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Tovar de Teresa, espejo de la historia

por Luis Fernando Granados *

Entre tantos y tan ditirámbicos elogios, provenientes además de lugares sociales tan diversos —del príncipe de la historiografía mexicana al antiguo brazo mediático del régimen (hoy extrañamente convertido en periodista independiente)—, está comenzando a ser difícil aquilatar con seriedad la obra y la personalidad pública de Guillermo Tovar de Teresa. En la medida en que refleja el dolor de sus familiares y amigos, el panegírico que ha venido escribiéndose sobre el último cronista oficial de la ciudad de México es sin duda incuestionable. Pero en la medida que manifiesta una cierta percepción social acerca del carácter y la función de la historia, la actuación política e historiográfica del polígrafo chilango necesita ser puesta en contexto, discutida en la medida de lo posible y aún empleada para reflexionar un poco acerca del presente y el porvenir de la disciplina. Reflejada en el espejo de su muerte, la historia profesional puede y debe aprovechar la ocasión para preguntarse, una vez más, qué clase de relación puede y quiere establecer con el resto de la sociedad.

Sociológicamente, Tovar de Teresa era miembro de una especie hoy casi extinta, pero que dominó el ecosistema disciplinario hasta hace muy poco: la tribu de los eruditos autodidactas, formados y alimentados al margen de las universidades, que lo mismo se ocupaban de coleccionar antigüedades que de escribir tratados sobre temas arcanos que de encabezar campañas públicas en defensa del patrimonio histórico y cultural (últimamente, el Caballito). Como algunos de sus mentores más invocados en estos días —José E. Iturriaga, Fernando Benítez—, Tovar de Teresa era historiador no porque hubiera aprendido los modos y las taras de quienes aprendimos el oficio en la universidad, sino simplemente porque hacía lo que le gustaba: leer, observar y descifrar artefactos antiguos (cuadros, textos, monumentos) que de algún modo lo llevaban a evocar un tiempo sin las miserias del presente, sin sus ruidos y su vulgaridad indudables. Para bien y para mal, sus preocupaciones apenas si tienen relación con las inquietudes epistemológicas e historiográficas que norman hoy la práctica profesional de las historiadoras.

La paradoja de su ejercicio puede apreciarse con claridad en La ciudad de los palacios: Crónica de un patrimonio perdido (México: Vuelta, 1990), sin duda su libro más famoso. Como compendio de viejas fotografías del centro de la ciudad de México es una fuente de información visual inmejorable (o más bien altamente accesible). Como alegato político en contra de la destrucción de la antigua ciudad española es también un trabajo por demás elocuente, aunque el peso de la argumentación recae en el diseño editorial del libro —que despliega tomas antiguas al lado de tomas modernas— antes que en los textos que acompañan a las imágenes. Publicado en los años en que el gobierno de Manuel Camacho intentaba revertir el colapso estructural del centro histórico, el trabajo de Tovar de Teresa contribuyó de manera decisiva a legitimar esa primera campaña de “afresamiento” —que es como, según yo, debe traducirse gentrification— que más tarde retomaron, acríticamente, los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard.

La vieja ciudad de México, vista hacia el suroeste.
La vieja ciudad de México, vista hacia el suroeste.

Como estudio de la destrucción del patrimonio arquitectónico colonial, sin embargo, La ciudad de los palacios hace todo lo que se supone no debe hacer una historiadora, en especial una historiadora urbana: editorializa en lugar de comprender, ignora la vida social de la arquitectura y fetichiza las piedras, aísla los edificios de su contexto urbanístico, reduce los procesos sociales a meras anécdotas. Y sobre todo se lamenta, se lamenta… se la mienta una y otra vez a los jacobinos decimonónicos, a los especuladores porfirianos, a quienes se beneficiaron de la modernidad tecnológica y artística del siglo XX, por haber destruido lo que, con arrogante desdén —e ignorancia— de la realidad social y cultural de la ciudad de México colonial, insiste en llamar la “ciudad de los palacios”. (Como casi todos las conservacionistas, Tovar de Teresa creía que la ciudad de adobe de los indios y las castas era a la vez insignificante y marginal, cuando que en realidad ocupó tanto espacio geográfico, y tuvo siempre más importancia demográfica, que el asentamiento español.)

¿Cómo explicar la calurosa recepción crítica y, sobre todo, el impacto político de un libro que difícilmente hubiera sido aprobado por un sínodo doctoral o el comité de selección de una editorial académica? En el sujeto de la frase que forma el subtítulo del libro se esconde acaso la clave de semejante prodigio: porque se trata de la “crónica” de los desmanes de arquitectos y planeadores, porque es el testimonio moral de la decadencia de una ciudad mucho más armónica y orgánica que la que nos explotó en la cara a partir de los años ochenta del siglo XX. Historia en tanto que relato y en tanto que recuento anticuario del pasado-por-el-pasado, pero decididamente política —nada de historia como problematización destinada a la comprensión del pasado que da la vuelta a los problemas del presente—, la obra de Tovar de Teresa parecería haber sido efectiva y admirada no a pesar de sus evidentes defectos historiográficos sino precisamente por ellos, como si más allá de las universidades el presentismo crudo de su trabajo hubiera sido entendido como evidencia de su “compromiso” con la “cultura mexicana”.

