por Israel Álvarez Moctezuma *

Hace unos días, algunos de los principales diarios de circulación nacional y algunos internacionales (La Jornada, Reforma, El Universal, El País) publicaron, en distintos tonos y con dispar ánimo, algunas notas acerca de cómo el Caballito —la insigne obra del más neoclásico de los artistas “novohispanos”— fue víctima de un pésimo proceso de “restauración” y limpieza.

Al parecer, la reacción de la prensa y la posterior suspensión de las obras de limpieza se debieron a la oportuna y salvífica acción de la cultísima e informada “ciudadanía” que, por medio de las redes sociales, ejerció la presión suficiente para detener la “destrucción” de la escultura ecuestre más grande de este lado del Atlántico.

Notas alarmadas, larguísimos y eruditos comentarios al pie de las fotos de un Carlos IV deslavado por la acción del ácido, frases netamente hilarantes —como “¡eso es un crimen increíble!, ¿cómo es que no hay nada en la prensa sobre eso?”— inundaron Facebook y Twitter. Historiadores, restauradores y público interesado en general se escandalizaron y rasgaron las vestiduras (de forma poco antes vista, debo decir) ante la afrenta de la “destrucción”, ante “las estupideces que hacen los mexicanos con joyas de su patrimonio cultural”, en este caso, la efigie ecuestre de un monarca de ínfima memoria.

Carlos IV retratado por Francisco Goya
Carlos IV retratado por Francisco Goya

En las mismas redes sociales, éste que escribe —en verdad con inocencia, pero con sincera y bien informada duda— empezó a cuestionarse: ¿De qué se asombran, a quién defienden los que se desgarran las vestiduras por lo del Caballito de Tolsá? ¿Defienden al patrimonio, a la figura real, a lo que representa la escultura? ¿Se pondrían igual si fuera la estatua de Cuauhtémoc la involucrada, la de Colón? ¿Qué resortes ideológicos y culturales se están moviendo? Pobrecitos de nosotros, creo que estamos más colonizados que en el siglo XVIII.

Esto lo pensé justo antes de que saliera la primera nota en la prensa (24 de septiembre de 2013). El resto de la historia la conocemos: la suspensión de la obra de restauración, el deslinde y mutuas acusaciones, el derroche de comisiones técnicas de las distintas dependencias gubernamentales involucradas (INAH, Fideicomiso del Centro Histórico) nombradas para evaluar el caso, y la creación de un grupo en Facebook con 918 miembros que se ha dedicado a dar seguimiento puntual de lo que corre en la prensa, así como de los pronunciamientos de las dependencias responsables del gobierno del Distritito Federal y de los perfiles de Facebook y cuentas de Twitter avocadas a comentar, difundir, condenar y acusar todo lo referente al caso.

En el fondo, me parece, siguen teniendo vigencia mis cuestionamientos iniciales. Hasta donde yo recuerde, no ha habido reacción así de intensa ante la destrucción de otros bienes patrimoniales y artísticos igual o tanto más valiosos —si cabe la expresión— que la escultura maestra de Tolsá: por ejemplo, en la zona arqueológica de Tzintzuntzan o en la “restauración” del Palacio de Bellas Artes.

¿Por qué? Quiero suponer que este caso  no sólo ha puesto al descubierto lo que hay tras bambalinas, las descoordinaciones y rupturas entre las distintas dependencias encargadas de salvaguardar nuestro patrimonio (cosas que han merecido una nota en este mismo espacio). También nos ha ayudado a repensar qué está en el fondo de la indignación que, se nos dice, ha sido “generalizada”.

Por un lado, creo acertar, está el furor neo-hispanista que pretende “conservar” y reivindicar a toda costa el legado virreinal, cuna de la verdadera mexicanidad y génesis de lo bello y bueno que tienen estas tierras —furor del que tristemente participan insignes novohispanistas—. Por el otro, vemos el lamentable espectáculo de cómo la clase política lleva a la arena de la administración cultural y la salvaguarda de nuestro patrimonio sus oscuras rencillas partidistas —encabezadas en este caso por priistas de viejo cuño como Rafael Tovar y de Teresa y Teresa Franco contra el gobierno perredista de la ciudad de México, representado por Inti Muñoz y Alejandra Moreno Toscano.

Sería encomiable que los profesionales de la historia replanteáramos nuestras nociones —bastante decimonónicas y positivistas, por lo que veo— de lo que es “monumental”, “patrimonial” o “trascendente”, y que las autoridades involucradas den pronta, clara, científica y técnica respuesta del horrendo caso del rey ácido de la calle de Tacuba.

