por Pedro Salmerón Sanginés *

El martes 13 de octubre de 1992, con poderosas emociones que aún me embargan al recordarlas, tomé mi primera clase en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. El título la materia y el nombre del profesor que la impartía no me decían nada, o casi (“Historiografía de México”, “Dr. Matute Aguirre Álvaro”, ponía en el pizarrón de horarios del colegio de historia), pero desde ese día don Álvaro Matute es mi maestro. Lo fue cada martes y cada jueves de los tres semestres iniciáticos; lo fue en sesiones formales e informales de seminario de licenciatura y posgrado, en la dirección de tesis (tres de ellas, tres, para obtener los pergaminos que en México se nos exigen a los académicos), en largas reuniones en su casa en las que él nos cocinaba pastas espléndidas, la doctora doña Evelia Trejo Estrada —su esposa—, los quesos y las ensaladas, y los tres o cuatro alumnos convocados intentábamos llevar algún vino de Rioja o Baja California que estuviera a la altura de las circunstancias. Sigue siendo mi maestro en estos días en los que aparentemente rompo lanzas contra la escuela historicista, de la que él es uno de sus grandes capitanes.

¿Qué le aprendimos? Necesitaría otros tantos semestres para reproducirlo, pero una parte fundamental puede sintetizarse en la frase que titula esta entrega, que el doctor Matute tomó a su vez de otro legendario profesor (si no mal recuerdo, el doctor José Gaos), que aludía a letreros pegados en ventanas de vecindario que ponían “se lava ajeno” o “se plancha ajeno”. En efecto, como no me canso de repetir a mis alumnos, el oficio del historiador consiste justamente en leer ajeno.

Lavanderas en la ciudad de México, ca. 1900. Foto de William Henry Jackson. (Colección de la Biblioteca del Congreso estadounidense.)
Lavanderas en la ciudad de México, ca. 1900. Foto: William Henry Jackson.

El profesor nos preguntaba: ¿qué leemos cuando leemos un libro de historia?, ¿qué leemos, qué buscamos en él? Guiados por esas preguntas, aprendimos el análisis historiográfico, consistente en preguntar quién era el autor de un libro (o de cualquier documento histórico), cuál era su posición, cuáles sus intereses en su momento, y qué método seguía, cómo investigaba, de qué manera fundamentaba sus afirmaciones. Nos enseñaba también a comprender al historiador y, al comprenderlo, a comprender el pasado. Aprendimos en sus clases que la historia no es un tribunal de cuentas.

Y aprendimos también cómo se dirige una tesis. Aprendimos que quien que sabe del tema, quien que va a las fuentes, quien debe tener presente el detalle, es el postulante, incluso en la licenciatura. El trabajo del director es conducirlo por los escollos de la metodología y la crítica de fuentes. Y digo eso, porque recojo una respuesta que di en el blog dedicado a Boris Berenzon sobre el papel de los directores de tesis:

¿De verdad siguen pensando que un director de tesis y peor aún un sinodal son corresponsables de un plagio? Será que nunca han dirigido tesis ni tienen idea de cómo funcionan. ¿De verdad creen que es un castigo suave? Es el máximo que impone la universidad. ¿De verdad se les hace lento? El plagio se probó con pruebas apenas hace unos meses.

Por eso, y ante la absurda extensión o señalamientos de corresponsabilidad en los plagios de Boris a personas que no tienen que estar involucradas (lo que me recuerda la muy extendida tendencia entre nosotros a construir teorías conspirativas para todo), y una vez trascendido ese penoso caso, quise hoy recordar otras cosas de la universidad: recordar que sigo leyendo ajeno.

9 comments on “Se lee ajeno

  1. Samuel schmidt

    Alvaro Matute otorgó mención honorífica a una tesis que plagió. Lo interesante es que sobre chiste politico solo hay un libro. ¿Matute no lee ajeno para conocer ese solo libro? No hay excusa posible aunque cocine buena pasta.

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  2. ¿Leer ajeno será lo mismo que acompañar la construcción de conocimiento histórico? porque ¿no es eso lo que se espera como resultado de la investigación en esta disciplina? ¿no es, acaso, debatir sobre lo producido para ubicar lo que se propone como aportación al corpus de la historiografía? Me pregunto ¿cómo se puede soslayar la responsabilidad de conocer minimamente los detalles del trabajo de tesis que se dirige?

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  3. Pedro Salmerón

    ¿Usted ha dirigido tesis, don Samuel? ¿Cuántas?

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  4. Pedro Salmerón

    Porque yo, por ejemplo, acabo de dirigir una sobre el comité Eureka y le juro que si hubise plagiado lo poquísimo que hay, no me habría enterado.

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  5. Pedro Salmerón

    pero seguro que ud es mucho más listo que yo… y, por supuesto, que Matute.

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  6. Pedro Salmerón

    ¿Cómo evitas el plagio de una tesis de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina o de la Universidad Autónoma de Sinaloa? La labor del director de tesis no es ni puede ser confrontar todas las guentes, ni tampoco leer todo sobre el tema. Nadie podría dirigir más de una tesis al año en ese caso (y yo no lo haría, eso seguro)

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    • Anacleto Patas

      No podría evitarse así como se menciona. No obstante, es menester reconocer que una de las labores del que dirige una tesis es pedirle al sustentante que elabore un cuadro, una lista o un loquesea con loqueseaquehayaescritosobreesetema. Y tiene la obligación de ser suspicaz y perspicaz. No puede ser tan cándido que se crea todo, ni puede dejar de ver que leer ajeno no implica escribir ajeno, que si una tesis concita textos distintos no hace lo mismo con plumas distintas. Que si el alumno escribe de dos o tres modos distintos, algo raro hay por ahí. La tesis de Boris, o mejor dicho, las tesis, son notables por eso, por la multiplicidad de voces que se notan a simple vista. ¿No es obligación ver por qué? Más allá de Boris, hoy en día es inexcusable no saberlo: hay programas que buscan eso, los plagios; ver pedacería de distinto tono en una tesis obliga a cortar el pedazo, pegarlo en Google y ver si aparece algo por ahí. Repito, no hay excusas para no hacerlo.

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  7. Yo creo, don doctor, que negando los vicios que existen en la máxima casa de estudio (que son evidentes en todas partes) hacemos mucho mal a nuestra amada institución. Es claro que el doctor don Boris, y muchos otros, han gozado de una enorme impunidad frente a evidentes violaciones incluso a la ética más elemental. Eso ha sido posible gracias al apoyo de las autoridades de la Facultad por lo menos. No es por nadie desconocido que no sólo hay protección a personajes como éste sino que los apoyos también permiten entrar a los posgrados, obtener becas, obtener cátedras, tener plazas.

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  8. Enrique Orozco Zamora

    Me lleno de sabiduría, cada que observo los comentarios del Dr. Pedro Salmerón Sangines, soy un autodidacta en las cuestiones de historia, es por eso que sigo a la gente inteligente

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