Pero en ese caso, si es verdad que lo mejor de su trabajo sólo vale como crónica anticuaria de un pasado añorado, entonces la estatura social de Tovar de Teresa tendría que ser mucho más apreciada que su celebrada erudición, su embarazosa familiaridad con Gustavo Díaz Ordaz o su arrogancia patrimonialista: después de todo, en vez de disfrutar del cargo barroco que antes de él había ejercido, entre otros, Salvador Novo —“cronista de la ciudad de México”—, Tovar de Teresa tuvo la entereza modernista, democrática, de convertirlo en una agrupación colectiva, independiente además del gobierno del Distrito Federal.

23 comments on “Tovar de Teresa, espejo de la historia

  1. Alejandro Milton

    Tienes toda la razón, el tiempo puso en su lugar a cada uno, a Guillermo Tovar de Teresa lo subió a la eternidad, y su legado convertido en obra es para nosotros sus amigos, estudiosos y lectores un gran tesoro. ¿Recuerdas a Guillermo con sus refranes siempre? Supongo si, (de seguro habrás hablado alguna tarde de tus críticas acerca de su obra y de el mismo) hoy lo retomaré señalando algo curioso que me comentó alguna vez, dejame no sacarlo de contexto, un historiador llamó a Guillermo historiador sin título, el respondiô a su interlocutor, yo soy un historiador sin título y tú un título sin historiador. Pienso que no estás a la altura para criticar la obra de tan notable Historiador…

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  2. Valdría la pena que se dieran una vuelta por este grupo de Facebook para ver lo que el artículo ha provocado dentro del él.
    https://www.facebook.com/groups/157090537831098/permalink/169564599917025/

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  3. Olviden lo de la vuelta, han censurado la entrada. Saludos.

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  4. Gracias Luis por esta crítica… necesitamos revisar el uso y abuso de figuras de bronce contemporáneas como ésta, Carlos Fuentes, Monsiváis, Poniatowska, Paz, Posada… y una infinidad de héroes y heroínas «intelectuales» mexicanos… si fuéramos capaces de hacer frente a la tradición académica, encontraríamos muchas sorpresas. Saludos

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    • Sin duda un interesante y, a mi modo de ver, objetivo análisis de Luis Fernando que da en el clavo con lo que debiera ser motivo constante de reflexión para todos los que estamos en el oficio: ¿qué hace un historiador y qué papel debe cumplir en la sociedad?
      Hay que tratar de desenmarañar está idea, tan común y tan generalizada, de que el historiador es el anticuario que conoce y publica mucho sobre el pasado y cuyo principal objetivo es el de explicar a los curisos lo bonito del arte colonial y lo terrible de su destrucción. Lamentablemente muchos de los historiadores que realmente nos han otorgado versiones complejas de las causas que nos han llevado a dónde estamos, que han verdaderamente puesto el presente en perspectiva, no tendrán ni la mitad de los honores que ha recibido Tovar de Teresa.

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  5. Bertha Hernández

    No me cabe duda de que el discutir acerca de esa percepción colectiva predominante con respecto al qué es y el para qué sirve de la historia, es una cuestión importante. Pero, ¿es este el tenor pertinente? Si tan mal pensaba Luis Fernando de uno de los trabajos de Guillermo Tovar de Teresa, ¿por qué no llevó el debate a la vida pública cuando Tovar vivía? ¿era pecado intelectual que Tovar no compartiera las «inquietudes epistemológicas e historiográficas» de los historiadores? Un detalle interesante en la biografía de Tovar es que adquirió el perfil que tuvo por elección propia, pues pertenece a un corte generacional donde ser «historiador profesional» sí era una opción. La pregunta es si eso lo convierte en blanco de descalificaciones de quienes sí optaron por el camino que él no quiso seguir.

    Podemos estar o no de acuerdo con la trayectoria profesional de Guillermo Tovar de Teresa; nos pueden gustar o no sus trabajos —tiene algunos que a lo mejor sí le gustan a los exigentes historiadores profesionales— y más recientemente podemos estar de acuerdo o no con algunos de los juicios que emitió a propósito del sainete de la fallida restauración del Caballito, pero ese estar de acuerdo o no es mucho más fructífero cuando, si existe la oportunidad, se hace de manera directa, no cuando el personaje antagónico acaba de morirse. Máxime si el libro que «difícilmente hubiera sido aprobado por un sínodo doctoral», tiene 23 años de publicado. Como que la discusión concreta sobre lo que gusta y lo que no gusta del trabajo de Guillermo Tovar podía haber sido emprendida hace rato, ¿o no? Malo haber abordado el tema porque el hombre se murió. Estas discusiones, que tanta falta hacen al gremio de historiadores serían más , enriquecedoras si no insistiéramos en acarrear al presente uno de los lugares comunes del gremio, presentes con las redes sociales: hablar nada más con gente muerta.