8 comments on “El rey ácido

  1. Arturo D.

    Me parece interesante, de ser así, el asunto de las rencillas entre las instituciones culturales de la federación y del DF. Valdría la pena ahondar más al respecto. Respecto al neohispanismo, la verdad no me queda claro que criticar, alarmarse o rasgarse las vestiduras por las afectaciones cometidas a la célebre escultura de Tolsá, sea necesariamente tal cosa. Es decir, mi autor favorito puede ser Borges sin que ello implique una afinidad con la dictadura argentina, me puede gustar la poesía de Renato Leduc y no tener ningún compromiso con la homofobia, etc. En fin, no creo que dicha escultura represente hoy en día el poder real de Carlos IV.

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  2. Me parece muy bueno el breve comentario de Arturo D. El símbolo y el arte no siempre se conjugan en una sola expresión y menos adquieren juntos una importancia preponderante. El símbolo puede prevalecer y preservarse aunque su expresión artística sea pésima y viceversa y ejemplos hay muchos.
    El contexto cultural o político habla mucho de lo que se preserva o lo que se quiere usar como elemento de legitimación aunque en ocasiones descuida lo estético, como en este caso. Lo increíble es que más que causa de contexto o valor estético prevalezca el descuido que es lo imperdonable.

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    • Fco. Javier

      Estoy de acuerdo con los comentarios anteriores. Poca gente sabe quièn fue Carlos IV pero sí saben, aunque sea de oidas, que el Caballito es una de las mejores estatuas ecuestres del mundo. ¿Sería neohispanista pretender que no sea demolido un edificio de la época virreinal, por ejemplo? A propósito: el Palacio de Bellas Artes fue proyectado durante el porfiriato. ¿Quien lo defienda será porfirista?

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  3. Luis Darío García

    Lo que está en juego no es si es un monarca del que nadie sabe su nombre, o si representa el colonialismo. Al menos pienso que nos pondríamos a rasgarnos las vestiduras que nos queden si hicieran lo mismo con Cuauhtémoc (personaje también idealizado, si seguimos la postura del autor de este artículo), o pasara con alguna pintura de Diego Rivera en Palacio Nacional. A mi modo de ver, lo que se evidencia es la ineptitud de las autoridades. Y lo que nos pone al pedo es lo que ha representado el Caballito a lo largo de los años en México, ha sido, sin duda, un icono cultural de la ciudad, un punto de referencia, y una obra digna de admirarse. Dejemos de lado, pues, el discurso de que si defendemos el neocolonialismo poniendonos al pedo por la destrucción. Es claro que, al menos en el ciertos discursos, si hay un neocoloniamismo, pero me parece que aquí no lo hay.

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  4. Francisco Iván Escamilla Gonzalez

    Estimado Israel,
    No sé si agradecerte o no el descontón por la cita no atribuida a mi frase acerca de «las estupideces que hacen los mexicanos con las joyas de su patrimonio cultural». Fue idea mía, la puse así en mi muro de Facebook, y lo sostengo, porque lo dije en plural, estupideces. La cometida con el Caballito no es la única, pero resulta ser un caso emblemática de la, de nuevo, estupidez. Estupidez de funcionarios, estupidez de quienes intervinieron la escultura sin saber lo que estaban haciendo, estupidez de la sociedad a la que crecientemente le importa menos su patrimonio, ya sea prehispánico, colonial, o el de los siglos XIX y XX (de este último ya casi no queda nada, porque la instancia supuestamente encargada de ver por él, el INBA, tiene para ello menos facultades legales aún que las del INAH). Sé que un grupo en las redes sociales (al que no pertenezco por cierto) se ha, como dices, dedicado a «rasgarse las vestiduras» por el asunto. La verdad es que cada quien tienen derecho a tener su opinión, y quienes participan en él con la voz cantante tendrán sus razones. Por mi parte, el asunto me interesa no porque sea un «neo-hispanista» como el Pero Galín de Genaro Estrada, encerrado en mi casona del siglo XVIII, iluminándome con velas y bebiendo chocolate en mancerina. Si hay gente así será porque tiene detrás alguna prosapia comprada por sus antepasados en el siglo XVIII explotando indígenas en los obrajes o barreteros en las minas de plata. El asunto del Caballito me interesa porque ya es un caso emblemático, de esos que pueden servir para presionar a las autoridades a cumplir con lo que es su obligación legalmente estatuida hacia el patrimonio y para crear aunque sea un poco de conciencia mínima en la sociedad acerca de lo mismo. A través del trabajo, que he visto de cerca, de los restauradores formados científicamente (que por cierto fueron injustamente vilipendiados en el grupo arriba mencionado) y del interés académico que acá en casa tenemos en la historia y el arte coloniales, hemos visto innumerables crímenes contra el patrimonio: destrucción de retablos y saqueo de esculturas y pinturas en los pueblos, demolición de edificios, desidia como la que dejó quemarse el otro día un gran cuadro del siglo XVIII en Santa Mónica de Puebla. Y siempre la raíz es la misma: el desconocimiento y la indiferencia hacia el patrimonio, que permite su desvalorización cultural, lo que o lo hace ser destruido, o convertirse en objeto de simple lucro. Si el ruido sobre el Caballito sirve para que más gente se de cuenta del problema y se puede hacer algo para proteger lo mucho que todavía por fortuna nos queda, pero que está en peligro inminente de desaparecer, debe de ser bienvenido. Y si es un debate auténtico, el derecho de la gente a opinar según su parecer debe ser, por cierto, respetado. Saludos.

