentar su política sionista, el estado de Israel está cometiendo un error catastrófico: ha decidido minimizar, si ni ignorar completamente, el denominado “viejo” antisemitismo (tradicionalmente europeo), centrándose en el “nuevo” antisemitismo, supuestamente “progresista”, enmascarado en la crítica a la política sionista del estado de Israel.

Lo cual equivale a invertir la interpretación tradicional que el marxismo hacía del antisemitismo, como un anticapitalismo mistificado o desplazado (“en vez de culpar al sistema capitalista, la rabia se centra en un grupo étnico específico, acusado de corromper al sistema”). Es decir, que la supuesta izquierda nacionalista, objetivamente antisemita y xenofóbica (la misma que, como hemos señalado en otros artículos, fue clave en el nacimiento del fascismo) es todo menos liberadora y todo menos marxista; no nos debe extrañar entonces que su principal vocero en México —Alfredo Jalife-Rahme— haga exactamente los mismos malabarismos verbales a que se refiere Zizej y recurra, como sus similares europeos, a la calumnia como sistema.

La prohibición velada de atacar al “viejo” antisemitismo, que fomenta el estado de Israel, se produce justamente cuando dicho antisemitismo está volviendo en toda Europa y cuando se produce una alianza igual de extraña en los Estados Unidos:

¿Cómo pueden los cristianos fundamentalistas estadounidenses, que son por definición antisemitas, apoyar apasionadamente ahora la política sionista del estado de Israel? Sólo hay una solución a este enigma: no es que hayan cambiado los fundamentalistas estadounidenses, sino que el sionismo, en su odio por los judíos que no se identifican totalmente con la política del estado de Israel, se coinvierten paradójicamente en antisemitas.

Es decir, la derecha sionista convierte en antisemitas a todos aquellos judíos que no se identifican totalmente con la política del estado de Israel o, peor aún, son críticos ante la misma. De ese modo, los sionistas de derecha cierran este círculo perverso y pactan con los verdaderos antisemitas, los antisemitas fundamentalistas, los que quisieran ver excluidos a todos los judíos de las sociedades “arias” (el asesino noruego A. B. Breivik fue explícito al respecto) y confinados en territorio palestino, donde “están bien”; de la misma manera que los “negros” están bien en África y los “musulmanes” en Arabia o en el Magreb. Ése fue, exactamente, el argumento de Adolph Hitler.

P.S. En estos días hemos recibido una confirmación más que transparente de la tesis de Slavoj Zizek. El 2 de diciembre nos enteramos que la asamblea nacional francesa había votado el reconocimiento del estado palestino. La nota de Laure Equy en Libération decía que la resolución, votada a propuesta del partido socialista,

[…] invita al gobierno francés a reconocer al estado de Palestina con el objetivo de lograr un arreglo definitivo del conflicto […]. Los socialistas aseguran que ello se inscriben en un movimiento europeo de reconocimiento, después del gesto de Suecia en octubre y los votos de los parlamentos británico y español. La resolución reafirma una posición constante de la política extranjera francesa, trazada por De Gaulle y Mitterrand.

La izquierda francesa, pues, sería “antisemita” según el gobierno y la derecha israelíes. Por el contrario, la derecha francesa, genéticamente antisemita, sería para Netanyahu lo contrario, al votar en contra de la resolución. No es casual que en el comunicado de prensa de Marion Meréchal-Le Pen (nieta del ultraconservador Jean-Marie Le Pen y diputada por su partido, el Frente Nacional) se refiriera al carácter “sagrado” de Jerusalén. Muchos de quienes votaron en contra de la resolución, pertenecen a la “derecha antisistémica” que varias veces ha elogiado en sus artículos en La Jornada don Alfredo Jalife-Rahme.

(NOTA: Para evitar malabarismos verbales, definimos “antisemitismo” como lo hizo hace un tiempo Rolando Gómez: “Todos sabemos que el término antisemita se usa exclusivamente para nombrar la judeofobia. Aunque el término semita incluya a todos los (imaginarios) descendientes del (imaginario) hijo primogénito del (imaginario) Noé, basta ponerle el prefijo anti para que el término, mal que nos pese, desde los albores del siglo XX, signifique una sola cosa: judeofobia, odio al judío.”)

3 comments on “Sionismo nazi y antisemitismo «progresista»

  1. Guillermo Salazar

    Normalmente disfruto mucho de tus artículos, sin embargo, en este tema no estoy de acuerdo contigo: son verdaderos malabares el definir el antisemitismo como judeofobia o antijudaísmo, simplemente usa esos términos, o el de antisionista y todo será más claro…

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  2. Pingback: Neo NAZIS | MundodeCeleste

  3. Horacio laico

    Jalife no es antisemita, es antisionista, como muchos de nosotros. Creo que el principal causante del ascenso del antisemistismo es la absoluta falta de empatía de los sionistas, su inhumanidad, su sentimiento de superioridad étnica-religiosa y su fanática creencia de que tienen un supuesto derecho divino a ocupar los territorios palestinos. Creer que todo crítico a Israel es antisemita es efectivamente hacerle el caldo gordo a los antisemitas fascistas, que en el fondo están de acuerdo con los sionistas o ¿no acabamos de ver a bibi netanyahu invitar a los judíos a huir de Europa e irse a Israel, su «verdadero» país, por el ascenso del antisemitismo europeo? Creo que los judíos muy preocupados por ser judíos son unos fascistas miserables.

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