    Sobraría decir que a Guillermo Tovar le tenía sin cuidado si el sínodo doctoral hipotético gustaría o no de sus libros. Sobraría decir que él no veía nada de embarazoso en su «familiaridad» con Gustavo Díaz Ordaz (embarazoso, sí, ser historiador profesional y no querer ver o no intentar comprender en su contexto y en su momento, el incidente biográfico de Guillermo Tovar, bordeando, así, el callejón de las falacias).

    Sobraría insistir en que su perfil profesional es fruto de una decisión personalísima a la que nadie puede cuestionarle legitimidad, en tanto convicción particular de un individuo. Pero resulta que no sobra, porque nadie va a sacar la ouija para preguntarle al fallecido su opinión. Y quienes tuvimos la posibilidad de tratar con él y encontramos a un hombre talentoso, generoso y con los pies en la tierra, y lo vemos sujeto de esta reflexión con pretexto de su muerte, algo tenemos que decir, no en defensa de sus libros -con o sin «defectos historiográficos»- sino en defensa de su derecho a hablar, investigar, escribir y publicar sus trabajos fruto de sus acercamientos al pasado.

    Acabamos, de nuevo, en lo mismo: reprocharle al difunto Guillermo que «más allá de las universidades» su trabajo sea leído, publicado y republicado, aunque no guste adentro de ciertos espacios académicos o no califique para esos estándares (que yo sepa, a Guillermo Tovar no le quitaba el sueño el SNI) . Acabamos, de nuevo en lo mismo: ¿qué estamos haciendo para que el trabajo de los historiadores profesionales se lea, se publique, se republique más allá de las universidades? Esa es la discusión urgente. Y las acciones consecuentes, son urgentes también.

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    • A mi parecer usted entendió mal la opinión de Granados, creo que nadie tiene nada, a nivel personal, en contra de Tovar; el pudo, con toda libertad, dedicarse a lo que quisiera, nadie dijo lo contrario.

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      • Lo que se estaba observando a mi parecer era la parafernalia otorgada a la memoria de un historiador que estaba más vinculado con la idea del anticuario que con la del científico social. Creo que a muchos de nosotros nos tiene sin cuidado que a Tovar 2le tuviera sin cuidado un sínodo o el SNI» ese autonomismo no le importa a nadie y no es el centro de la discusión, sino revisitar la historiografía de los llamados íconos del conocimiento del pasado y hacer un balance real.
        Que por qué ahora y no antes, bueno, como historiadores sabemos que los acontecimientos actuales urgen a revisar el pasado y a volver a temas que pudieron abrir el campo para la discusión en el pasado. Toda muerte de hombre joven es una lástima, pero el asunto no va por ahí, ni tampoco lo que se intenta es manchar la memoria de un hombre justo. La crítica es crítica y el derecho a expresarla es tan importante como el derecho de Tovar de publicar lo que publicaba.

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  6. Considero que una de las actividades fundamentales de todo humanista, y en este caso, de todo historiador debe ser la investigación ligada a la DOCENCIA. En mi comentario pasado aludí a otras figuras del bronce intelectual que deberíamos revisar… Ignoro si Tovar y Teresa se dedicó a la enseñanza de la historia que defendía como cronista, aunque supongo que no pues baste revisar la trayectoria docente de otros «grandes maestros»… Hoy, miles de personas preparadas profesionalmente no cabemos en el sistema académico universitario caduco y entrampado mientras que estos «iluminados» viven con la fama de cuasiacadémicos. Por ejemplo, una gran pérdida sintieron muchos mexicanos con la muerte de Monsivaís… a ver, este hombre tenía una plaza en la Dirección de Estudios Históricos del INAH… ¿produjo investigación? ¿fue docente? ¿qué hizo además de proyectar una escritura sui generis, muchas veces ininteligible? ¿cómo logró esa plaza y cuándo? ¿alguien lo vió alguna vez en la DEH trabajando? Otro caso, Carlos Fuentes… además de sus novelas, ¿qué legado cultural dejó al país que lo mantenía económicamente mientras vivía plácidamente en Francia?. Elena Poniatowska, sí, ha sido una cronista del México contemporáneo pero… ¿de qué vive? ¿de la venta de sus libros? Octavio Paz, cuyo Laberinto de la soledad reconozco que es una gran obra pero, al final, resultó un paladín del priato cuando le dieron su revista Vuelta… Esta es otra cara de la mafia académica… La obligación del intelectual es exponerse al mundo, a la gente, cara a cara, nutrir y nutrirse con las nuevas generaciones… Saludos

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    • Bertha Hernández

      La estructura argumentativa, estimado Fernando, se encamina a demostrar la contradicción tremenda consistente en que alguien que no fue «historiador profesional» genere trabajo y publicaciones que son aceptadas por un público no necesariamente especializado, contradicción que nos regresa al tema que se discute con frecuencia en este blog. Cómo hacer para que el trabajo de los historiadores profesionales trascienda más allá de la academia. Ese es el tema de fondo, con Guillermo Tovar o sin Guillermo Tovar. Y el asunto sí va por ahí. Muchos artículos escritos en este blog, desde hace meses señalan la urgencia de la discusión y de la acción. Y la crítica, mientras más sólida y menos de coyuntura, más fructífera.