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  5. Coincido con Arturo D. y con mi estimado colega Iván Escamilla.

    Ahora bien: ver un «neo-hispanismo» en la defensa colectiva de una importantísima obra que forma parte del patrimonio (Carlos IV o Colón), ya es bordar en la exageración; una exageración que, por cierto, no tiene nada de «inocente» viniendo de alguien supuestamente formado como historiador. Como bien debe usted saber, Mtro. Álvarez Moctezuma, un historiador dedicado a hacer la historia de la Iglesia no forzosamente es un chupacirios; así como un historiador dedicado a la historia de las instituciones de administración de justicia no es forzosamente un apologista del aparato de control/represión del estado.

    En el ámbito del patrimonio, es el patrimonio en sí y en su conjunto (así como su defensa) lo que priva en las críticas a los procesos de toma de decisiones para la intervención de un objeto del mismo. El fenómeno es más impresionante pues se trata en este caso de una pieza del patrimonio que está en un lugar muy visible: el Centro Histórico de la ciudad de México. Obviamente, cuando hemos protestado por Tzintzuntzan, por Yahualica, por destrucciones y robos en templos perdidos en las sierras o situados en pueblos y ciudades de provincia, el eco no ha sido tanto.

    Lo importante del asunto es que ahora hay una oportunidad para señalar, con más «ruido» de lo que nos ha sido posible anteriormente, las estupideces detrás de las tomas de decisión de los políticos sobre el patrimonio. Una coyuntura que puede ser la oportunidad para constituir un foro ciudadano para su defensa. Flaco favor se le hace a esa preocupación con teorías de tendencias neohispanistas, neoaztequistas (si hubieran tocado la estatua de Cuauhtemoc habría la misma reacción), detrás de una indignación generalizada. Es algo que borda en el hilo de las teorías de la conspiración judeomasónica y demás estulticias.

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  6. Israel Álvarez Moctezuma

    Estimados todos:
    Agradezco su lectura, sus comentarios y observaciones, casi todas certeras y bienvenidas. Por lo demás, me parece que la brevísima nota que he escrito ha logrado, no sin sobresaltos –más en Facebook que en este blog- uno de sus cometidos, que fue el que reflexionemos alrededor de lo que significa para nosotros esta parte de nuestro patrimonio y de nuestro pasado. En otro sentido, me parece que, también, se ha exagerado y malinterpretado el sentido mismo de la nota, misma que no tiene caso alguno tratar de aclarar. Solo comentaré mínimos puntos:
    1) Yo nunca dije, o pensé, o pienso, que defender al Caballito de Tolsá sea una mala obra, o una sin razón, todo lo contrario, celebro que se haya puesto el dedo en el renglón, y espero, como comenta el Dr. Iván Escamilla que este caso sirva para tratar de hacer conciencia sobre nuestro patrimonio, sobre todo a las autoridades correspondientes.
    2) Lo que me pareció, y en eso si soy muy claro, es que la reacción ante la “restauración” del Caballito ha sido sobredimensionada. Puede que sea debido a situaciones como las que apunta el Dr. Gayol, o puede que se deba, como parece que es el caso, que sea él pretexto a la mano de las diferentes instituciones involucradas y que esté siendo usado como tancredo de sus disputas y lucros políticos.
    3) Es muy claro que sé, más de lo que podría pensarse, que estudiar, científica, académicamente un tema, no nos hace de súbito apologistas o admiradores incondicionales y acríticos de tal o cual institución, ideología, régimen, etc., (yo mismo, que estudio las catedrales y ciudades novohispanas); empero, creo que de eso somos conscientes nosotros, los estudiosos de esos temas, pero lo que me parece “peligroso” es negar u omitir que además de preocupaciones como las nuestras, o de personas sinceramente interesadas, existan otros móviles e intereses, ni tan pulcros, ni tan inmaculados como tendemos a pensar. Al fin, creo que poner el asunto en si es el rey o no, es simplificarlo, pero al menos, pudimos reflexionar un poco sobre el asunto.
    ¡Saludos!

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