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Entre el viejo y el nuevo autoritarismo

por Jaime Ortega Reyna *

1. Estas líneas parten del reciente texto de Marcos Roitman, Tiempos de oscuridad: Historia de los golpes de estado en América Latina (Madrid: Akal, 2013). El texto del sociólogo e historiador chileno, radicado en Madrid hace ya bastantes años, invitan a (re) pensar algunos de los procesos contemporáneos en nuestra región y más allá de ella. ¿Cuáles serían las características de los golpes de estado acontecidos a lo largo de la historia de América Latina? Roitman escarba en las principales formas de ejercicio del poder en el continente. Éstas son variables, por supuesto, y dependen de los momentos históricos y geopolíticos. Encontramos, sin embargo, constantes: el anticomunismo como idea fuerza; el protagonismo de las fuerzas militares; la injerencia de instituciones de seguridad francesas o norteamericanas en el adiestramiento; la represión indiscriminada contra toda forma opositor, y el despliegue de la violencia sin contrapesos. Sin embargo, el punto de ruptura de una larga historia de intervención extranjera, de procesos de contrarrevolución que reprimieron cualquier aspiración democrática, entre otros elementos, es el que se da a partir de 1964.

El autor de Tiempos de oscuridad
El autor de Tiempos de oscuridad

Los golpes de estado a partir de esa fecha adquirieron una tonalidad distinta, una serie de cualidades desconocidas. Ocurrieron en 1964 en Brasil, en 1973 en Chile y Uruguay y en 1976 en Argentina, indudablemente los países más industrializados de la región y en donde por momentos las fuerzas opositoras aumentaron su potencialidad de movilización, pareciendo amenazar el orden establecido. Esta andanada de golpes de estado en menos de diez años cubrió la parte sur del continente con una cruenta represión.

Estos gobiernos, aunque con diferencias hondas por momentos, tuvieron la capacidad de articularse para reprimir de manera coordinada: la operación cóndor fue el nombre de esa terrorífica forma de colaboración. Se inició entonces una época oscura: tortura, desaparición, imposibilidad de espacios públicos o manifestación, represión, miedo, censura. La transformación en el aparato estatal fue evidente, la política adquirió un carácter autoritario y tuvo un privilegio entre las élites clásicas y los miembros más conservadores de las burguesías, aliadas ya al gran capital trasnacional.

La represión y el terror no fueron casuales: atrás del tiempo oscuro acontecía una transformación radical en el seno de la sociedad. El proceso de desestructuración de las economías y la desnacionalización del estado eran el verdadero proyecto de estos nuevos y pasajeros dueños de la situación política. El autoritarismo y el terror, la difusión del miedo y la represión tenían un sentido: implantar y profundizar un nuevo modelo económico y social, que modificaría de raíz a la sociedad.

2. Un nuevo autoritarismo. Hoy el escenario es absolutamente distinto. Si pudiéramos comparar los elementos determinantes que Roitmman enuncia, difícilmente podríamos encontrar alguno que aún se conserve de manera idéntica. En general se procedió, una vez finiquitados los gobiernos militares, a una liberalización de los sistemas políticos. Salvo Chile, todos los países cambiaron sus constituciones. Después de 20 años de modelo económico neoliberal, en algunos países los movimientos sociales, los partidos de izquierda y líderes de distinta extracción lograron conquistar puntos clave de la sociedad política. A partir de ese momento, que podríamos fechar en 1999 con el ascenso de una fuerza opositora en Venezuela, algunos otros países han seguido ese camino.

No queremos insistir en los alcances y límites de esos proyectos, que responden siempre a historias concretas y específicas. Las fuerzas políticas antineoliberales que han conquistado los puntos fundamentales de la sociedad política, principalmente los gobiernos nacionales y mayorías parlamentarias, responden a dinámicas locales, regionales e históricas. En lo que queremos insistir es en la otra cara de la moneda. Ha comenzado a surgir un nuevo autoritarismo encabezado por nuevas y viejas oligarquías, principalmente por aquéllas beneficiadas por ese modelo económico implantando en los tiempos oscuros y  que se ha expresado de manera diferenciada en los países en donde los sectores populares han logrado una mayor influencia en los gobiernos y en aquéllos donde los avances democráticos han sido mínimos.