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  7. Como dice Fernando Castrillo, creo que Bertha Hernández malinterpretó mi texto. Lo que me interesaba era situar a Guillermo Tovar de Teresa en el contexto de la disciplina: lo poco que su trayectoria y su obra tiene que ver con la historia profesional.

    En vista de los elogios que se le han prodigado, parecería que esa clase de historia es socialmente más apreciada que la que se hace en las universidades y, por tanto, que las historiadoras profesionales deberíamos aspirar a trabajar como Tovar de Teresa. No estoy de acuerdo. Me parece que las preguntas que se hacen en la academia son más interesantes que las que él hacía al pasado. Más interesantes y socialmente más pertinentes —aunque investigemos temas en apariencia insigificantes, publiquemos en revistas que nadie lee o con editoriales que hacen tirajes de 500 ejemplares.

    Por lo demás, como apuntó Anel Hernández, en la academia hacemos algo que Tovar de Teresa se rehusó a practicar de manera sistemática y que, no obstante, es fundamental para producir historia de calidad: damos clases, asesoramos tesis, vamos a seminarios.

    Finalmente: no «esperé» a que Tovar de Teresa se muriera para decir lo que pienso. Escribí lo que pienso con motivo de su muerte. La diferencia entre una cosa y otra debería ser obvia.

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    • Bere Folkner

      Qué pena que un historiador «profesional» necesite de intérpretes-traductores para decir que no dijo lo que dijo. Y qué pena también que se tenga que esperar a la desaparición física de una persona para hacerle una crítica tan falta de objetividad. No cabe duda que quienes le han envidiado en vida, seguirán viviendo a su sombra, quieran aceptarlo o no.

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  8. Señor Granados, más que historiador, usted se parece a esos vándalos que se ven sorprendidos bailando sobre la tumba de alguien a quien envidiaban profundamente.

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  9. Bertha Hernández

    Estimado Luis Fernando: he leído tu respuesta. Guillermo Tovar es la anécdota, lo de fondo es lo importante. Pero en cuanto a incidentes biográficos, si de lo que se trataba era de situar al personaje en el contexto de la disciplina, es muy válido cuestionar si Tovar tuvo el lugar público que tenía por la «embarazosa» vinculación con Díaz Ordaz o por la escritura de un libro que difícilmente aceptaría un sínodo doctoral. No ha quedado demostrado en el artículo que estos incidentes biográficos definan la trayectoria vital y profesional del personaje, del mismo modo que, en vista de los elogios que se le prodigaron a Guillermo Tovar a raíz de su muerte, es evidente que los públicos no especializados reciben con agrado «esa clase de historia», para empezar, porque no hemos logrado generar un aprendizaje elemental del conocimiento histórico —que es el que posee la mayor parte de esos públicos no especializados— que mueva al escolar de nivel básico a pensar sobre el pasado de una manera más sólida y menos basada en el aprendizaje memorístico o en las anécdotas y leyendas.

    Esos públicos reciben con mucho agrado «esa clase de historia» porque quienes hacen «esa clase de historia» (y es a propósito esta redacción) han buscado canales de circulación de sus trabajos que los historiadores del ámbito académico no han buscado con suficiencia, aunque hay quienes sí lo han hecho —cito, sin ir más lejos, a Pedro Salmerón—. Más allá de la anécdota sobre la muerte de Guillermo Tovar, la discusión que debiera importar a los historiadores profesionales —todos, pensemos como pensemos acerca de otros temas— es ésta: qué hacemos y a dónde vamos, con qué o con quiénes nos vinculamos. Y hay en este blog varios artículos sobre el tema.

    Evidentemente, las preguntas que en el ámbito académico se formulan con respecto del pasado pueden considerarse más interesantes que las que se formulaba Guillermo Tovar, desde la perspectiva de quienes trabajan en el ámbito académico. Cuando afirmas que te parecen más interesantes, me parece perfectamente legítima tu posición. Habrá a quienes no les parezcan más interesantes y el tema será igualmente legítimo. Muy mal estaríamos si solamente hubiese una forma de entender y acercarse a interrogar el pasado.

    No pongo en duda que la parte docente es importante en el proceso académico de la formación de historiadores. Ciertamente, Guillermo Tovar no daba clases formales, prefería la tertulia y la conversación, condición que acentúa su perfil anticuario, para hablar con el término que hemos aprendido en aula. Pero creo que eso no descalifica lo que haya hecho como investigador del pasado -con o sin los evidentes «errores historiográficos» que el texto primero de Luis Fernando ha subrayado.

    Daría por buena la réplica de Luis Fernando respecto al momento en que ha decidido escribir lo que piensa, si no fuera porque —insisto— la muerte de Guillermo Tovar es lo anecdótico: para los historiadores profesionales el tema es largo y profundo, merece no sólo discusión sino acción. Anel habla de muchos profesionales que no hallan colocación en los espacios académicos establecidos. ¿no debemos entonces suponer que algo no estamos haciendo de manera acorde con los tiempos? ¿No debemos preguntarnos por qué hay experiencias exitosas para hablar del pasado, como Bully Magnets, donde no hay historiadores?
    Paso finalmente, al terreno del «hubiera». ¿No hubiera sido más enriquecedora la discusión de plantearse en otro momento, con el mismo objeto de situar a Guillermo Tovar y a otros más en el contexto de la disciplina? Para los profesionales con conciencia del pasado, estas discusiones, a propósito de los sucesos del presente, habrían podido ser más enriquecedoras. Se trata de un debate que puede darse de modo más profundo que la mera caza de desmitificadores -otra cosa, totalmente- Creo que escribir «a propósito de» implica igual rigor que los trabajos para con el pasado y conviene ser explícitos para no acabar en «lo que yo quise decir….».

    Por mi parte creo que ya hemos dedicado mucha tinta virtual a la anécdota. Lo de fondo es un tema en el que el gremio de historiadores tendría que profundizar aún más. Un saludo cordial, Luis Fernando.
    Agrego, respecto a la nota inteligente de Anel Hernández Sotelo, que las mejores hamburguesas se hacen con carne de vaca sagrada, y que sí es necesario reconsiderar la elevación a los altares laicos de esos personajes de la cultura cuya palabra se vuelve ley en la república de las letras.

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  10. José Carlos Canseco Gómez

    En el texto de Luis Fernando Granados —“Guillermo Tovar de Teresa, espejo de la historia”— publicado en el blog “El Presente del Pasado” del llamado Observatorio de Historia subyace un reprobable tono de desprecio por los logros de un hombre que, decidiendo hacer lo que deseaba —formarse a sí mismo a partir de su proverbial inteligencia— ha legado a nuestra cultura no solamente una obra indispensable para acercarse al arte novohispano sino una vocación en pro de la defensa del patrimonio artístico e histórico de nuestro país que no tiene paralelo. La envidia suele ser el peor de los males porque significa experimentar dolor ante el bien de otro. Granados —lo mismo que otros de los que han celebrado su texto (alguien ha escrito sin pudor alguno que Monsiváis era ininteligible, que Fuentes no ha dejado legado cultural y ataca sin argumento alguno a Octavio Paz)— ha sucumbido a ella y, su basilisca pluma, ha vuelto palabras lo que su nimia presencia no ha logrado en el campo profesional que dice defender. No es su texto un debate sobre las vicisitudes de los historiadores y sus deberes profesionales sino el juicio envenenado y resentido hacia un autodidacta exitoso. Si bien es cierto que toda figura es susceptible de ser analizada y criticada lo es también que las reflexiones se agradecen doblemente cuando tienen el valor de hacerse en tiempo y forma. Pero ese es fruto de personas templadas y desafortunadamente no es éste el caso.

    Mucho ha esperado Granados para publicar sus juicios negativos en contra del libro que trascendiera como una memoria de lo perdido en la ciudad de los palacios y, hacerlo al momento de la muerte del autor, es impropio por decir lo menos. Aunque ahora trate de justificarlo tan torpemente. Toda muerte es dolorosa pero la de un hombre en plenitud de sus facultades es, al mismo tiempo, absurda y cruel. Es una desgracia el perder a alguien que tanto aportaba en bien de nuestro patrimonio cultural. Mucho y mejor podría hacer el citado Granados —quien se dice preocupado por el papel de los profesionales de la Historia— si pugnara porque en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (hoy cubierta de desprestigio por los sonados casos de plagio —Berenzon y Mues—, el encubrimiento y las corruptelas que toleran sus autoridades) rigieran la ética y la probidad en el desempeño de los integrantes de su comunidad. Tengan el pudor de limpiar primero ese estercolero (o de denunciarlo) y luego vengan, tan generosamente, a ilustrarnos acerca de lo que debe ser la actividad de un historiador. Como profesor entiendo que no toda persona ha sido llamada a dar clases y por ello no debe descalificarse a quienes no encarnan esa actividad, uno de los melifluos argumentos de Granados en contra de Tovar de Teresa.

    Es penoso que el articulista desnude su miseria intelectual y su rencor ante la obra de un gran mexicano, de un sabio que sin haber estudiado esa carrera pudo labrarse un nombre y un gran prestigio en esos y en muchos otros espacios. Por otro lado, considerar “embarazoso” el trato de un adolescente con un Presidente, en este caso Gustavo Díaz Ordaz —al que fuera presentado el jovencito Guillermo Tovar de Teresa por su extraordinario conocimiento sobre el barroco y con motivo del incendio del Altar del Perdón, desaparecido en 1967— es ridículo y pueril. La obra de quien fuera cronista de nuestra ciudad se defiende por sí misma, sus libros, su modestia al recomendar un grupo colegiado de cronistas para hacer frente a los nuevos tiempos de nuestra ciudad de ciudades, su valor civil, su defensa ejemplar del patrimonio y su independencia de todo grupo lo avalan. Debe ser labor de historiadores serios (y sin complejos) el dar cuenta de ella. La voz de los canallas no trasciende, son gritos que se pierden en la noche de la nada, en la obscuridad que habitan quienes los emiten. Pero ha menester enfrentarlos cuando surgen de tan cobarde manera. Cómo duele el talento en nuestra patria, qué pobreza de espíritu de los mezquinos que son incapaces de reconocerlo.