Como ejemplos de la primera fórmula, ahí donde gobiernos populares encabezan proyectos mediana o radicalmente opuestos al neoliberalismo encontramos un intento fallido de golpe de estado en 2002 en Venezuela y los golpes efectivos de 2009 en Honduras y de 2012 en Paraguay. Sin embargo, estas nuevas formas del autoritarismo, que desprecian la soberanía popular en sus diversas manifestaciones y buscan acortar las conquistas democráticas y de derechos que gozaban esas sociedades, se expresa con mayor radicalidad en países como Colombia y México. En este último se expresa con mayor radicalidad, al tratarse de un estado surgido al calor de una revolución y con un componente nacional-popular muy importante.

¿En qué consiste esta nueva expresión del autoritarismo? En primer lugar, en  un vaciamiento de todo el procedimentalismo democrático. Ha comenzado a ser irrelevante la batalla electoral como campo de disputa de proyectos diversos: la sociedad no puede expresarse en ellos. Los procedimientos electorales formales cuentan con una gran inversión pública pero carecen de la legitimidad social. Las formas de contubernio de poderes locales, oligarquías y grupos dominantes con las expresiones políticas —los partidos políticos— se han vuelto indistinguibles.

En segundo lugar tenemos una enorme pérdida de derechos y prerrogativas sociales. El “derecho a tener derechos” (educativos, de salud, de vivienda, laborales) es desplazado por formas mercantilizadas de servicios antes públicos, o francamente abandonado en su regulación (como en el caso de lo referente al trabajo). En términos estrictamente políticos se desplaza el viejo corporativismo, que otorgaba derechos  segmentados, y se le reemplaza por una nueva relación clientelar que no otorga derechos, sino que aporta dádivas y corrompe a segmentos de la sociedad a través de dinero.

Esta pérdida de derechos propicia un tercer elemento que permite el despliegue del autoritarismo: una sociedad desgarrada y fracturada entre quienes gozan aún de algunas de las todavía existentes prerrogativas del viejo estado y amplias franjas sociales —principalmente jóvenes— que carecen de todo tipo de derechos y que se desenvuelven en una verdadera “lucha de todos contra todos”, privilegiando formas individualizadas antes que colectivas. Finalmente, tenemos una poderosa oligarquía, mediática  y financiera, que en las últimas décadas ha decidido instrumentalizar al gobierno y a los procedimientos democráticos para profundizar la desestructuración y desnacionalización completa del estado (proceso que en el último año se ha profundizado de manera dramática).

La forma de expresión del nuevo autoritarismo se da mediante un gobierno con una gran fuerza policiaca y militar utilizada contra el conjunto de la sociedad y una escasa posibilidad de regular a los privados, permitiendo un mayor desgarramiento de la sociedad a manos de los circuitos mercantiles. El gobierno colabora, militantemente, en este proceso de mercantilización en el que se sacrifica a la sociedad en pos de los negocios privados. Un gobierno que despliega policial y militarmente sus fuerzas junto a un estado incapaz de sintetizar los reclamos de la sociedad, privilegiando algunos intereses particulares en lugar del interés general. Se trata de un estado en crisis que tiene frente a si una sociedad fracturada y atomizada.

3. Rupturas y continuidades del autoritarismo. El aludido texto de Roitman, Tiempos de oscuridad, nos adelanta mucho (en términos de reconstrucción histórica) de lo que significaron las décadas más violentas en la historia política del continente, como unidad analítica pero también identitaria. El proceso de reconfiguración de la sociedad a través de la conquista de los núcleos principales de la sociedad política (el gobierno, el parlamento) ha calado más en algunas sociedades, como en el cada vez más dramático caso mexicano. Este proceso que no se vio limitado a los países que sufrieron algún tipo de intervención política por parte de instituciones militares, se ha visto expandido y profundizado.

México es un caso significativo en el que la sociedad encuentra cada vez menor posibilidad de expresarse y un enclave autoritario en el gobierno que ha profundizado, sin ánimos de construir  consenso social, el trayecto de la desestructuración económica y la desnacionalización estatal. El nuevo autoritarismo se expresa con claridad ahí en donde las decisiones más importantes que afectan al conjunto de la sociedad recaen sobre las oligarquías mediáticas, financieras e industriales, todas ellas ligadas a los intereses más importantes del mercado mundial. El nuevo autoritarismo se hace manifiesto ahí en donde se busca (y a veces se logra) coartar cualquier expresión y articulación de la sociedad para expresar el derecho a tener derechos y de construir otra noción de lo público.

1 comments on “Entre el viejo y el nuevo autoritarismo

  1. Es necesario tener siempre presente el pasado. Es la manera de no perder el futuro. Eulalia

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