    Finalmente hay que recordar que Granados ha privilegiado sus lealtades políticas sobre su objetividad de historiador pues es sabido que el Observatorio de Historia fue creado y presentado —por Luis Fernando Granados y Pedro Salmerón— como grupo de apoyo a AMLO en junio de 2012, cuando la prensa informara del acto en que el doctor J. R. de la Fuente —responsable del proyecto educativo del movimiento progresista en que participara el entonces candidato del PRD— los recibiera junto con Elena Poniatowska. No hable Granados de objetividad cuando este espacio ha sido comprometido —desde su nacimiento— con muy particulares —y, por supuesto, respetables— simpatías políticas, algo que por elemental honestidad debe reconocer. Uno de los objetivos del citado Observatorio es “la preservación del patrimonio histórico, social y cultural”, precisamente una labor en la que Guillermo Tovar de Teresa descollara y por la que tanto hiciera. Por ello, el escrito de Granados destila rabia y coraje. Lo reitero, es la envidia la que lo invade y ha hablado en su texto.

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    • Sr. Canseco, le soy franco, la defensa vehemente que de Tovar ha hecho al principio mi intrigaba, pero en medida de que se fueron acumulando tanta sarta de despropósitos me ayudaron a entender desde qué trinchera lo hace y cuáles son sus límites intelectuales y de escrúpulos. Creo que lo de menos en este blog (aunque le duela a usted y al resto del club de fans de Tovar) es el honor, prestigio o memoria del recientemente finado. Eso, en lo personal, es una de las 250 mil cosas que me tienen sin cuidado.

      Aquí la discusión es otra, si no está en condiciones para sostener un debate en el cual no se le brinde pleitesía a su ídolo Tovar, le invito a acudir a un foro (o bien crear uno) en el que el centro sea opinar si se nombra o no benemérito de la patría al ya mencionado.

      Y digo lo que digo porque me parece que usted está rebasando el marco de la cordial exposición de ideas, y ojo, para mi no hay crítica constructiva, la crítica es crítica y punto; pero usted comienza a lanzar de forma irresponsable injurias a un historiador que realizó una reflexión crítica no sobre un personaje, sino sobre la esencia de su obra en el contexto del oficio profesional, que por si no lo sabe o no le gusta aceptarlo, se sostiene en algo más que en el conocimiento autodidacta (el cual no es malo), marcando así la diferencia entre el anticuario y el científico social. Bueno, no sé si entienda, primero, la difrencia, y luego, la importancia de ésta en la sociedad contemporénea.

      He de decir que no comparto algunos de los planteamientos de Luis Fernando Granados (y aprovecho la ocasión para decir que los comentarios sobre Fuentes, Paz y demás de Anel Hernández me parecen muy poco atinados por su exceso de ligereza), pero eso no implica que deje de reconocer su tesón, empeño y posición crítica frente a éste y otros temas. Si usted es incapaz de entender los textos más con el cerebro que con las vísceras habrá muy poco que podamos hacer para tenerlo contento.

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  11. Juan de Dios Rath y José Carlos Canseco afirman que mi texto es producto de la envidia. Están equivocados. ¿Cómo va a darme envidia una historiografía que no me gusta? Tampoco estoy de acuerdo con la manera en que Tovar de Teresa entendía la defensa del patrimonio porque me parece moralista, acartonada y poco sensible a los dilemas éticos, y espistemológicos de la conservación patrimonial. Pero como el asunto es complejo, otro día escribiré una entrada al respecto.

    Enojado como está, Canseco también me acusa de «acusar» a Tovar de Teresa de haber tenido una relación con Gustavo Díaz Ordaz (algo que al parecer tampoco le parece apropiado a Bertha Hernández). Lamento haya llegado a esa conclusión. Pero si lee mi texto con cuidado, advertirá que la referencia a Díaz Ordaz funciona exactamente para lo contrario de lo que imagina: está ahí para elogíar la decisión de Tovar de Teresa de crear el consejo de la crónica. Sí, para elogiarlo.

    Hay que volver a leer las notas que aparecieron después de la muerte de Tovar de Teresa. Lo de Díaz Ordaz no lo recordé yo. Fue una de las muchas cosas «elogiosas» que se dijeron de él. Ése es el problema. ¿De verdad ser recibido por el presidente de la república es prueba de la valía intelectual de una persona? Y se trata además de ese presidente de la república… Mucha menos gente, en cambio, valoró la creación de consejo de la crónica como una decisión digna de aplauso.

    Sobre el observatorio, un par de precisiones. Es cierto que muchos de quienes pertenecemos al OH comenzamos a trabajar juntos hace poco más de un año, cuando elaboramos el documento «La historia que necesitamos para el país que queremos». Pero el observatorio nació después de las elecciones, y desde el principio ha afirmado su carácter apartidista. Como puede advertir quien quiera que lea el blog, el OH no tiene ninguna relación —política o institucional— con el PRD o con Morena. No nos interesa tenerla, de hecho.

    Me pregunto, finalmente, de dónde habrá sacado Canseco que pretendo ser un historiador objetivo. Su denuncia de mi «falta de objetvidad» es por ello enternecedora. Al contrario, una de las razones por las que me he sumado al proyecto del OH —del que este blog es apenas su primer balbuceo— es precisamente porque estoy en desacuerdo con ese desideratum decimonónico. Dado que la historia no es ni puede ser objetiva, asumamos nuestra subjetividad y veamos qué pasa. Por eso me interesa discutir cómo es que la historia realmente existente se relaciona y puede relacionarse con la sociedad. Bertha Hernández tiene toda la razón a ese respecto: el fondo del problema es el papel social de la historia. Preferiría por ello que la discusión se dirigiera hacia ese punto.

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  12. José Carlos Canseco Gómez

    Agradezco que este blog respete y publique los comentarios de quienes participamos en este intercambio de consideraciones. Lo que deseaba expresar sobre el texto de Granados ya lo he desarrollado en mi escrito y no he de abundar en ello. He sido claro y preciso. Divaga ahora usted, señor Granados, sobre un tema «el papel social de la historia» cuando ha pretendido mancillar el buen nombre de un mexicano excepcional. Solamente deseo agregar un link que da cuenta del acto en que Granados ha presentado —ante el equipo del tema educativo de AMLO— su texto y este esfuerzo llamado Observatorio de Historia, lo que no aconteciera con los otros candidatos a la presidencia. Eso es tomar partido. Por decoro honre usted a la verdad Luis Fernando Granados.

    http://deportes.terra.com.mx/presentan-historiadores-proyecto-a-amlo,2fe9fcdc078c7310VgnVCM3000009acceb0aRCRD.html

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  13. Me alegro que los comentarios sigan surgiendo y que se retome lo que he escrito aquí para los fines que sean. Primero, Bertha escribe que «Anel habla de muchos profesionales que no hallan colocación en los espacios académicos establecidos. ¿no debemos entonces suponer que algo no estamos haciendo de manera acorde con los tiempos? ¿No debemos preguntarnos por qué hay experiencias exitosas para hablar del pasado, como Bully Magnets, donde no hay historiadores?». A estas preguntas yo respondo: si se revisa mi corta pero sólida trayectoria académica (puede verse en http://tlacuiloloyan.blogspot.mx/) se verá que he escrito como historiadora profesional pero también como una de las pocas ciudadanas de este país que han tenido las oportunidades educativas que he tenido y me he preocupado por vincular mis aprendizajes con el mundo social actual. Considero que he sido muy congruente con la profesión y su difusión y le contesto a Bertha que no estoy colocada en un espacio académico por las siguientes razones:

    1. Existe el bullying académico y lo he vivido en carne propia, porque la gente estancada tiene pavor de la gente que se mueve, que crea, que propone.
    2. La corrupción está implantada en los sistemas universitarios de este país y he dado cuenta de ello en mi nota Simulacro y pundonor…
    3. Las universidades y centros de investigación se niegan a renovarse. Los académicos no se quieren jubilar y se resisten a entender que la no renovación es la muerte de nuevas visiones y perspectivas. Y, en caso de que se jubilen, buen número de ellos eligen por dedazo a quien ocupará su lugar.
    4. Otras personas, que ni siquiera tienen un CV académico, fungen como si lo fueran en instituciones públicas nacionales (pagadas por todos) de manera vitalicia. Y además, viven de la marca mercadotécnica en que se ha convertido su nombre.

    Así que, como historiadora no he hecho algo, al igual que muchos colegas de mi generación, para no merecer trabajar en un centro académico. Es el sistema el que nos escupe por varias razones. Y una de ellas, se refiere a lo que José Carlos critica de mi comentario.

    Apunta que «alguien ha escrito sin pudor alguno que Monsiváis era ininteligible, que Fuentes no ha dejado legado cultural y ataca sin argumento alguno a Octavio Paz»… Claro que sin pudor alguno puedo escribir eso porque si releemos mi punto 4 arriba expuesto, estas y otras personas han sido verdaderos vampiros del erario público… y no ataco a Paz, digo lo que es, Paz se regaló al priato con una bandera de subversión con la revista Vuelta e invitó a sus amigos intelectuales a participar en esa publicación que de ninguna manera estaba abierta para que alguien más que no integrara ese gremio de iluminados pudiese escribir.

    Dicho esto, me apena muchísimo leer (otra vez) que las consideraciones que se divulgan en este espacio parten de la envidia. Señores y señoras, las discusiones son positivas pero en cuanto las enlodamos de moralina y las enmarcamos en los pecados capitales, se acaba. Recurso triste y de muy bajo perfil crítico y analítico me parece utilizar la palabra envidia en un foro creado por académicos y (espero) futuros académicos de la historia que se difunde a todo el mundo y que permite que los historiadores que lo somos, pero sin iluminación celestial, nos expresemos.

    Considero que la muestra más valiente de crecer críticamente se basa en el ejercicio de autoevaluación de los lugares comunes que cada uno tiene en su cabeza y, realizada esa dura experiencia, construir un discurso cimentado en el análisis más que en la tradición.

    Por lo demás, el recurso del recuento de los daños… que si AMLO y que si no… me parece tan viciado porque se increpa al autor de la nota sobre la referencia a Díaz Ordaz, refiriéndose a AMLO… ¡Qué contradicción!

    Saludos

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  14. Dos cosas más:

    1. José Carlos Canseco inventa un problema donde no lo hay. Efectivamente, «La historia que queremos para el país que necesitamos» es un documento que llamó a votar por Andrés Manuel López Obrador. No es un secreto para nadie. ¿Para que repetir lo que dice el documento? Basta con leerlo.

    2. Hace rato, se me pasó señalar un afirmación indisiosa de Canseco que merece una respuesta clara. Paula Mues no plagió a nadie. Fue víctima de una calumnia y una maniobra mafiosa. Asociarla con Boris Berenzon es una canallada.

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    • José Luis Saldívar

      Algo tarde descubro estos comentarios, todos interesantes, para empezar, porque se ve que están escritos por gente con formación. Sin embargo, las opiniones, como es normal, son discrepantes. Estoy definitivamente de acuerdo con Granados y Anel en distintas cuestiones: tuve oportunidad de conocer un día a Guillermo Tovar, en un encuentro académico, y me pareció un personaje arrogante y acomplejado. Su formación autodidacta confrontada con los demás académicos no hubiera resaltado nunca si él mismo no hubiese adoptado una actitud francamente grosera cuando se levantó y se retiró cuando se trataba de escuchar a quienes siguieron de él en el uso de la palabra. Por otra parte, académicos de otros países me han asegurado que se dedicaba a vender libros de la época colonial de México. ¿Eran suyos? Lo dudo mucho. Con razón formó sus colecciones de libros y objetos de arte colonial: manejaba millones. Por otra parte, es muy cierto que Paula Mues no plagió a nadie. Justamente al contrario: le «volaron» el tema de su tesis, que en ese entonces le dirigía Jaime Cuadriello, y publicaron un libro muy por debajo de la calidad del que publicó Paula. Muy inferior, sí, simplemente por este hecho: el tema del libro, un tratadista de pintura del siglo XVIII, había traducido en ese entonces un tratado italiano, algo que Paula analiza a fondo en su libro y que el otro libro, que sí fue resultado de una apropiación indebida de una investigación ajena, ni siquiera contempla. Por supuesto, la especie que hicieron cundir los responsables fue que Paula Mues lo había «plagiado». ¿Será eso posible cuando ambos libros son tan diferentes? ¿Y sobre todo cuando la tesis de Paula Mues ya circulaba como borrador entre los académicos de la UNAM en primerísimo lugar? Hay qué ver cuál de las versiones es la que decidimos escuchar y por qué. ¿Por el prestigio de quien la difunde? Esos «prestigios» tan mal habidos han corroído nuestra vida académica desde hace ya demasiado tiempo, y lo mejor que podemos hacer es poner los puntos sobre las íes.

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  15. Si el señor Granados habla de epistemología de la historia, ¿entonces ¿por qué no cuestionar la apropiación universitaria de una campo tan amplio como la historia? Mientras que en Europa se desarrolla un amplísimo movimiento de historiadores no académicos, aquí seguimos pensando escolásticamente si Tovar de Teresa era o no académico (según Teresa del Conde lo era y tan lo era que fue postulado para dirigir el Instituto de Investigaciones Estéticas; véase La Jornada [http://www.jornada.unam.mx/2013/11/11/cultura/a09n1cul]). En realidad sólo va a surgir una nueva historia cuando ciudadanos responsables se pongan a escribirla, y en ese sentido Tovar y de Teresa fue uno de ellos.

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  16. José Luis Saldívar

    No hay nada que haya escrito Tovar de Teresa (o sus ayudantes) que haya cambiado mínimamente la historiografía de México. Sus libros no tienen peso y son, sencillamente, divulgación. Lo sentimos mucho, pero que digan qué fue lo que aportó. Y si lo postularon para dirigir el Instituto, eso sólo demuestra qué tan pobres se han quedado los institutos de la UNAM de verdaderos académicos con las suficientes agallas de entrarle al toro. Menos mal que, sea el rector o sea la junta de gobierno, no se impuso a la UNAM un típico sabio de pueblo, un anticuario, ya lo han dicho, un acumulador de datos sin seguir ningún método científico. La muestra son los personajes de algunas novelas del siglo XIX, como Doña Perfecta, de Galdós, o Peñas arriba, de Pereda. Otros historiadores de pueblo de esa laya han sido Palou y Moscoso Pastrana. Un remanente decimonónico en el siglo XX mexicano. Guillermo Tovar alcanzó hasta el siglo XXI, y eso no habla muy bien de los usos y costumbres culturales de esta nación, entre otras cositas.

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